En el país donde el individualismo es paradigma y la Meca del Cine una de sus más importantes bazas, gracias a películas como “Caballero sin espada” (1939) de Frank Capra, “El club de los poetas muertos” (1989) de Peter Weir  o el último “Indiana Jones” (2023) de James Mangold, por citar sólo unos ejemplos, la lucha ejemplar y victoriosa de los y las guionistas de Hollywood por sus derechos laborales y sociales, organizada por el importante sindicato WGA (Writers Guil of America) durante 148 días, echa por tierra tamaña patraña. Del mismo modo que lo están haciendo en el momento de redactar estas líneas las imponentes e imaginativas huelgas de los y las trabajadoras del automóvil (unos 140.000 en General Motors, Ford y Jeep-Stellantis) y del sector de la salud, con más de 75.000 sanitarios del consorcio hospitalario estadounidense Kaiser Permanente en paro por la mejora de sus condiciones de trabajo, aumentos salariales y contra la sobreexplotación laboral. Protestas, además, con un alto contenido ideológico y una participación como no se veía desde hace décadas.

 Unidos hasta vencer

Pero volviendo a la mítica “fábrica de los sueños hollywoodiense”, el acuerdo arrancado a la Alianza de Productores de Cine y Televisión (AMPTP), la patronal del sector, por quienes constituyen la esencia de cualquier filme, de 94 páginas y una vigencia de tres años, es, según palabras de Carlos Pando, miembro de la directiva de ALMA, el sindicato de guionistas de España, “bastante bueno”. “Han tocado todos los puntos fundamentales -continúa el sindicalista español -, sobre todo los salarios mínimos, la gestión de los “residuals” (el dinero que reciben por derechos tras la explotación en salas de una obra, al entrar en una nueva plataforma o mercado), el número mínimo de guionistas por series y la protección ante la Inteligencia Artificial (IA)”. Habiendo sido la consecución de la regulación de esa preocupante Inteligencia Artificial, la que ha convencido a los guionistas norteamericanos para desconvocar la huelga. Por consiguiente, se puede estimar que el acuerdo, ratificado por el 90 % de los miembros del sindicato de guionistas, sienta un buen precedente ya que presenta una lista de reivindicaciones que desborda el ámbito estadounidense, al tiempo que prueba fehacientemente que la lucha sindical funciona y paga. Que los trabajadores y trabajadoras unidos consiguen mucho más que a título individual.

No es el título de una de esas producciones hollywoodenses que hacen entrar millones de dólares por un tubo. Tampoco es el de la típica película de entertainment (término empleado para que nadie se llame a engaño) que, en general, infantiliza, enajena y distancia a la espectadora o espectador de una realidad social y política que el sistema capitalista prefiere ocultar o distorsionar en su favor. Se trata de “otra cosa” mucho menos vistosa para el establishment de la Meca del Cine, en este caso, la Alianza de Productores de Cine y Televisión (AMPTP). Es la lucha organizada de los trabajadores de ese medio cinematográfico en el poderoso sindicato SAG-AFTRA por sus derechos laborales. Esta organización reúne 160000 actores, locutores, periodistas, bailarines y cantantes, y que, unida al Sindicato de Guionistas en Hollywood (WGA), que representa 11500 guionistas, ha dicho basta y se ha echado a protestar por las calles de Los Ángeles sacudiendo los cimientos de la ilusoria “fábrica de los sueños” ante la posibilidad de una paralización total de la producción hollywoodense. Es un conflicto laboral, por tanto, de gran magnitud y fuerza que ha movilizado en huelgas y manifestaciones a decenas de miles de trabajadoras y trabajadores por mejoras salariales y laborales, pero también por nuevos convenios colectivos,algo que no se veía desde las combativas huelgas de actores de 1960.

Los ignorantes o malintencionados, los medios de comunicación burgueses al servicio del imperialismo yanqui y del sionismo, los gobiernos de los países satélites de los Estados Unidos, entre ellos el de España, los llaman, nada más y nada menos, que  “terroristas”. Son los palestinos: hombres, mujeres, ancianos y niños que sobreviven en la actualidad en régimen de apartheid en Cisjordania y en la Franja de Gaza, la actual Palestina, con unos 4 millones de habitantes. Un sistema político y social basado en la segregación racial impuesto por los descendientes de quienes un día de 1948, con el beneplácito de la comunidad internacional, invadieron su tierra y fundaron unilateralmente el Estado sionista de Israel. 75 años han pasado desde aquella fecha nefasta, y aún no se ha hecho justicia con ese pueblo heroico de más de 12 millones de seres humanos repartidos por el mundo que reivindica, al precio de decenas de miles de muertos y miles de heridos, la creación de un Estado palestino.

Temibles terroristas

 

Ahora que algunos/as tendremos un poco de tiempo libre en estos dos meses de cálido y vacacional verano, estaría bien ver, o rever, algunos de los clásicos cinematográficos que suscitaron en nosotros y nosotras, jóvenes aspirantes a comunistas en los años 1960, una inextinguible llama de rebeldía. Esperando interesen también a los jóvenes que nos leen hoy, y en particular a la juventud comunista del PCPE. Anacrónicamente, y sin que esta escueta propuesta sea producto de una exhaustiva reflexión cinéfila, sino de una forzosa elección y del espacio acordado a esta sección, yo propondría en primer lugar “La madre” (1926) de Vsevolod Pudovkin, una auténtica joya del cine soviético. En esta película, primer film de ficción del gran maestro del cine ruso, Pudovkin adapta la obra homónima de Máximo Gorki, publicada en 1907 y ambientada en la revolución de 1905. En ella el cineasta soviético, en un montaje ágil y trepidante al servicio de la acción, muestra la toma de conciencia revolucionaria de una madre proletaria ante la represión zarista. Mi segunda propuesta revolucionaria sería para una de esas películas que suelen acompañarnos casi toda la vida: “El Gatopardo” (1963), del cineasta marxista italiano Luchino Visconti. Un film en el que el materialismo histórico se hace celuloide para comprender visualmente la evolución dialéctica de la Historia. Ambientada en Sicilia, en 1860, Visconti narra magistralmente el fin de una época: la de la clase nobiliaria representada por el príncipe Frabrizio di Salina; y el inicio de otra: el de la codiciosa burguesía capitalista catapultada por Garibaldi y sus “camisas rojas”.

Es cierto que se han hecho muchas películas sobre la tragedia humana que significó la Primera Guerra Mundial (1914-18), y en general casi todas ellas interesantes y emotivas. Permitidme, pues, que cite algunas que guardo más arraigadas en la memoria para intentar ilustrar cinematográficamente la última producción que sobre el tema se ha realizado y que más abajo comentaré, por ejemplo: “Senderos de gloria” (1957), del inigualable y deplorado Stanley Kubrick, “Johnny cogió su fusil” (1971), del guionista y realizador comunista perseguido por el macartismo Dalton Trumbo, o “1917” (2019), escrita y dirigida por el siempre sorprendente cineasta norteamericano Sam Mendes. Todas ellas altamente recomendables. Sin embargo esta nueva entrega de “Sin novedad en el frente” lleva implícita tal denuncia de los desastres de la guerra y produce tal desgarro en el espectador que, en las actuales circunstancias internacionales impuestas por un sangriento conflicto armado entre la OTAN y Rusia por Ucrania interpuesta, bien merece figurar en esta sección. Y es que hoy, como lo fue también en los albores de la primera conflagración mundial, defender la paz y denunciar al unísono los intereses espurios que motivan las guerras de rapiña (entiéndanse imperialistas) con su funesta y terrible secuela de millones de muertos es posicionarse revolucionariamente.

Alegato pacifista y antiimperialista

Se trata, por tanto, de la tercera adaptación cinematográfica de la novela homónima del escritor germano Erich Maria Remarque (1898-1970), en esta ocasión dirigida magistralmente por el cineasta alemán Edward Berger en 2022.

 

Lee Strasberg, director artístico del Actors Studio de Nueva York, afirmó en su discurso pronunciado durante el entierro de Marilyn Monroe el martes 9 de agosto de 1962 (cinco días después de su muerte en condiciones todavía no elucidadas definitivamente) que Norma Jean (nombre auténtico de Marilyn Monroe), “fue la viva encarnación de lo que es capaz una mujer pobre originaria de un medio desheredado y, para todos nosotros, el símbolo de lo eternamente femenino”. Añadiendo que el icono cinematográfico y sex symbol inextinguible “fue también un ser vibrante, audaz, tímido y sensible al mismo tiempo, temiendo constantemente ser rechazado, pero asimismo ávido de vivir, y, sin cese, preocupado por realizarse”. Sabias palabras del fundador del Group Theatre, una compañía que contó con la participación nada menos que de Elia Kazan, John Garfield, Franchot Tone, Stella Adler, Rober Lewis y Sanford Meiner (todos perseguidos por “comunistas”), en las que se encierra el enigma que envuelve al mito Marilyn Monroe. Es decir, el de la realidad visceral y emocional que representa  Norma Jean en su inaccesible propósito de realizarse como mujer respetada frente a la sofisticación que encarna Marilyn Monroe, su otro yo, fabricada artificialmente  por esa máquina de triturar personas en pos del máximo lucro que es Hollywood. Y eso es, precisamente, lo que, basándose en la novela de la escritora norteamericana Joyce Carol Oates, ha tratado de compendiar con mayor o menor acierto cinematográfico, con mayor o menor rigor biográfico, el cineasta neozelandés Andrew Dominik (1967) en su controvertido largometraje Blonde, realizado en 2022.

Objeto sexual

Sin embargo más allá de esas cuestionables conjeturas,  el filme del director de Mátalos suavemente (2012) tiene el mérito de poner en escena, con una Ana de Armas inconmensurable, la dramática trayectoria de Marilyn-Norma Jean que por su condición de mujer se vio despreciada, violentada y explotada por unos y otros, pero muy cruelmente por la implacable y poderosa industria cinematográfica hollywoodiense que la convirtió en objeto sexual para engrosar sus insaciables arcas.

Honoré de Balzac (1799-1850), novelista y dramaturgo francés representante de la llamada novela realista del siglo XIX, escribió Las ilusiones perdidas entre 1836 y 1843. Una obra literaria integrada en la monumental e inconclusa La comedia humana, en la que cabían el amor imposible, la lucha de clases y el inicio tumultuoso de la prensa moderna. Un libro que el gran escritor galo quiso fuese también un retrato descarnado de la Restauración borbónica en Francia, es decir del periodo comprendido entre la caída de Napoleón en 1815 y la Revolución de Julio de 1830. Por tanto, un desafío literario de notable relevancia.

Ahora un compatriota del precursor de la novela moderna, el cineasta Xavier Giannoli (París, 1972), (Crónica de una mentira, Madame Marguerite), recoge el testigo literario dejado por Balzac y lleva a la gran pantalla con éxito y mucho talento sus frustradas ilusiones. Giannoli consigue transferir fielmente al celuloide, gracias a una puesta en escena vibrante, y a una voz narrativa en off que mantiene el filme en constante movimiento, la psicología y las contradicciones del protagonista de la historia, así como el contexto político y social de una época marcada por la decrepitud de la aristocracia francesa y el inicio del voraz capitalismo.   

Lucien de Rubempré (convincente Benjamin Voisin), joven obrero de una imprenta en Angulema,

Después de un año de consumo audiovisual en pantallas de diferentes formatos, el Comité Organizador de la 43 edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, celebrado en La Habana entre el 1 y el 11 del pasado mes de diciembre, quiso ofrecer al público cubano e internacional un “cine a lo grande”. Es decir, proyectar con total normalidad películas en las grandes pantallas de los cines habaneros para su siempre irremplazable y renovado disfrute. Así, de un total de 2.000 obras inscritas en el prestigioso evento cinematográfico, 185 títulos compusieron la Selección oficial, de los cuales 103 se presentaron a concurso.

El Festival, ubicado en pleno centro de La Habana, se inauguró en la sala del cine Charles Chaplin con un emotivo homenaje al cantautor y músico cubano Pablo Milanés, fundador de la nueva trova e icono de la música nacional fallecido en Madrid el pasado 22 de noviembre. Tras ese sentido reconocimiento, se proyectó el impactante film Argentina, 1985, del realizador bonaerense Santiago Mitre, ganador del premio del público en la última edición del Festival de San Sebastián. 

"As bestas" no es una película del montón. Es decir, no es de esas pelis que, saliendo del cine, se olvidan inmediatamente. El film de Rodrigo Sorogoyen (Madrid, 1981), autor de la excelente "El reino" (2018) o de la impactante miniserie "Antidisturbios" (2020), escrito por él mismo y por su coguionista habitual, Isabel Peña, cuenta una historia que retiene el aliento y marca durablemente las conciencias. Una historia compuesta de capas devastadoras que, fundida en el thriller rural, el western reubicado y el más intenso drama, conduce al espectador por caminos insospechados, repletos de autenticidad, tensión e incertidumbre. Magníficos ingredientes como para admitir que, quizás, pocas películas impactan tanto como esta coproducción hispanofrancesa realizada en 2022. Sí, puede que "Defensa" ("Deliverance") (1972) del gran director británico John Boorman, o "Perros de paja" (1971) del indómito Sam Peckinpah, se le pueda comparar; pero estos dos impresionantes thrillers tienen muchos años a sus espaldas y seguramente han cogido ya algunas arrugas. En cambio, "As bestas" es un drama social que sitúa al espectador en la actualidad más candente, sacudiéndole los sentidos y haciéndolo partícipe de todo cuanto ocurre.

“Salir de la mierda”

Basándose en hechos reales (el crimen de Petín, Orense, 2010), Sorogoyen configura la vida de Antoine y Olga (impresionantes Denis Ménochet y Marina Foïs)  en una pequeña aldea de la Galicia profunda y vaciada de nuestros días. Una pareja francesa de mediana edad, que hastiada de la sociedad de consumo, decide darle la espalda y dedicarse, en la agreste naturaleza, a la agricultura ecológica y a la restauración altruista de viviendas abandonadas por sus inquilinos ante la miseria galopante.

 

¿Qué pasaría si España escuchara en un juicio ejemplar a testimonios de la represión franquista y exigiera de manera irrevocable verdad, justicia y reparación? Sin ninguna duda, que habríamos resuelto una de las asignaturas pendientes más lacerantes de este resignado país y que, por fin, las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo descansarían en paz. Eso me preguntaba mientras gente como yo (rondando los 70 abriles o más) hacíamos cola  para sacar las entradas en las taquillas del cine y así disfrutar de la brillante película Argentina, 1985 del pibe Santiago Mitre (Buenos Aires, 1980). Sí, disfrutar de cómo, en abril de 1985, el fiscal argentino Julio Strassera (impresionante como siempre Ricardo Darín), su brazo derecho Luís Moreno Ocampo y su joven equipo jurídico consiguieron llevar al banquillo de los acusados a la plana mayor de la más cruenta dictadura militar argentina. Disfrutar igualmente viendo, aunque fuese a través de la ficción cinematográfica, los rostros descompuestos y amohinados de los sanguinarios militares Jorge Videla, Eduardo Massera, Ramón Agosti, Roberto Viola, Leopoldo Galtieri y Omar Graffigna, autores entre otros, del golpe de estado de 1976 contra el gobierno de la presidenta electa María Estela de Perón.

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