“Estimadas autoridades del Estado y del Partido Comunista de Cuba que asisten a este acto de inauguración, queridos Premios Nacionales de Cine, amables jurados: este país resiliente, indomable y creativo bajo el acoso más sostenido de un imperio, decide hoy que inauguramos el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, por encima de cualquier circunstancia material, económica o energética. (…) Volvemos a ser la pantalla más hermosa y plural del continente latinoamericano desde hace más de cuatro décadas”.

Con estas palabras del presidente del ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficas), Alexis Triana, quedaba abierta la 44ª edición del Festival de Cine de La Habana el pasado 8 de diciembre. En esta ocasión, desde el entrañable cine Chaplin con la película Los colonos, del realizador chileno Felipe Gálvez. Una extraordinaria muestra cinematográfica que tuvo lugar del 8 al 17 de diciembre, para la que fueron seleccionados 199 filmes, con México, Argentina, Brasil y Chile a la cabeza. Compitieron un total de 90 títulos por los Premios Coral en las categorías de largometraje, ópera prima, largometraje documental, cortometraje y animación. Por parte cubana fueron alrededor de 22 los títulos presentados en el prestigioso evento, entre ellos La mujer salvaje, de Alan González; Una noche con los Rolling Stones, de Patricia Ramos y Brujo amor, de Orlando Mora. Asimismo, el Festival, que incluyó una amplia exposición de cine contemporáneo internacional, homenajeó a dos cineastas de renombre: al impar realizador hispano-mexicano Luis Buñuel, en el 40 aniversario de su fallecimiento, y al actor y director francés Max Linder, en el 140 de su natalicio.

Por sorprendente que parezca, el cine palestino ha existido y existe todavía. ¿Transnacional y producido con múltiples dificultades? Sin duda ninguna, pero un cine igualmente que, habiendo pervivido en el tiempo, sigue realizando películas que muestran la idiosincrasia y el coraje de un pueblo que jamás renunció a recuperar su tierra (Palestina) que un día de 1948 (el Día de la Catástrofe) le usurpó vilmente el sionismo internacional con el apoyo de las grandes potencias de la época. Un cine, pues, testigo y memoria de la lucha heroica del pueblo palestino, y que con revitalizada energía creativa se rehace y reinventa cada día. Un cine, además, que prueba fehacientemente que la barbarie cometida por la entidad sionista no empezó un 7 de octubre como consecuencia del combate legítimo de la resistencia palestina contra el ocupante israelí, sino 75 años antes.

No es ninguna conjetura cinéfila: la victoria conseguida por los actores y guionistas de la meca del cine con su lucha obstinada y combativa en defensa de sus derechos laborales y sociales, es una auténtica obra maestra del género sindical cinematográfico. Sí, como aquellos chefs d’oeuvre de la época dorada de Hollywood (años 1930 - 40 y 50 del siglo pasado) en los que sus impactantes, y con frecuencia asombrosas historias, tenían que concluir con el anhelado final feliz. ¿Recordáis, gente de mi generación? Pues bien, algo así es lo que ha ocurrido con la ejemplar batalla sindical de los currantes de Hollywood, que no de las grandes stars del celuloide: un apoteósico y alentador happy end. Primero, en el pasado mes de octubre, fueron los guionistas con su poderoso sindicato WGA (Writers Guil of America) al frente quienes tras 148 días de lucha decidida y perseverante doblegaron la posición recalcitrante de la Alianza de Productores de Cine y Televisión (AMPTP), la patronal del sector; consiguiendo, según palabras del sindicato, un acuerdo “bastante bueno” al conseguir aumentos salariales, la gestión de los “residuals” (el dinero que reciben tras la explotación en las salas, plataformas o mercado de una obra), el número de guionistas por series  y, sobre todo,  la regulación de la inteligencia artificial, que, además, “nunca podrá reclamar autoría ninguna”.

¡Que cunda el ejemplo!

Ahora el turno le ha tocado a los actores y actrices, que con su combativo sindicato SAG-AFTRA han ganado el pulso mantenido durante cerca de 4 meses de lucha sin cuartel a la patronal AMPTP, en este caso aún más intransigente que con los victoriosos guionistas.

En el país donde el individualismo es paradigma y la Meca del Cine una de sus más importantes bazas, gracias a películas como “Caballero sin espada” (1939) de Frank Capra, “El club de los poetas muertos” (1989) de Peter Weir  o el último “Indiana Jones” (2023) de James Mangold, por citar sólo unos ejemplos, la lucha ejemplar y victoriosa de los y las guionistas de Hollywood por sus derechos laborales y sociales, organizada por el importante sindicato WGA (Writers Guil of America) durante 148 días, echa por tierra tamaña patraña. Del mismo modo que lo están haciendo en el momento de redactar estas líneas las imponentes e imaginativas huelgas de los y las trabajadoras del automóvil (unos 140.000 en General Motors, Ford y Jeep-Stellantis) y del sector de la salud, con más de 75.000 sanitarios del consorcio hospitalario estadounidense Kaiser Permanente en paro por la mejora de sus condiciones de trabajo, aumentos salariales y contra la sobreexplotación laboral. Protestas, además, con un alto contenido ideológico y una participación como no se veía desde hace décadas.

 Unidos hasta vencer

Pero volviendo a la mítica “fábrica de los sueños hollywoodiense”, el acuerdo arrancado a la Alianza de Productores de Cine y Televisión (AMPTP), la patronal del sector, por quienes constituyen la esencia de cualquier filme, de 94 páginas y una vigencia de tres años, es, según palabras de Carlos Pando, miembro de la directiva de ALMA, el sindicato de guionistas de España, “bastante bueno”. “Han tocado todos los puntos fundamentales -continúa el sindicalista español -, sobre todo los salarios mínimos, la gestión de los “residuals” (el dinero que reciben por derechos tras la explotación en salas de una obra, al entrar en una nueva plataforma o mercado), el número mínimo de guionistas por series y la protección ante la Inteligencia Artificial (IA)”. Habiendo sido la consecución de la regulación de esa preocupante Inteligencia Artificial, la que ha convencido a los guionistas norteamericanos para desconvocar la huelga. Por consiguiente, se puede estimar que el acuerdo, ratificado por el 90 % de los miembros del sindicato de guionistas, sienta un buen precedente ya que presenta una lista de reivindicaciones que desborda el ámbito estadounidense, al tiempo que prueba fehacientemente que la lucha sindical funciona y paga. Que los trabajadores y trabajadoras unidos consiguen mucho más que a título individual.

No es el título de una de esas producciones hollywoodenses que hacen entrar millones de dólares por un tubo. Tampoco es el de la típica película de entertainment (término empleado para que nadie se llame a engaño) que, en general, infantiliza, enajena y distancia a la espectadora o espectador de una realidad social y política que el sistema capitalista prefiere ocultar o distorsionar en su favor. Se trata de “otra cosa” mucho menos vistosa para el establishment de la Meca del Cine, en este caso, la Alianza de Productores de Cine y Televisión (AMPTP). Es la lucha organizada de los trabajadores de ese medio cinematográfico en el poderoso sindicato SAG-AFTRA por sus derechos laborales. Esta organización reúne 160000 actores, locutores, periodistas, bailarines y cantantes, y que, unida al Sindicato de Guionistas en Hollywood (WGA), que representa 11500 guionistas, ha dicho basta y se ha echado a protestar por las calles de Los Ángeles sacudiendo los cimientos de la ilusoria “fábrica de los sueños” ante la posibilidad de una paralización total de la producción hollywoodense. Es un conflicto laboral, por tanto, de gran magnitud y fuerza que ha movilizado en huelgas y manifestaciones a decenas de miles de trabajadoras y trabajadores por mejoras salariales y laborales, pero también por nuevos convenios colectivos,algo que no se veía desde las combativas huelgas de actores de 1960.

Los ignorantes o malintencionados, los medios de comunicación burgueses al servicio del imperialismo yanqui y del sionismo, los gobiernos de los países satélites de los Estados Unidos, entre ellos el de España, los llaman, nada más y nada menos, que  “terroristas”. Son los palestinos: hombres, mujeres, ancianos y niños que sobreviven en la actualidad en régimen de apartheid en Cisjordania y en la Franja de Gaza, la actual Palestina, con unos 4 millones de habitantes. Un sistema político y social basado en la segregación racial impuesto por los descendientes de quienes un día de 1948, con el beneplácito de la comunidad internacional, invadieron su tierra y fundaron unilateralmente el Estado sionista de Israel. 75 años han pasado desde aquella fecha nefasta, y aún no se ha hecho justicia con ese pueblo heroico de más de 12 millones de seres humanos repartidos por el mundo que reivindica, al precio de decenas de miles de muertos y miles de heridos, la creación de un Estado palestino.

Temibles terroristas

 

Ahora que algunos/as tendremos un poco de tiempo libre en estos dos meses de cálido y vacacional verano, estaría bien ver, o rever, algunos de los clásicos cinematográficos que suscitaron en nosotros y nosotras, jóvenes aspirantes a comunistas en los años 1960, una inextinguible llama de rebeldía. Esperando interesen también a los jóvenes que nos leen hoy, y en particular a la juventud comunista del PCPE. Anacrónicamente, y sin que esta escueta propuesta sea producto de una exhaustiva reflexión cinéfila, sino de una forzosa elección y del espacio acordado a esta sección, yo propondría en primer lugar “La madre” (1926) de Vsevolod Pudovkin, una auténtica joya del cine soviético. En esta película, primer film de ficción del gran maestro del cine ruso, Pudovkin adapta la obra homónima de Máximo Gorki, publicada en 1907 y ambientada en la revolución de 1905. En ella el cineasta soviético, en un montaje ágil y trepidante al servicio de la acción, muestra la toma de conciencia revolucionaria de una madre proletaria ante la represión zarista. Mi segunda propuesta revolucionaria sería para una de esas películas que suelen acompañarnos casi toda la vida: “El Gatopardo” (1963), del cineasta marxista italiano Luchino Visconti. Un film en el que el materialismo histórico se hace celuloide para comprender visualmente la evolución dialéctica de la Historia. Ambientada en Sicilia, en 1860, Visconti narra magistralmente el fin de una época: la de la clase nobiliaria representada por el príncipe Frabrizio di Salina; y el inicio de otra: el de la codiciosa burguesía capitalista catapultada por Garibaldi y sus “camisas rojas”.

Es cierto que se han hecho muchas películas sobre la tragedia humana que significó la Primera Guerra Mundial (1914-18), y en general casi todas ellas interesantes y emotivas. Permitidme, pues, que cite algunas que guardo más arraigadas en la memoria para intentar ilustrar cinematográficamente la última producción que sobre el tema se ha realizado y que más abajo comentaré, por ejemplo: “Senderos de gloria” (1957), del inigualable y deplorado Stanley Kubrick, “Johnny cogió su fusil” (1971), del guionista y realizador comunista perseguido por el macartismo Dalton Trumbo, o “1917” (2019), escrita y dirigida por el siempre sorprendente cineasta norteamericano Sam Mendes. Todas ellas altamente recomendables. Sin embargo esta nueva entrega de “Sin novedad en el frente” lleva implícita tal denuncia de los desastres de la guerra y produce tal desgarro en el espectador que, en las actuales circunstancias internacionales impuestas por un sangriento conflicto armado entre la OTAN y Rusia por Ucrania interpuesta, bien merece figurar en esta sección. Y es que hoy, como lo fue también en los albores de la primera conflagración mundial, defender la paz y denunciar al unísono los intereses espurios que motivan las guerras de rapiña (entiéndanse imperialistas) con su funesta y terrible secuela de millones de muertos es posicionarse revolucionariamente.

Alegato pacifista y antiimperialista

Se trata, por tanto, de la tercera adaptación cinematográfica de la novela homónima del escritor germano Erich Maria Remarque (1898-1970), en esta ocasión dirigida magistralmente por el cineasta alemán Edward Berger en 2022.

 

Lee Strasberg, director artístico del Actors Studio de Nueva York, afirmó en su discurso pronunciado durante el entierro de Marilyn Monroe el martes 9 de agosto de 1962 (cinco días después de su muerte en condiciones todavía no elucidadas definitivamente) que Norma Jean (nombre auténtico de Marilyn Monroe), “fue la viva encarnación de lo que es capaz una mujer pobre originaria de un medio desheredado y, para todos nosotros, el símbolo de lo eternamente femenino”. Añadiendo que el icono cinematográfico y sex symbol inextinguible “fue también un ser vibrante, audaz, tímido y sensible al mismo tiempo, temiendo constantemente ser rechazado, pero asimismo ávido de vivir, y, sin cese, preocupado por realizarse”. Sabias palabras del fundador del Group Theatre, una compañía que contó con la participación nada menos que de Elia Kazan, John Garfield, Franchot Tone, Stella Adler, Rober Lewis y Sanford Meiner (todos perseguidos por “comunistas”), en las que se encierra el enigma que envuelve al mito Marilyn Monroe. Es decir, el de la realidad visceral y emocional que representa  Norma Jean en su inaccesible propósito de realizarse como mujer respetada frente a la sofisticación que encarna Marilyn Monroe, su otro yo, fabricada artificialmente  por esa máquina de triturar personas en pos del máximo lucro que es Hollywood. Y eso es, precisamente, lo que, basándose en la novela de la escritora norteamericana Joyce Carol Oates, ha tratado de compendiar con mayor o menor acierto cinematográfico, con mayor o menor rigor biográfico, el cineasta neozelandés Andrew Dominik (1967) en su controvertido largometraje Blonde, realizado en 2022.

Objeto sexual

Sin embargo más allá de esas cuestionables conjeturas,  el filme del director de Mátalos suavemente (2012) tiene el mérito de poner en escena, con una Ana de Armas inconmensurable, la dramática trayectoria de Marilyn-Norma Jean que por su condición de mujer se vio despreciada, violentada y explotada por unos y otros, pero muy cruelmente por la implacable y poderosa industria cinematográfica hollywoodiense que la convirtió en objeto sexual para engrosar sus insaciables arcas.

Honoré de Balzac (1799-1850), novelista y dramaturgo francés representante de la llamada novela realista del siglo XIX, escribió Las ilusiones perdidas entre 1836 y 1843. Una obra literaria integrada en la monumental e inconclusa La comedia humana, en la que cabían el amor imposible, la lucha de clases y el inicio tumultuoso de la prensa moderna. Un libro que el gran escritor galo quiso fuese también un retrato descarnado de la Restauración borbónica en Francia, es decir del periodo comprendido entre la caída de Napoleón en 1815 y la Revolución de Julio de 1830. Por tanto, un desafío literario de notable relevancia.

Ahora un compatriota del precursor de la novela moderna, el cineasta Xavier Giannoli (París, 1972), (Crónica de una mentira, Madame Marguerite), recoge el testigo literario dejado por Balzac y lleva a la gran pantalla con éxito y mucho talento sus frustradas ilusiones. Giannoli consigue transferir fielmente al celuloide, gracias a una puesta en escena vibrante, y a una voz narrativa en off que mantiene el filme en constante movimiento, la psicología y las contradicciones del protagonista de la historia, así como el contexto político y social de una época marcada por la decrepitud de la aristocracia francesa y el inicio del voraz capitalismo.   

Lucien de Rubempré (convincente Benjamin Voisin), joven obrero de una imprenta en Angulema,

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