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Quizás sorprenda la primera afirmación en una sociedad tan mediatizada por el postmodernismo burgués, que ve el fútbol como algo vulgar. Deporte pobre en sus orígenes porque con muy poco se podía practicar, se ha convertido en un gran negocio que mueve miles y miles de millones. Los futbolistas ya no representan al barrio, a la ciudad, a la provincia o al país. Se trata de mover dinero y de evitar que niños y niñas jueguen libremente en la calle.

Ya le robamos la calle a la infancia, también los patios de las escuelas, donde semejante deporte provoca molestias quienes más refinados prefieren jugar sin hacer esfuerzos.

Fidel sobre el fútbol: “me ayudó a tener voluntad, a ejercer mi capacidad de resistencia física, me produjo placer, satisfacción, espíritu de lucha y competencia”

El deporte es un derecho que nos están robando pasando a ser un elemento más de consumo. Como niños y niñas ya no pueden jugar en la calle, ahora los pequeños clubs de fútbol, crean sus escuelas privadas. Escuelas que no son precisamente baratas y donde el equipamiento a comprar incluye camisetas de entreno y de partido, chándal, calcetas, calzón y un sinfín de indumentaria que hace imposible su acceso a los de siempre: la clase obrera. La clase que difícilmente llega a fin de mes y que ve en el fútbol un futuro de lujo y millones para sus hijos. ¿Para qué van a estudiar? Si un futbolista gana lo que no gana un universitario en su vida. Ingenuos, la élite del fútbol ya es parte de la élite burguesa. Si no puedes pagar las escuelas de fútbol o tenis o baloncesto, acabarán en 4ª regional como mucho, con los tobillos hechos puré y las rodillas destrozadas.

Para colmo de males, el fútbol ha pasado de ser el referente de rivalidad sana (o no tan sana a veces) a ser una muestra más de la intolerancia y la competencia más brutal. Basta ver los diarios para comprobar las peleas de padres en partidos de alevines (niños que no llegan a los 12 años) o incluso la violencia ejercida contra los árbitros.

Podría verse toda esa violencia como un escape de toda la acumulación de frustraciones a la que nos condena el sistema capitalista. Salarios escasos, precios altos, inflación, crisis, despidos, violencia policial, violencia judicial, etc. Al sistema le viene bien esta válvula de escape (el pan y circo). Pero el resto de deportes no está exento, se ve violencia en la cancha y en las tribunas en el baloncesto, el balonmano y hasta el tenis; aunque en este último sea un poco más sutil y sólo se refleje contra los rusos (¡ay Putin!)

La cuestión es que al sistema le interesa y al lumpen le encanta. La falta de formación de amplias capas de población, empobrecida o directamente pobre, los convierte en víctimas de su propia violencia. Y en ese lumpen, la serpiente fascista ha puesto sus huevos.

No es nuevo. Desde hace mucho tiempo, los clubs de fútbol más importantes han tenido sus hinchas ultras. Ultras de derecha, fascistas, neonazis, y ahora, pro europeos y pro ucranianos. Con la banderita de Ucrania en cada retransmisión deportiva, aunque alguno de los genios de ese fútbol de pandereta no sepa ni donde queda Ucrania. Te echamos de menos pibe, seguro que habrías dicho algo al respecto de tanta hipocresía.

Todo vale. El sistema engendra una competitividad malsana y destructiva de las personas. No hay cooperación (aunque siempre habrá excepciones) ni amor al deporte. Es solo espectáculo para que lo más rancio de cada país saque sus ideas a relucir. A una parte de la afición madridista, famosa por haber dado cobijo a los Ultra Sur, le molesta que un jugador se marque unos pasos de samba para festejar un gol, en vez de un buen chotis o una jota, que eso sí son españoles. En vez de molestarle cualquier festejo que suponga una vejación hacia el contrario. No son mejores los seguidores ultras del Atlético que tienen en su haber el asesinato de un seguidor de la Real Sociedad; tampoco son mejores los Boixos Nois o los del Español; ni son mejores allende nuestras fronteras patrias.

Se pasó del abrazo con los compañeros a hacer ridiculeces, cuanto mayor idiotez haga el jugador, mayor la ovación de parte del público (siempre que no seas negro y bailes samba, claro). A alguno de estos “dioses de barro” se le ha ocurrido incluso “patentar” su festejo para seguir ganando royalties en su casita de oro.

En 2019 el Valencia CF condenó a un seguidor por hacer el saludo nazi. El AEK de Atenas, en 2013, hizo lo propio con un jugador por hacer el mismo saludo.

El 15/09/ 2022 seguidores del Dinamo Zagreb desfilaron por Milán haciendo el saludo nazi. Todos los buenos aficionados al deporte están esperando que la UEFA sancione al club, pero desde luego nadie hizo nada por impedirlo. Otro gallo hubiese cantado si hubiesen ido con el puño levantado. 10 días después la extrema derecha ganó las elecciones presidenciales en Italia.

Habría que plantearse qué ha pasado en sólo 3 años para que esto ocurra. ¿Seguro que es culpa de Putin? ¿O será que el decrépito capitalismo empieza a tener miedo y saca de nuevo a sus perros a pasear? ¿Será también que la izquierda pijoprogre anda tan preocupada por asuntos ultraterrenales y que al final le está incubando el huevo?

Nada es fortuito. Ante la crisis general del capitalismo hay que salvar las ganancias. Todo vale. Alimentar a la serpiente fascista también.

Pero como clase obrera, me gusta el fútbol, el de la calle, el de patio de colegio, el del potrero o el de campo de tierra. Me gusta ver cómo se organizan y cooperan 11 chavales para conseguir una victoria, para divertirse y disfrutar del deporte y del juego.

¡Qué distinto “el futbol en el país de los soviets”! Cuántos querríamos un fútbol así, sin grandes sponsors, con cambios de nombre de estadio cada temporada, sin tanto chupatinta, ídolos y comentarios y tertulianos.

Juan Luís Corbacho.

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