Pertenecí a una generación de antifascistas que cuando hablábamos de los comunistas en tiempos del franquismo añadíamos naturalmente que eran de “los nuestros”. Así, sin más. Sí, entonces estaban “los nuestros”, es decir quienes luchaban por la libertad de la clase obrera, contra la dictadura del general Franco y por la recuperación de la verdad histórica; y estaban “los otros”, los que veíamos, oíamos y soportábamos “toda la vida”: el fascista de turno que en la TV del régimen se jactaba de sus virtudes y de la derrota del contubernio judeo-masónico-comunista; la vecina beata que vigilaba devotamente los escarceos, sólo agnósticos por aquel entonces, de mi familia y míos, y, cómo no, el modélico chivato, o el somatén, presto en todo momento a escuchar el comentario indebido para postular por los galones de sátrapa.

“Los nuestros”, en aquella España cutre y sombría, nos hacían vivir con renovada esperanza cada nuevo día que amanecía. Por ejemplo, recuerdo con especial nostalgia cuando con 8 ó 9 años solía acompañar a mi padre a la estación del ferrocarril de mi pueblo para, los domingos muy temprano, recoger un paquete que traía un señor de la capital. Mi padre, que debía ser ya uno de “los nuestros” sin que yo lo advirtiera, recogía el paquete con sumo cuidado y con cautela me decía: “ahora lo llevaremos a un lugar seguro, y dentro de unos días repartiremos su contenido entre “los nuestros”. Años más tarde supe que el paquete contenía cada vez que llegaba a la estación del tren decenas de ejemplares de “Mundo obrero”, y que “los nuestros” de mi pueblo eran trabajadores que yo veía reunirse con frecuencia en casa de mis padres. Sin embargo, y aunque a mi edad no comprendía completamente el sentido de tanto ajetreo, yo me sentía feliz viendo a mi padre satisfecho y confiado entre “los nuestros”, al tiempo que me repetía insistentemente que las cosas cambiarían cuando un día no muy lejano llegasen todos “los nuestros”.

Mucha lluvia ha caído desde entonces, y mucho felón y canalla ha intentado acabar con “los nuestros” y con nuestros sueños. Hasta el punto de querer hacernos creer que la Historia había expirado con la desaparición del “campo socialista”. Pero la Historia, indiferente a tanta patraña, continuó y continúa su camino ineluctablemente, y con ella, en el mundo capitalista, la explotación del hombre por el hombre no solo perduró sino que prosiguió su marcha ascendente. Por mi parte yo crecí también con el tiempo, y aunque sufrí, como muchos otros, años funestos y primaveras mustias, no cambié de chaqueta, abracé ávidamente el marxismo (la magistral teoría del de Tréveris, capaz de explicar científicamente como nadie el mundo capitalista y sus complejas relaciones de producción) y adherí al partido de “los nuestros”. Al de los comunistas que no cesa en su empeño de aplastar el capitalismo.

Hoy, algunos con aires modernos y lenguajes desenvueltos nos distraen con discursos antiguos, repitiéndonos que nuestras utopías ya no están al día y que debemos cambiar. Que lo que importa es ganar las próximas elecciones y después ya se verá… Pero uno, que ha visto algunas cosas aquí y allá, sabe que el enemigo de la clase trabajadora no plegará velas fácilmente cuando vea peligrar su poder y que después de este sarampión mediático, el materialismo histórico (la realidad) siempre se impondrá. Como se ha impuesto al fin en Cuba. Entonces, allí, en esa realidad insoslayable, quienes queramos seguir luchando por la Revolución Socialista nos tendremos que encontrar. Gestionen el capital estos corruptos o cualquier otra casta.

José L. Quirante

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