Ahora que se evidencia el absurdo de gastar millones de euros en industria armamentística en lugar de material sanitario, I+D militar en lugar de investigación en salud, toneladas de combustible y aviones de guerra en lugar de recursos esenciales para la gente, ahora más que nunca gastos militares para presupuestos sociales.

 

La Fiscalía del Tribunal Supremo empieza a enterarse, por fin, de lo que es una convicción general en toda la opinión pública, nacional e internacional: Juan Carlos I cobró una comisión de 100 millones. Parece que en esta ocasión, que no es la única en que ha metido la mano, el empuje de un fiscal Suizo, que tiene alguna documentación facilitada por alguna amiga del Rey Emérito, ha obligado al apresurado movimiento del Fiscal del Supremo, para tratar de evitar que una vez más quede en evidencia la complicidad de la Justicia española.

Estamos viviendo momentos convulsos, los apretones del capital para sacar hasta el último jugo del sudor de la clase obrera, de personas pobres, está llevando a toda esa masa desahuciada del sistema a levantarse:

En Chile, el aumento del ticket del metro provocó revueltas que no acababan, la policía reprime con fuerza, violencia y torturas. Más de 3.649 heridos por bala (405 con lesiones oculares) y 194 querellas por violencia sexual.

Las palabras de George Floyd, asesinado por el agente Derek Chauvin, circularon por redes, carteles y muros, y se convirtieron en muchas ciudades de EE.UU. y del mundo en un lema antirracista, contra un sistema basado en el odio y la violación de los derechos de discriminados y excluidos.

Ahora en EE.UU. se habla de excesos en las protestas, de vandalismo, de atentados contra la sacrosanta Propiedad Privada, más que del crimen en sí. Pero David Brooks afirma que, en su mayoría, las protestas han sido «pacíficas y repletas de encuentros solidarios en un país azotado por una pandemia y la peor crisis económica en casi un siglo».

Hasta el siglo XVI, Ptolomeo (siglo II de nuestra era) mantuvo su autoridad con el Sistema Geocéntrico; según él la Tierra era un cuerpo fijo situado en el centro del Universo, que se movía alrededor del ella, incluidos la Luna, el Sol, los planetas, las estrellas, una capa cristalina y después se llega al cielo morado de “Dios y de todos los Bienaventurados”. La religión católica lo inscribe en las Sagradas Escrituras y todo el que cuestionaba esta teoría era considerado como hereje por la Santa Inquisición (Tribunal Pontificio).

Apenas el día 1 de junio del 2020, se dio el banderazo de la obra insignia del gobierno de López Obrador el llamado “Tren Maya”. Dicho proyecto transitará mediante 15 estaciones en 5 estados del sureste mexicano: Chiapas, Campeche, Yucatán, Tabasco y Quintana Roo con una extensión de vía de 1,440 kms y con una inversión de 139 mil millones de pesos, unos 6 mil 43 millones de dólares, de los cuales 90% de esta inversión será privada y sólo 10% pública. Según el proyecto presentado por el Gobierno Federal, se considera que salgan 1 millón de personas de la pobreza, generando 80 mil empleos en la construcción del mismo, movilizando a cerca de 3 millones de pasajeros al año.

El 1 de abril escribimos un artículo titulado “El coronavirus destapa la olla” y en nuestro primer párrafo decíamos: “Pocos acontecimientos en el mundo han sido difundidos tan profusamente y han sido escuchados por casi la totalidad de la población mundial. Las noticias sobre la pandemia del coronavirus, covid-19, se han convertido en la telenovela de la especie humana”.

Varios eran los títulos candidatos a encabezar este artículo: Privatizar la sanidad con anestesia o, por ejemplo, el célebre Silencio, se privatiza que aparecía en muchas movilizaciones y carteles contra la privatización sanitaria hace ya 10 años. Entonces se hacía una pregunta retórica sobre si éramos conscientes de que nuestra Sanidad Pública estaba sufriendo un intenso grado de privatización desde hacia más de una década. Probablemente la respuesta, excepto en pequeños grupos que venían denunciando la situación, era un NO rotundo. Hoy, tal vez, la respuesta tras el doloroso aprendizaje social sea distinta. Pero hoy ya no es suficiente con saber que las privatizaciones sanitarias matan sino que hoy, si no queremos ser sacrificados y sacrificadas cuando enfermemos, toca luchar a brazo partido y organizadamente por revertir todo lo privatizado y lograr una sanidad pública gratuita (sin copagos), de calidad y universal al servicio del pueblo trabajador y las capas populares.

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