“Succession” no es solo una serie de magnífica estructura y guion, sino también una serie que permite múltiples lecturas sobre el capitalismo. Unas son bastantes obvias: el capitalismo es un combate entre tiburones por devorar el mercado y al resto de peces en una piscina portátil. Otras, suposiciones repetidas hasta el aburrimiento: por ejemplo, el destino de una empresa depende de una reunión de una camarilla, o de si una cistitis inoportuna desencadena una demencia senil transitoria en el Amancio Ortega de turno. Otras son mentiras reconfortantes: ser millonario implica necesariamente la mezquindad y la traición continua y desalmada (lo del camello y los ojos de las agujas). Incluso las hay que comprometen a los pobres, aduladores y siempre dispuestos a sacrificarse por algunas migajas del lujo. Todas tienen trazos de verosimilitud y supongo que serán parcialmente verdaderas, pero ninguna de ellas merece perder el tiempo de esta columna.

Es mucho más interesante que nos acerquemos a una contradicción específica que se incrusta en la concepción misma de la propiedad bajo el capitalismo: la herencia y el mérito.

Este 2021 hemos podido comprobar cómo la pandemia ha empeorado las condiciones de vida de la clase trabajadora y las capas populares, y esto también ha provocado el aumento de las luchas obreras.

 

En todas partes del estado español, desde Cádiz hasta Euskadi o Cataluña, las luchas obreras por defender nuestros derechos se han ido desarrollando en los diferentes sectores productivos, desde el metal hasta los servicios, en la administración pública, en los barrios y pueblos; por defender el derecho a unas pensiones dignas, a la vivienda, a la sanidad y educación públicas y de calidad para toda la población o contra la aberrante subida de la luz.

En forma de huelgas, manifestaciones, concentraciones y todo tipo de movilizaciones; el descontento de las capas populares va estallando a un lado y otro a pesar del miedo, el miedo histórico que este estado sanguinario nos ha inoculado en vena, el que se produce en esta nueva fábrica del miedo que se han atrevido a construir utilizando la COVID como excusa.

Y no sólo contamos con el miedo como freno de las luchas obreras.

La escalada generalizada de precios, y en concreto de las materias primas y la energía en el mundo, (la madera un 120 %, la piedra más de un 60 %, el cobre aproximadamente 60 %, el PVC y otros materiales plásticos un 47 %, el aluminio un 41 %, etc..) está poniendo en jaque la recuperación económica sobre la que la burguesía había puesto todas sus esperanzas post-pandémicas

Lamentablemente la situación sanitaria aún no se ha solventado, sino todo lo contrario y la “recuperación”, está mostrando nuevos escollos que la economía vulgar, tal y como Marx la acuñó, no ha sido capaz de prever, y ni tan siquiera de explicar correctamente.

Las corrientes económicas hegemónicas, monetaristas y keynesianas concluyen a posteriori que la crisis energética, los problemas en la cadena de suministro y el aumento de la demanda, gracias al ahorro acumulado, han tensionado las leyes de la oferta y la demanda y que la escasez relativa de las materias primas ha alzado los precios y como consecuencia, también los productos de consumo, para cuya fabricación son extraídos de la madre naturaleza.

El síndrome del pecado original atraviesa toda la cultura occidental de la que somos parte.

Desde su formulación original, que les asigna a las mujeres una culpa inexpiable por el actuar de Eva en la mitológica historia de la expulsión del jardín del Edén, el síndrome ha superado esa narración para usarse a conveniencia como justificación de discriminaciones históricas y sus consecuencias en términos de injusticias, violencias y hasta genocidios.

Por siglos, la violencia y crímenes contra los judíos se justificó en ese síndrome, al asignarles el pecado original de ser los crucificadores de Jesús, a pesar de que el crucificado también era judío. Es de ese síndrome, evidencia, negar derechos a las personas LGTBIQ+ porque así se dice interpretar diversos pasajes bíblicos, cuyo ejemplo extremo habla de castigo divino en Sodoma y Gomorra.

Si Netflix domina algo en el mercado de tiburones de las series de televisión, eso es la capacidad de crear un estado-opinión tal en el que no ver la serie de turno te convierte en Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí. Este maravilloso ejemplo de manipulación del capital monopolista tiene tres efectos curiosos. En primer lugar, es absolutamente indiferente que la serie sea buena o mala –malísima en el caso de la serie surcoreana–. En segundo lugar, es fugaz, muy fugaz, tanto que este artículo de diciembre ya llega tarde, muy tarde, a la efervescencia por la serie. En tercer lugar, repercute de algún modo en los debates públicos del momento. Incluso Pablo Iglesias escribió sobre los elementos revolucionarios de la serie. Netflix consigue que, con productos que no siempre observan la calidad mínima, todo el mundo nos sintamos Slavoj Žižek interpretando las mercancías de la baja cultura.

El truño del calamar carece de los dos elementos que suelen bastar para sostener una serie mediocre. La idea no es brillante: un grupo de ricos contrata pobres para que compitan por una cantidad desmesurada de dinero, pero la pérdida en el juego comporta la muerte. Tampoco hay giros de guion continuos: desde el comienzo sabemos que los concursantes se enfrentan entre ellos de forma variable, que los grupos se desharán y que las relaciones de fraternidad sólo se sostienen en una heroicidad previsible. Pero no solo se echan en falta las dos virtudes más comunes a las series, también se añora cualquier mínima variedad narrativa, hasta los asesinatos de desgraciados aburren.

Este vídeo ocurrente y cargado de crítica, forma parte de la campaña  de la  Iniciativa Legislativa Popular de "Recuperación y desprivatización del SNS", que necesita reunir 500.000 firmas para su discusión en el Parlamento.

Esta  ILP en defensa del derecho a la salud para todas las personas, sin exclusiones, y por  un sistema sanitario democrático al margen de los intereses privados la  está desarrollando la Coordinadora Antiprivatización de la Sanidad-CAS con el apoyo de organizaciones y colectivos de todo el Estado, entre los que se incluye el PCPE.

Esta ILP es una herramienta para  el debate y la amplia movilización  y  un instrumento de lucha que permita garantizar el derecho a la salud y a la asistencia sanitaria,  tiene los siguientes puntos fundamentales:

  • Atención sanitaria universal,  para todas las personas, independientemente de su situación administrativa.

Revolver en la basura con el objeto de recuperar algún que otro desperdicio, se ha convertido en los últimos tiempos, en estampa habitual de nuestras ciudades. Es un recurso con el que los sectores más miserables de la población se surten, al menos, de lo necesario para no sucumbir por la hambruna en un mundo donde la opulencia de algunas personas contrasta con la indigencia de otras.

Con una clase obrera cada vez más pauperizada, los bancos de alimento se llenan cada vez más de un tropel de trabajadores y trabajadoras. Atrás quedó la relación exclusiva entre la acción caritativa  y el menesteroso lumpenproletario.

Y mientras, el capitalismo va acrecentando las diferencias y ahondando en la pérdida de capacidad adquisitiva de las capas populares, bailando al son de su cíclico vaivén en que alterna periodos de acumulación con crisis cada vez más tremendas y frecuentes y que a pesar de las consecuencias que acarrea, curiosamente son de sobreproducción de mercancías. Como diría Obélix, ¡Están locos estos romanos!

Da la impresión que en este país todo dura o ha ocurrido hace aproximadamente 40 años: la dictadura fascista, la monarquía parlamentaria, la primera victoria electoral de Felipe González. A tan funestos acontecimientos se suma el Síndrome del Aceite Tóxico (SAT). Como si de un recordatorio se tratara de la misión histórica de la clase obrera y del destino que le depara el sistema de explotación capitalista, el 1 de mayo de 1981 se detecta el primer caso de una enfermedad desconocida hasta entonces: un niño de 8 años, de un barrio obrero de Torrejón de Ardoz, muere en brazos de su madre en la ambulancia que le conducía al Hospital La Paz. Cientos de nuevos casos diarios se sumaron en las siguientes semanas entre el cinturón obrero de Madrid, Castilla y León, Castilla – La Mancha, Galicia y Cantabria principalmente.

Vi Los favoritos de Midas principalmente por un motivo: en ella actúa Guillermo Toledo. Los años de represión laboral que ha padecido un buen actor son ya tan comunes y extendidos que casi ni nos escandalizamos. Tampoco lo hacemos cuando, hasta en grandes empresas, se hacen limpias de meros afiliados sindicales antes incluso de que les dé tiempo a realizar un mínimo trabajo de organización. Por eso mismo, no le imputo las limitaciones ni la concepción de la protesta política de la serie. Todos hacemos nuestro trabajo sorteando como podemos ciertas contradicciones.

La serie se pretende de “izquierdas”, siempre que restrinjamos el significado a la crítica de la injusticia intrínseca al capitalismo y a una supuesta avaricia del gran capital. Pero posee un gran acierto en su construcción que es, a su vez, su mayor debilidad.

Se podría afirmar que el mensaje de la serie es que en el mundo del capitalismo la eticidad es insostenible. Por supuesto, no parte de un análisis de la competencia como impulsor de una dinámica de crecer o morir, sino del concepto casi feudal de la codicia. Para ello, va a narrar la conversión de un empresario de un individuo moral en un desalmado capaz de ordenar la muerte de la mujer que ama por dinero.

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