El magnate Warren Buffett decía “la lucha de clases existe, pero mi clase, la de los ricos, es la que la está haciendo y la estamos ganando”.

¿Y cómo lo hacen? lo hacen a través de una férrea dictadura necesaria para mantener su tasa de ganancia. En el Estado Español lo hacen mediante la connivencia entre el bloque oligárquico burgués, el gobierno socialdemócrata de: PSOE e Izquierda Unida – Podemos, y la ayuda indispensable de los agentes sociales, mal llamados sindicatos.

Cada vez es mayor la explotación y el expolio a la que someten al pueblo trabajador. El Índice de Precios al Consumo (IPC) que representa el valor del coste de la vida, ascendió hasta el 9’8% en el mes de marzo. Si aumenta el precio de los productos o servicios que se consumen, la misma cantidad de dinero será insuficiente para adquirirlos; motivo este de la pérdida de poder adquisitivo, en consecuencia lógica aumentará la pobreza. Teniendo en cuenta que la subida de los salarios, apenas llega al 2%,  semejante inflación equivale a no cobrar un mes entero de un sueldo de doce pagas, bajando de hecho el valor de los salarios reales. 

Para quien no la conozca Germinal es una miniserie de seis episodios que adapta la novela homónima de Emile Zola en la que el autor francés detallaba una huelga general en una cuenca minera francesa durante el II Imperio. La historia se abre con la llegada a la cuenca minera de un agente de la I Internacional y se cierra con la salida cabizbajo del agitador tras la derrota de los trabajadores. Pero es una derrota que vaticina futuras victorias, de ahí el título.

Aunque la serie merece la pena ser vista con calma por todo lo que enseña sin idealizaciones ni simplezas, voy a empezar por las tres cosas que no me gustaron de ella. En primer lugar, abomino del uso de la banda sonora: ni la miseria ni el combate merecen ser tratados como si de una película de sobremesa fuera. La música, durante los seis capítulos, convierte una y otra vez lo político en un amasijo sentimental que deniega la reflexión política. En segundo lugar, tampoco favorecía su comprensión no visceral la síncopa de las escenas. Particularmente el primer episodio es una sucesión de espasmos epilépticos más adecuados para un videoclip de Rosalía que para el relato de una huelga en la segunda mitad del siglo XIX.

Persecución implacable de la dominación burguesa: que el proletariado no mantenga posición de clase ante ningún aspecto de la realidad.

Parece no haber dique que contenga el ansia del capital por secuestrar el deslumbrante tesoro del Sistema Público de Pensiones. Más de 140.000 millones de euros deslumbran su creciente senilidad como al crápula Herodes le sobresaltaba  el centelleo del cuerpo de Salomé.

Un montón de pasta que no consiente vaya a parar a “gente que vivimos por encima de nuestras posibilidades”,  manirrotos despilfarradores,  característica propia de personas pertenecientes a la clase trabajadora.

El logro del  capital de introducir por convenio colectivo pensiones privadas contiene muchas aristas y todas muy cortantes. Por supuesto, es una avanzadilla importante, un duro golpe  que cubre un trecho amplio para convertir la prestación social de las pensiones en un  instrumento más de la penuria en la que se quiere situar a la clase obrera y al pueblo trabajador en su totalidad.  

En este asunto hay que ver un elemento todavía de mayor enjundia y más decisivo: un elemento consciente y consistente que persigue segmentar, desarticular, desestructurar a la clase trabajadora. Que no reconozca su ser social. Golpea un elemento histórico y material de estrechísima  solidaridad de clase representado por el SPP: universal, de reparto, intergeneracional.

Pensiones privadas, instrumento destructivo  añadido a la guerra (sí, esto también es  una guerra) del capital por  evitar que la clase trabajadora, adquiera conciencia, mantenga su solidaridad y exprese una exclusiva posición de clase. 

Dentro de la campaña de denuncia de la Otan, las bases de ocupación y la próxima cumbre de Madrid, entrevistamos a Luis Gonzalo Segura unos minutos antes de su Charla en Alicante en el Centro Social Acontracorriente.

Página de mecenazgo de Luis: https://www.luisgonzalosegura.es/mecenazgo/

Determinada por la crisis estructural del capitalismo, la realidad viene marcada por crecientes cotas de explotación que se traducen en un incremento galopante de la pobreza. Paro, precariedad y desvalorización de la fuerza de trabajo, unidas a una desbocada inflación, hacen que crezca la exclusión social y que hasta a las familias con trabajo les sea cada vez más difícil llegar a final de mes.

Traducido a la realidad material de la clase trabajadora, esto supone un constante quebradero de cabeza en torno a: sueldos de miseria, incumplimiento de convenios, carestía de la vida (suministros, cesta de la compra), vivienda, movilidad…que objetivamente, y a pesar de la alienación derivada de la pérdida de conciencia en la que se encuentra instalada una gran parte del pueblo trabajador, hace que crezca el descontento de amplios sectores de la población.

En esta situación, el Capital engrasa al fascismo y acrecienta la explotación y la violencia para gestionar su única preocupación que es mantener el ciclo de reproducción ampliada del capital. Hace su tarea, defiende sus intereses de clase.

¿Y la clase trabajadora?

Consecuencia del Pacto Social en el que la sitúa el reformismo político y sindical, se halla inserta en un preocupante proceso de desorganización y desmovilización que afecta a su capacidad de respuesta.

La primera escena de Hap & Leonard ya nos indica que estamos ante una serie que ubica a los personajes en una posición distinta a la común en las series de televisión. Los dos protagonistas de la serie, Hap y Leonard, que trabajan cortando tallos de rosas en una pequeña ciudad de Texas son despedidos en esta primera escena ante la llegada de inmigrantes ilegales más baratos. Estructuralmente es la típica escena que sirve para poner en marcha la trama de cualquier policial: los protagonistas han de encontrarse en un “no lugar” dentro del mundo. Es decir, el héroe debe estar fuera de la lucha de clases y, no obstante, verse afectado por ella. Normalmente, este no lugar puede ocuparse, según la matriz político ideológica desde la que se escriba, por un policía (si se sustenta en la aparente neutralidad del Estado, por ejemplo, en el llamado noir nórdico) o por un detective privado (tan habitual en la tradición liberal que sospecha tanto del Estado).

Hap y Leonard ocupan un tercer “no lugar”: la exclusión. Desde la primera escena, ambos engrosan esa parte de parados, del ejército de reserva, que siquiera sirven para tensionar a la baja los salarios y las condiciones laborales del resto de trabajadores, sino que sobreviven fuera del sistema productivo formal. Forman parte de lo que se ha venido a llamar población sobrante, aquellos, inservibles para la producción, cuya importancia relativa para el sistema es el puro consumo en la miseria relativa. Fijaos, cuando la veáis, en la obsesión con una marca de galletas de Leonard.

Esta exclusión de la producción, no de la economía, viene acompañada de otras posiciones marginales. Los dos son huérfanos, Leonard es negro y homosexual, Hap fue un insumiso a la guerra de Vietnam que terminó en la cárcel.

Nos dicen que nos encontramos en el momento con menos paro de las últimas décadas,  recientemente, nuestros agentes sociales han logrado con mucho esfuerzo una subida del salario mínimo. Enhorabuena, podemos felicitarnos si no fuera porque se trata de un mensaje para ocultar el terrible deterioro de las condiciones de vida que sufre la clase obrera, inflación disparada, la precariedad es mayor que antes, el coste de la vida ha subido y el poder adquisitivo ha bajado… sí, cada vez más  la “clase media” lleva una libre y frugal vida de pobre.

 Todo esto valdría para una broma, sin embargo, no se trata de un meme, ni de uno de esos chistes que proliferan por los grupos de whatsapp. Es más real que un film de Fernando León de Aranoa, trabajando lo mismo somos cada vez más pobres. Naturalmente, la riqueza es una variable relativa, y de manera directamente proporcional, cuanto más pobres somos nosotros, más ricos son los ricos, es lo que se llama lucha de clases, aunque en honor a la verdad, dado que una de las clases está desorganizada y desmovilizada para sí misma, absolutamente alienada y hundida en un sueño de ansiedad, depresión y mezquinas aspiraciones, más que lucha de clases habría que decir paliza de clases.

Cuando el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se presentó sin mascarilla en la Conferencia Legislativa de Sindicatos de la Construcción de América del Norte, y allí aseguró: «si tengo que ir a la guerra, iré con ustedes, lo digo en serio», su país tenía ese mismo miércoles, 6 de abril, 8 214 nuevas muertes y 446 871 contagios por la COVID-19.

Sigue Estados Unidos marcando la pauta mundial en ambos indicadores negativos, con 705 284 fallecidos y 43 950 779 personas contagiadas. Pero de esa guerra silenciosa que mata y mutila, cada día se habla menos en los grandes medios.

Resulta que desde la guerra en Ucrania y la cruzada contra Rusia, organizada por el gobierno de Biden, la pandemia ha pasado a otros planos de atención y, más aún, la información a la población estadounidense ha ido en picada.

En su discurso, el mandatario aseguró que «EE. UU. seguirá apoyando a Ucrania y al pueblo ucraniano, y que esta lucha está lejos de terminar».

Luego informó que su administración continúa «suministrando a Ucrania las armas y los recursos necesarios», y se mostró complacido al anunciar que firmó «otro paquete para enviar más misiles Javelin (...), para seguir consiguiendo un suministro ininterrumpido al ejército ucraniano».

A su vez, prometió incrementar aún más las sanciones y el aislamiento económico contra Rusia.

Sin mascarilla estaba el 24 de marzo de 1999 el entonces presidente de Estados Unidos, William Clinton –demócrata  también–, cuando ordenó –sin consultar a la ONU–, bombardear a Yugoslavia, matar a miles de civiles, usar armas prohibidas como el uranio empobrecido y provocar la desintegración de ese país.

Tan imprescindibles como ausentes en este momento, ambas son realidades directamente vinculadas al desarrollo social que propicia la lucha de clases y por eso nos ocupamos tan a menudo de ello. Interpretándola en su totalidad, nuestra responsabilidad es transformar la realidad actual, no solo situando el programa para ello, sino propiciando también las dinámicas necesarias para que el pueblo trabajador protagonice el papel histórico que le corresponde.

Por un lado, nos referimos al hecho práctico y concreto de intervención de la militancia revolucionaria con sectores del pueblo movilizados por sus intereses y necesidades y, por otro, del propio ejercicio de participación colectiva de esos sectores.

Dos procesos diferentes, pero tan dependientes que, definitivamente, no existe el uno sin el otro y que necesariamente se sitúan en el centro de cualquier análisis concreto de la realidad sobre la que intervenimos.

Dicho claramente, más allá de proclamas más o menos altisonantes y mejor o peor elaboradas, la realidad que sitúa la “verdad” de un proyecto revolucionario es su vinculación con las masas y la capacidad de dirigirlas hacia experiencias ciertas de creciente protagonismo social.

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