El restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba anunciado internacionalmente el pasado 17 de diciembre sin que el gobierno de la isla renuncie a ninguno de sus principios es, ante todo una gran victoria de la diplomacia cubana y un éxito personal del presidente Raúl Castro.

Quien niegue tamaña evidencia peca de irremediable necedad. El Tío Sam no ha podido con la firmeza revolucionaria del pueblo cubano, y se ha inclinado, como se dice castizamente, ¡por cojones! Aunque para evitarlo haya empleado durante más de 50 años -“con las mejores intenciones”, según palabras de Barack Obama- todos los medios criminales habidos y por haber: invasiones, terrorismo, sabotajes, plagas, bloqueos, etc. Han sido 56 años (desde la llegada victoriosa de Fidel Castro a la Habana el 1 de enero de 1959) vilipendiando y rechazando la Revolución Cubana. Cincuenta y tres años, desde que el 3 de enero de 1961 Estados Unidos rompiera unilateralmente las relaciones diplomáticas con la nación caribeña para intentar aislarla. Sin embargo, muchos pueblos del mundo entero, gobiernos revolucionarios o simplemente defensores de la soberanía nacional manifestaron su solidaridad internacionalista a lo largo de esas décadas difíciles pero prodigiosas. Por ejemplo, en las campañas por la liberación de los 5 héroes cubanos, injustamente encarcelados en las mazmorras estadounidenses durante 15 años y ahora liberados o, en otra dimensión política, con ocasión del voto anual en la Asamblea General de la ONU “contra el bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos de América contra Cuba”, en el que sólo el Imperio y sus acreedores israelitas han votado hasta ahora a favor del repudiado asedio.

Caballo de Troya 

Hoy otras voces y otras intenciones políticas parecen formularse. Y mejor si lo hacen en el sentido del reconocimiento de la independencia de la patria de José Martí, de su gobierno revolucionario y de su sistema político. Pero mucho tememos que no sea realmente así. El imperialismo norteamericano, y con él sus lacayos occidentales – entre ellos el gobierno de Rajoy-, no se rinde pese a tan estrepitoso fracaso político. Su objetivo sigue inmutable: acabar con el socialismo en Cuba, y todo lo que representa para Latinoamérica y el mundo, y restablecer de ese modo el capitalismo. El mismo presidente Obama  lo ha precisado en su discurso pronunciado en la rueda de prensa simultánea con Raúl Castro: “Hoy Cuba todavía está bajo el gobierno de los Castro y el Partido Comunista que tomó el poder hace medio siglo. (…) Yo creo que podemos hacer más para promover nuestros valores mediante la participación. (…) Por otra parte - reconoce el muy taimado – intentar empujar a Cuba al colapso no beneficia a los intereses de Estados Unidos”. Por consiguiente no nos hallamos en la antesala de unas relaciones diplomáticas en las que “se establezca un diálogo respetuoso, basado en la igualdad soberana”, como siempre ha manifestado el gobierno cubano y ahora reitera Raúl Castro en su intervención. Más bien nos encontramos en una especie de caballo de Troya en el que los yanquis se ocultarían para asestar el golpe definitivo a Cuba. Por eso la vigilancia del pueblo y gobierno cubanos debe ser extrema, máxime cuando el bloqueo aún persiste. Demostrar en suma, en este nuevo periodo que ahora se abre para la Revolución Cubana, aquello que espetó Fidel Castro al prepotente presidente Kennedy días antes de la invasión de Playa Girón: “Primero se verá una revolución victoriosa en Estados Unidos, que una contrarrevolución victoriosa en Cuba”. Que así sea, para regocijo de todos/as los/as  revolucionarios/as.

José L. Quirante