
La crisis profunda (institucional, política, económica y social) que vive actualmente Francia la ven hasta los ciegos. Sí, todos menos el presidente ultraliberal Emmanuel Macron. Sin embargo, es una debacle tangible, poliédrica, y que se agrava cada hora que pasa y cada día que amanece. Tendríamos que remontarnos bastante en el túnel del tiempo (quizás a los años de la dimisión de Charles de Gaulle como presidente de la República francesa tras las revueltas de mayo de 1968) para encontrar una situación similar. Y puede que nos quedáramos cortos en la evocación temporal. Pues la crisis de régimen que sacude al país vecino no es producto de masivas protestas estudiantiles o de imponentes huelgas obreras que, en aquella primavera mítica, cuestionaron claramente el sistema capitalista y su poder político, sino que el impasse, el punto muerto en el que se halla hoy Francia, y que petrifica a la sociedad gala en su conjunto. Es, fundamentalmente, el resultado de las pretensiones personales de un jefe de Estado megalómano que se cree un nuevo Napoleón, de aquellos que marcaron funestamente la historia del país de la Comuna. En realidad, un petimetre que pretende enderezar entuertos por doquier mientras en su casa (el suntuoso Palacio del Elíseo) es incapaz de quitar la mierda que se apila en su artística escalinata desde que su tinglado político, Ensemble (Juntos), se descalabró en las elecciones europeas de junio de 2024.
La última palabra
Desde aquella fecha, el fracaso electoral de nuevo de su organización política en las elecciones legislativas anticipadas que le siguieron en julio de 2024, unido a la ingobernabilidad parlamentaria resultante, debido a la presencia de tres grupos políticos irreconciliables y sin mayoría absoluta en el hemiciclo: el Nuevo Frente Popular (NFP), verdadero ganador de las elecciones; los fachas del Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen y los partidarios del “macronismo”, ha conducido a una inestabilidad política casi permanente, y lo que es peor para el capitalismo galo, a la no aplicación por el momento de unos Presupuestos Generales que pretenden cargar sobre las espaldas de los trabajadores y trabajadoras más de 45.000 millones en recortes sociales.
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- Escrito por José L. Quirante
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Cuánta razón tenía Fidel aquel 12 de junio de 1992 en Río de Janeiro, cuando en una Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo denunció a las sociedades de consumo como “las responsables fundamentales de la atroz destrucción del medio ambiente”; añadiendo a continuación que “ellas han envenenado los mares y ríos, han contaminado el aire, han debilitado y perforado la capa de ozono, han saturado la atmósfera de gases que alteran las condiciones climáticas con efectos catastróficos que ya empezamos a padecer. Los bosques desaparecen, los desiertos se extienden y miles de millones de toneladas de tierra fértil van a parar cada año al mar”. ¿Quién en sus cabales puede cuestionar hoy esta funesta realidad, revelada entonces por el legendario revolucionario cubano? ¡Quién!
Efectivamente, han pasado más de tres décadas desde aquel brillante y rotundo alegato contra la destrucción progresiva del planeta, y las últimas palabras del discurso de Fidel Castro exigiendo que “cesen los egoísmos, los hegemonismos, la insensibilidad, la irresponsabilidad y el engaño porque mañana será demasiado tarde”, resuenan en el mundo con más fuerza que nunca. Hoy podemos comprobar las terribles consecuencias del modo productivo capitalista en los innumerables incendios habidos a lo largo y ancho de otro tórrido y demoledor verano. Numerosos países del Mediterráneo (Turquía, Grecia, Portugal, Italia, pero asimismo el Estado español) han sido pasto desaforado de las llamas. Aquí, en el nuestro, y según el Sistema Europeo de Información sobre Incendios, con 230 incendios forestales en lo que va de año y una superficie calcinada de más de 400.000 hectáreas. Cifras récord que superan con creces los datos de años anteriores.
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- Escrito por José L. Quirante
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A ti, lector simpatizante de nuestra prensa revolucionaria; A ti, lector anónimo, que sin conocerte sigues expectante nuestra tenaz defensa del comunismo; A ti, lector que por puro azar llega a tus manos esta publicación (la voz de los currantes), que tanta constancia exige para infundirle vigor en esta alienante sociedad capitalista; sepáis todos que las palabras que a continuación se apiñan no son fruto de una reflexión perfectamente meditada; nacen abruptamente de las entrañas de quien suscribe para - una vez más - dejar constancia de lo que es absolutamente insoportable, y en donde el entendimiento (lo opuesto a la sinrazón) es cada día ultrajado por la más abominable barbarie cometida desde tiempos de Adolf Hitler: el genocidio del pueblo palestino a manos del imperialista Tío Sam - que es quien manda - y de su odioso gendarme en Oriente Medio: el sanguinario estado sionista de Israel, los nazis del siglo XXI. Un exterminio perpetrado impunemente ante nuestros ojos despavoridos que, en un repugnante in crescendo del terrorismo de Estado, hace que los adjetivos a emplear pierdan fuerza acusatoria. Mostrando así, que la equidistancia es imposible en esta espantosa tragedia, y que las febriles disquisiciones sobre los orígenes del conflicto árabe-israelí sobran ya, pues el asesino, despiadado e incuestionable, es el bestial sionismo.
¡Insoportable!
Pablo Neruda, poeta, escritor y militante comunista hasta el último suspiro, en su libro antifascista, “España en el corazón”, dejó escrito un poema sobrecogedor titulado “Explico algunas cosas”. En él, exponiendo los horrores de la guerra civil española, el gran poeta chileno dice cosas como estas: “Preguntaréis: Y dónde están las lilas? / Y la metafísica cubierta de amapolas? / Y la lluvia que a menudo golpeaba / sus palabras llenándolas / de agujeros y pájaros? (…) / Venid a ver la sangre por las calles / venid a ver / la sangre por las calles!”. Un rotundo aldabonazo a las conciencias aletargadas, que en el poema de Neruda surge de una tierra de la que “salían hogueras devorando seres”, y de un cielo con aviones, bandidos, moros y duquesas asesinando a niños, mientras por “las calles la sangre de los niños, corría simplemente como sangre de niños”.
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- Escrito por José L. Quirante
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Carlos Marx (el gran filósofo alemán del siglo XIX, economista y revolucionario al que no cesan de enterrar los capitalistas, los gestores de su dictadura y los revisionistas) concluía en sus análisis científicos que el capitalismo contiene las semillas de su propia destrucción. Es decir, las contradicciones inherentes al sistema que conducen a una revolución social y a la transición a una sociedad comunista. Las sucesivas crisis económicas, cada vez más graves, más prolongadas y más próximas unas de otras; la concentración del capital, también cada vez más voraz y en menos manos y la explotación del proletariado (o de los trabajadores, si así prefieren), son los factores, según el de Tréveris, que impulsan la superación del sistema de producción capitalista. Es decir, empujan objetivamente al fin del capitalismo. Una extinción que solo dependerá finalmente del grado de concienciación y organización revolucionarias de esa clase social explotada (la clase obrera) de la que la burguesía obtiene plusvalía. “El destino de las revoluciones nacionales queda supeditado a las revoluciones proletarias”, afirmaba Marx en 1848, cuando vio la luz el Manifiesto Comunista. Premisa, añadimos nosotros, que seguirá siendo válida incluso en las circunstancias imprevisibles que en el futuro puedan deparar las tecnologías más sofisticadas. Nada ni nadie podrá evitarlo. La humanidad, la clase trabajadora, no se dejará aniquilar.
Van a por todas
Y en esas estamos. Las condiciones objetivas (contradicciones intrínsecas al sistema capitalista) que impulsan al fin del capitalismo después de más de dos siglos (XIX y XX) de dominación violenta son cada vez más determinantes. Una dominación, por otro lado, que desde 1916, año en el que Lenin escribió y publicó su libro “El imperialismo, fase superior del capitalismo”, se distingue por ser supremacía imperialista. Es decir, por gestar guerras de conquista para controlar y repartirse el mundo, y por organizar el pillaje de sus recursos naturales. El andamiaje del imperialismo se ha cimentado, pues, desde aquel entonces hasta ahora, con masacres, expolios y otras atrocidades. Basta analizar atenta y dialécticamente la historia para corroborarlo. Hoy, en esta fase superior y deleznable del capitalismo, vivimos un momento crucial. Una especie de punto de inflexión en el que, ante la desaparición del “bloque comunista” y el reflujo de las luchas revolucionarias de la clase obrera a causa de esa ausencia, todo le está permitido a los imperialistas y a sus vasallos, entre ellos España.
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- Escrito por José L. Quirante
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Foto de Carlos G. Kindelán
No es el título de un insufrible (menos los de Leone y Morricone) spaghetti western. Es algo bastante peor que ese pueril subgénero cinematográfico. En lo que intento contar no hay pizca de ficción. Es pura y ultrajante realidad por mucho que la camuflen. Bueno, a lo que iba. Quería decir que mientras el criminal sionismo consumaba día a día el genocidio palestino con total impunidad en Gaza y Cisjordania, el gobierno “más progresista de la historia”, el que “adelanta por la izquierda”, formalizaba a través del Ministerio del Interior un contrato de compra de armas a Israel (15.300.000 balas del calibre 9mm Parabelum para la Guardia Civil por valor de 6.642.900 euros) en contra de la promesa formal que el Ejecutivo español había hecho el pasado mes de octubre de no adquirir material militar a la entidad sionista. Lo que, al parecer, “cabreó” a SUMAR y a Izquierda Unida el pasado 23 de abril. ¡Hostias, Pedrín! Incluso al reaparecido coordinador de esta última formación política, Antonio Maíllo, se le cruzaron los cables y largó abruptamente que si no rescindían el contrato balístico los de IU se las piraban. ¡Rehostia! Y es que esas organizaciones oportunistas y reformistas (tanto monta, monta tanto) han engullido tantos sapos desde que apuntalan sumisamente al Gobierno de Pedro Sánchez, y juntos gestionan el sistema capitalista patrio, que de seguir por ese camino tenebroso, además de perder la jeta, si es que les queda alguna, lo de estar a la izquierda del PSOE les va a ser más difícil de demostrar que la inveterada cuadratura del círculo.
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El amigo americano le está saliendo rana a Occidente. Lo está poniendo patas arriba, como aquel que dice. Vamos, y permitidme este término un tanto rebuscado, está intentando descuajeringarlo, desvencijarlo si preferís que es más entendible, y con él, de camino, también a nosotras y nosotros. Aseguran exaltadas lenguas viperinas e igualmente algo interesadas que la razón de ello radica en que el de la Casa Blanca, que hoy más bien parece de sufrido color pardo, es un morrocotudo sicópata mafioso. En fin, un imperialista de tomo y lomo, añadimos nosotros. Sin duda precisan esto por aquello de personalizar el asunto y así quitarle hierro a “la cosa”. Sí, porque, se quiera o no, el tema no va realmente de individualidades más o menos esquizofrénicas. ¡Qué va!, eso es más bien el árbol con el que quieren ocultarnos el deleznable bosque. “La cosa” va efectivamente por otros derroteros. Es de ciegos, políticamente hablando, o de estúpidos, que hay para todos los gustos, no verlo. Para entendernos de una puñetera vez: vivimos en el capitalismo (el referido bosque, hoy definitivamente putrefacto), y, como todo en este mundo finito que a la mayoría social nos ha tocado sufrir, tuvo un día su principio, ha tenido su frenético y, a veces, desarrollo demoledor y, por más cojones, y perdonad lo vulgar de la expresión, tendrá también su ineludible final. ¡Requiescat in pace! Nosotros/as, marxistas-leninistas (y no es una etiqueta vacua, sino la base científica y revolucionaria de nuestro proyecto socialista, un fantasma que, no lo dudéis, volverá), lo hemos escrito y repetido hasta la saciedad. El capitalismo, por tanto, es el responsable de todo lo sucedido durante su largo y controvertido proceso histórico. De todo. Del avance que supuso la derrota en 1789 de la sociedad feudal a manos de la incipiente burguesía; del desarrollo científico-técnico que ha permitido en muchos casos progresos impensables y beneficiosos para la Humanidad. Pero asimismo lo es de los antagonismos de clase, de la desigualdad e injusticia sociales, de la explotación de la clase asalariada y de la expoliación del Planeta, y todo en beneficio de los voraces intereses de una minoría. Algo que hay que barrer para siempre.
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- Escrito por José L. Quirante
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Retrocedamos en el tiempo. Día: 28 de febrero, viernes, quizás por la mañana; Lugar: Despacho Oval de la Casa Blanca (Washington D. C.); Protagonistas: Por un lado, los fascistas Donald Trump y J.D. Vance, presidente y vicepresidente respectivamente del imperio yanqui, por otro lado, Volodomir Zelenski, patético dictador ucraniano de ideología nazi. ¿Motivo del urdido encuentro? Rubricar ante la tele y periodistas elegidos con lupa un acuerdo sobre la explotación de “minerales raros” en Ucrania como contraprestación por los más de 350.000 millones de dólares de apoyo militar suministrados por el Tío Sam al gobierno de Kiev durante tres años de guerra. Y lo que debió haber sido una reunión entre refinados aliados se convirtió súbitamente en un revelador, estridente y rastrero ajuste de cuentas. A las palabras del pelele Zelenski tratando a Putin de asesino, Trump, apuntándole insistentemente con el dedo índice, le espetó que en ese momento no tenía las cartas en su mano, que sin EE.UU perdería la guerra, y que, además, estaba jugando con la vida de millones de personas y con el estallido de la III Guerra Mundial, lo que aconsejaba llegar a un acuerdo de paz con Rusia. Finalmente, y para rematar la faena, el nuevo mandatario estadounidense le soltó que era irrespetuoso con su país, Estados Unidos, y que aún no le había dado las gracias por todo lo hecho en su favor. En ese instante Zelenski más blanco que el papel y con el vientre la mar de revuelto deseó que la tierra se lo tragara. Después, afirman doctos expertos, humillado y descompuesto por doquier se metió el rabo entre las patas y se las piró. ¡Homérico! En pocos minutos, y sin necesidad de sesudos debates, la propaganda occidental sobre el buen Zelenski y el malvado Putin estalló en mil pedazos ante los ojos atónitos de más de 8.000 millones de telespectadores. Y entonces quien quiso comprender, comprendió. Tanto sobre las razones verdaderas de la implantación en Europa de cabezas nucleares yanquis apuntando a Moscú como sobre el potencial bélico real del ejército ucraniano, pasando por quién quiere continuar la guerra y, sobre todo, por quién es el amo y quién el criado. Una insólita emisión televisiva de audiencia insuperable que, además, escenificó rotundamente el antes y el después de un capitalismo internacional en funesta mutación.
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Escuchad: Hubo una vez un planeta llamado Tierra, donde en un medio con frecuencia inhóspito vivieron muchos millones de seres humanos, cuya principal ocupación a lo largo de los tiempos fue currar y hacer lo indecible por subsistir. Al principio, es decir, desde que se tuvo conocimiento de presencia humana en lo que fue el quinto mayor planeta del Sistema Solar, la gente vivía en grupos, no creaban excedente alguno después de cubrir sus necesidades más perentorias y, en consecuencia, no acumulaban bienes. Repartían lo que producían, ¡así, sin más! Y como el desarrollo de las fuerzas productivas era insuficiente como para que el trabajo excedentario de unas personas liberara a otras de la necesidad de trabajar, la explotación era imposible. Tenían, por tanto, relaciones sociales comunitarias y, al no existir clases sociales, no era necesario ningún tipo de Estado para regularlas. A aquella forma de organizarse y vivir, Carlos Marx (¿recordáis a aquel tenaz y perspicaz economista, filósofo e historiador, que elaboró una teoría científica para superar el capitalismo?) la denominó Comunismo primitivo, una sociedad en la que la propiedad privada brillaba por su ausencia. Fue precisamente la apropiación, más tarde, de bienes por una codiciosa y desaforada minoría lo que jodió el invento a quienes con su trabajo los producían, en las sociedades que la lucha de clases impuso a través del desarrollo dialéctico de la Historia: plebeyos y esclavos en la Roma antigua; vasallos y siervos de la gleba en la Edad Media y proletarios en la sociedad capitalista burguesa. Antagonismos de clase que, como veis, perduraron durante muchos siglos.
Nada es eterno
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- Escrito por José L. Quirante
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Conozco una sorprendente canción popular francesa llamada “Vladimir Ilitch” que al escucharla me eriza el vello y aviva mi entusiasmo revolucionario. Compuesta en 1983 y cantada espléndidamente por Michel Sardou, un reconocido cantante de derechas del país vecino, en principio para vituperar el deterioro político y la deriva contrarrevolucionaria que se manifestaban con los últimos suspiros de la Unión Soviética, no sólo reivindica integralmente la figura de Lenin y su legado revolucionario por insólito que parezca, sino que asimismo clama con desgarro su retorno a este mundo en el que el capitalismo perdura (cien años después de su fallecimiento) explotando a la clase obrera y expoliando al Planeta. Una de sus impactantes estrofas en v.o dice así: “Toi Vladimir Ilitch, au soleil d’outre-tombe / Combien d’annes faut-il pour gagner quatre sous / Quand on connaît le prix qu’on met dans une bombe / Lénine relève-toi ils sont devenus fous”. Que traducida al castellano podría quedar así: “Tú Vladimir Ilitch, desde el sol del más allá / ¿Cuántos años son necesarios aún para ganar cuatro perras? / Cuando sabemos el dinero que se invierte en una bomba / ¡Lenin levántate se han vuelto locos!”. Y así hasta interrogarse sobre “¿Adónde han ido los caminos de la esperanza? / ¿En qué noche profunda, en qué espesa niebla están? / Nada ha cambiado para los parias de la Tierra / Todavía no han hallado la salida del Infierno / ¡Oh! Vladimir Ilitch, tú que has luchado por la igualdad de los Hombres, ven de nuevo a hablarnos en pleno corazón de Moscú”. Y todo ese enaltecedor y sublime texto revolucionario envuelto en una música épica a la altura (es lo que me evoca) de la polifonía compuesta por Sergéi Prokófiev en la admirable obra cinematográfica “Alexander Nevsky”, del genial Eisenstein. ¿Extraordinario, no? Claro que sí. Porque al final la verdad subsiste.
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