Si tuviera que salvar de las llamas algunas de mis películas preferidas, salvaría, junto a la obra cinematográfica de Sergei Eisenstein, la trilogía que dirigió Roberto Rossellini (1906-1977) en el segundo lustro de la década de 1940 sobre los horrores de la IIª Guerra Mundial y los años inmediatamente posteriores: “Roma ciudad abierta” (1945), “Camarada” (1946) y “Alemania año cero” (1947). En este orden son películas que, además de significar el nacimiento del neorrealismo italiano, se erigen en testimonios impresionantes del terror fascista sobre la población civil y en su lucha contra la resistencia italiana. Una trilogía que califico en conciencia de inmortal porque, tras 74 años desde la realización de la primera de las cintas evocadas, su impactante fuerza plástica, su enorme intensidad dramática y narrativa, su defensa de la vida y su denuncia del nazi-fascismo permanecen intactas, como en las grandes obras maestras del 7º arte. Una muestra cinematográfica revolucionaria que los/as comunistas y los/as antifascistas consecuentes no debemos desconocer.

“Quien lucha, puede perder; quien no lucha, ya ha perdido” (Bertolt Brecht)

En este momento solo podría contar con los dedos de una mano las películas que sobre la clase obrera me han impactado: “La huelga” (1925) de Sergei M. Eisenstein, “Tiempos modernos” (1936) de Charles Chaplin, “La sal de la tierra” (1954) de Herbert J. Biberman, “Norma Rae” (1979) de Martin Ritt y “Tocando al viento” (1997) de Mark Herman. Por supuesto que habrá algún otro filme que olvido con el paso del tiempo, y puede que ustedes también elaboren otra lista incluso mejor que la que yo propongo. Sin embargo en lo que creo coincidiremos es en que no proliferan películas que cuenten la lucha de la clase obrera desde su punto de vista. Por eso cuando un cineasta se atreve a hacerlo, y lo hace con justeza, emoción y valentía, no podemos más que congratularnos en esta casa. Inclusive si, como es el caso, su estreno no ha tenido aún lugar en España. Me estoy refiriendo al filme, “En guerre”, del realizador francés Stéphane Brizé (Rennes, 1966), que estremeció al último Festival de Cannes, y que, para abrirles el apetito, yo comento aquí en “avant première” .

Hay películas que están hechas para entretener, para pasar el rato, y está bien que sea así; otras sin embargo hacen llorar o conmueven al más pintado, y hay también algunos filmes, ciertamente muy especiales, que están hechos para revolver las tripas y sacar del espectador el desfacedor de entuertos que lleva dentro. Estas últimas son las películas que ni el paso del tiempo ni el mismísimo Alzheimer les hacen mella. Pienso a bote pronto, por citar algunos ejemplos, en la trilogía de “El padrino” de Francis Ford Coppola, en “Novecento” del recientemente fallecido Bernardo Bertolucci o en “El hombre de las mil caras” del español Alberto Rodríguez. Todas magníficas cintas, y creo, representativas de lo que aquí comento. Ahora es otra producción de nuestra tierra, la galardonada en la última ceremonia de los Premios Goya, “El reino”, del joven cineasta madrileño Rodrigo Sorogoyen (Madrid, 1981) ganador del Premio Goya a la mejor dirección, la que sin duda provoca el efecto subversivo referido, puede que incluso elevado a la enésima potencia. Y es que la historia de Manuel López-Vidal (apabullante de veracidad, Antonio de la Torre, e igualmente merecido Premio Goya al mejor actor protagonista), un influyente vicesecretario autonómico que lo tiene todo a su favor para dar el salto a la política nacional, pero que unas inoportunas filtraciones implicándolo en una trama de corrupción lo imposibilitan, es verdaderamente patética e indignante.

De vez en cuando el cine latinoamericano nos reserva alguna que otra sorpresa impresionante. En 2009 fue el thriller antifascista en el “El secreto de sus ojos” del pibe Juan José Campanella; en 2015, la denuncia implacable de la pedofilia en el seno de la Iglesia Católica chilena en “El Club” de Pablo Larraín o, en 2016, el azote de la especulación inmobiliaria en “Doña Clara” del brasileño Kleber Mendonça Filho. Ahora es otra película, “El ciudadano ilustre”, proveniente de la industria cinematográfica argentina, una de las más consolidadas en América Latina, la que nos sobrecoge y conmueve. La historia de Daniel Mantovani, un famoso y reconocido escritor argentino afincado en Europa desde hace 40 años y que recibe el Premio Nobel de Literatura, es singular y desconcertante.

El pasado 14 de diciembre se clausuró en el teatro Mella de la ciudad de La Habana la cuadragésima edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Una edición que respondió plenamente a todas las expectativas, tanto de público, colmando cada día las salas de proyección habaneras, como respecto al interés fílmico de las películas presentadas a concurso y fuera de él. Cerca de 400 filmes pertenecientes a las producciones más variadas asaltaron las pantallas combinando estilos y talentos admirables. Evidentemente abordar aquí todas esas películas sería tarea imposible. Sin embargo resumiremos lo más destacable del Festival. Los Premios Corales al mejor largometraje y música original fueron para la película colombiana “Pájaros de verano”, de Ciro Guerra y Cristina Gallego que, precedida del éxito obtenido en la Quincena de Realizadores de Cannes, cuenta la historia real de una familia indígena Wayuu que maneja el tráfico de marihuana en detrimento de sus valores ancestrales. Una película de “gánsteres y espíritus” según sus directores. El premio a la mejor dirección se lo llevó el mexicano Carlos Reygadas por su obra “Nuestro tiempo” que también conquistó el premio a la mejor fotografía. Se trata de un melodrama nada convencional que se centra en un triángulo amoroso bastante mal parado.

Frase dura y real que expresa cómo muchas mujeres gitanas se sienten viviendo en su cultura, sus costumbres.

Carmen y Lola es una película española, independiente de 2018 dirigida por Arantxa Echevarria, que cuenta con un grupo de actores y actrices no profesionales, debutantes, gitanos y mercheros. Película que levantó muchas críticas antes de su estreno

Debo reconocer que es una película que me sorprendió, plantea con nitidez todos los inconvenientes, discriminaciones que a las protagonistas son sometidas por sus familias, entorno, en una cultura donde la homosexualidad es un tabú, esta película nos adentra en los retos, decisiones, a las que las protagonistas deben enfrentarse ante esta complicada relación. Si ser mujer hoy en día es difícil, ser mujer, gitana y lesbiana es “el más difícil todavía” terminan siendo repudiadas o se escapan de sus familias. Por poner algunos ejemplos solo un 34'8% de las y los gitanos tienen un trabajo asalariado, el 60% de esta etnia no tiene ningún tipo de estudio

Del 6 al 16 de diciembre la bella ciudad de La Habana acoge con los brazos abiertos la 40 edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Cuatro décadas defendiendo y reconociendo el cine latinoamericano y caribeño por su contribución al enriquecimiento de la identidad cultural de la región.

Este año el Festival rinde homenaje al director de cine cubano Tomás Gutiérrez Alea de cuyo filme “Memorias del subdesarrollo”  se cumplen 50 años. Un cineasta que representa lo más sobresaliente del cine producido hasta hoy en Cuba. Otro homenajeado será Fernando Birri, padre del movimiento Nuevo Cine Latinoamericano, fallecido en 2017. Optando a los Premios Coral, tres nuevas películas cubanas han acaparado la atención del público habanero en los días que precedieron al Festival. Dos de las cintas abordan hechos históricos cubanos ocurridos en el siglo XIX y la tercera tiene, dentro de su dramaturgia, continuos desplazamientos por diferentes épocas del siglo XX.

Es tan excepcional hacer una película (aquí un documental) sobre las consecuencias derivadas del golpe de Estado fascista de julio de 1936, y concretamente sobre el drama humano de decenas de miles de víctimas silenciadas en las cunetas españolas, que, pese a las diferencias de concepto que pudiéramos tener sobre el filme, no lo debemos ignorar. Se trata del resultado de un largo trabajo (más de siete años de investigación) emprendido por la joven cineasta madrileña Almudena Cerracedo y su marido, el norteamericano Robert Bahar, quienes, “cuando en 2010 empezaron a conocerse los temas de los bebes robados”, y sobre todo “a partir de la querella argentina” que investiga los casos de víctimas de la dictadura, decidieron que era “importante contar el legado del franquismo en España”. La pareja de directores empezó filmando “todo el movimiento social” y los primeros pasos de este proceso judicial auspiciado por la jueza argentina María Servini que sirvió para que en España se realizase la primera exhumación de una víctima del franquismo bajo tutela internacional: la de Timoteo Mendieta. Y lo que parecía un proyecto de corta duración se convirtió en 450 horas de rodaje y “seguir muchas, muchas historias”. Al principio se pensó en dos versiones: una internacional y otra española, pero al final una sola ha bastado. “El objetivo era contar la historia desde el punto de vista de las personas. Sus luchas, las de las víctimas y las de los supervivientes, que han decidido buscar justicia y romper el silencio”, defiende Almudena Cerracedo.

Con la crisis social consecuencia del crac bursátil de 1929 desembarcaron en Hollywood cineastas exiliados de la Alemania nazi de la década de 1930. Aunque algunos de ellos trabajaron en filmes importantes como Fritz Lang o Fred Zinnemann, otros tardaron en hacerse un lugar en la Meca del cine (Robert Siodmak, Otto Preminger), o subsistieron haciendo filmes de serie B como Wilhelm Thiele o Edgar G. Ulmer. Los que no eran ni técnicos ni músicos tuvieron muchas dificultades para encontrar trabajo, sobre todo si no hablaban inglés.

“Cada cineasta tiene sus colores, como un pintor. Algunos pintan como Dufy, otros con tonos más sombríos, como Soutine, si se quiere, pero nunca se me ha ocurrido pensar si soy amargo o cruel, o pesimista, o lo que sea. Una historia me gusta, y ya está. Yo cuento lo que me gusta.”

Con esta tarjera de visita, de reafirmación en sus principios estéticos y políticos, le iba a ser difícil al cineasta austrohúngaro hacerse aceptar en el Hollywood de mediados de los años 1930, dominado por la rentabilidad económica a ultranza, la censura y una ideología reaccionaria a prueba de bombas. Pero lo intentó luchando denodadamente, primero contra él mismo hasta integrarse en territorio gringo y, algo más tarde, imponiendo su estilo y sus gustos a todo quisque. Y es que a testarudo, Billy Wilder, no tenía competidor. Lo demostró desde que se opuso tajantemente, allá por los años 1920 en Viena, al deseo de sus padres a estudiar derecho, hasta que, harto de monotonía y aburrido hasta las trancas, decidió, en 1926, con apenas 20 abriles, hacerse periodista y viajar a Berlín, por aquel entonces capital europea en plena efervescencia cultural y artística.

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