La exclusión sistemática de las mujeres del relato histórico es una constante. Y cuando aparecen, lo hacen en tareas asistenciales, subalternas o en la retaguardia. Se silencia y eclipsa la verdadera intervención de las mujeres en ámbitos considerados tan masculinos y excluyentes como la guerra. Sin embargo, la República española fue defendida por miles de mujeres que lucharon con las armas en la mano. 

Una de ellas fue Rosario Sánchez Mora. Nacida en la España rural de 1919, afiliada a la JSU y con sólo 17 años se alistó voluntaria para ir al frente. 

Encuadrada en las milicias obreras del Quinto Regimiento fue una de las pocas mujeres en la sección de dinamiteros. Efectuando una descarga con cartuchos de dinamita, una mecha húmeda hizo estallar un cartucho que segó su mano derecha. En 1937 Miguel Hernández vendría a glosar el valor y esta parte de la vida de Rosario en un poema, a partir de entonces, la inmortalizó como Rosario Dinamitera.

Sin embargo, su contribución a la epopeya antifascista continuó en el frente. Intervino en la ofensiva de Brunete con la 46 División con el grado de sargento y como jefa de cartería. Después desempeñó un papel importante reclutando mujeres para reemplazar las vacantes en fábricas y talleres, donde demostraron que podían hacer lo mismo que los hombres.

Al perderse la guerra, muchas mujeres marcharon al exilio, también Rosario lo intentó. Junto a su padre, quedó atrapada en el puerto de Alicante. Capturados ambos, confinados en el campo de concentración de los Almendros, hoy silencia la ciudad el horror fascista que exterminó a miles de personas en aquel lugar. 

Tras el campo, en el que el padre fue fusilado, ella es condenada a muerte. Al serle conmutada la pena por 30 años de cárcel, viene el duro periplo penitenciario en Getafe, Ventas, Deusto, Orio y Saturrarán. Finalmente sólo cumplió 3 años y es liberada en 1942. Entonces llegó el horror de la posguerra y la lucha por rehacer su vida, con su anterior matrimonio anulado con las leyes franquistas y una hija pequeña a la que atender, pues su marido estaba nuevamente casado con otra.

Ella es una mujer nueva de nuestra II República, incorporada al trabajo asalariado, al partido, a la guerra… capaz de romper con la subordinación y dependencia psicológica del varón, que perdió la mano, la juventud y la guerra, pero que mantuvo dignidad y el convencimiento de que la lucha mereció la pena.

Lola Jiménez

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