Con la muerte del militar y político comunista polaco Wojciech Jaruzelski el pasado 25 de mayo, desaparece una figura fundamental que representa por su propia trayectoria de vida la efervescencia revolucionaria y antifascista de los elementos más progresivos del pueblo polaco en su durísima lucha contra la criminal ocupación nazi en el período comprendido entre 1939 y 1945; la creación y desarrollo de la República Popular de Polonia; y, finalmente, el triunfo de la contrarrevolución acontecida en los países socialistas del este de Europa en el período de 1989-1991.

 

La biografía política y militar de Jaruzelski constituye la  plasmación, en primera persona, de la ayuda prestada por la URSS para la conformación en el propio territorio soviético de la Unión de Patriotas Polacos (ZPP) en febrero de 1943 y que, en permanente contacto con el clandestino Partido Obrero Polaco (PPR) que operaba dentro de la Polonia ocupada por el nazifascismo, mantuvo en las terribles condiciones de lucha que el período histórico requería un programa, en alianza con otros sectores de izquierdas, centrado en la realización de cambios socioeconómicos sustanciales, como la nacionalización de la industria, de la banca y el gran comercio, o la reforma agraria.

Jaruzelski, a pesar de no estar encuadrado en ninguna organización comunista hasta 1947, es miembro activo desde 1943 del Ejército Popular Polaco (LWP), creado igualmente en la URSS para dar protagonismo a los refugiados polacos dentro del territorio soviético en la tarea de colaborar militarmente en la Gran Guerra Patria dentro de las fronteras soviéticas, y a ser ellos mismos, posteriormente, protagonistas en la liberación de su patria de las garras de la Alemania hitleriana.

Varsovia, Gdansk, Gdynia…. fueron algunas de las ciudades polacas en las que el LWP tuvo un protagonismo activo en su liberación definitiva. E incluso tuvieron la oportunidad de cobrarse merecida venganza por los más de 6 millones de ciudadanos y ciudadanas de Polonia exterminados por el III Reich, al participar en los combates librados para la toma de la Cancillería y del Reichstag berlinés por el Ejército Rojo.

Caen por su propio peso, por tanto, con este breve recorrido histórico, las mentiras volcadas por los elementos reaccionarios polacos, de entonces y de ahora, que pretendieron y pretenden falsear su propia historia menospreciando, o condenando abiertamente, la que fue una vital ayuda internacionalista de la patria soviética a las masas polacas en su lucha por sacudirse, tanto la ocupación alemana, como el intento por parte de los sectores capitalistas polacos encuadrados en su día en el autoproclamado gobierno polaco en el exilio (primero en París, luego en Londres) como los inequívocos y únicos representantes de los intereses del pueblo polaco de la época.

Jaruzelski fue testigo de cómo en el referéndum de junio de 1946, el pueblo polaco apoya mayoritariamente las reformas socioeconómicas impulsadas por el PPR, y cómo en las elecciones legislativas de 1947, el PPR y sus aliados se alzan con el triunfo, pasando así  Polonia a convertirse en República Popular, dirigida por el Partido Obrero Unificado Polaco (PZPR), resultante de la fusión del PPR y del Partido Socialista. 

Nuevamente los simples hechos históricos contradicen a los elementos anticomunistas de toda condición y pelaje que, machaconamente, siguen pretendiendo inocular el falso discurso según el cual el llamado bloque socialista del Este de Europa no fue más que fruto de una ocupación soviética y una imposición externa contra las aspiraciones “democráticas” de sus propios pueblos.

Jaruzelski fue ascendiendo gradualmente en el escalafón político y militar de la Polonia Popular siendo primero, testigo de excepción, y posteriormente participante activo en la toma de decisiones estratégicas, del impresionante desarrollo experimentado por el país, fruto de la planificación democrática de la economía y de la propiedad colectiva de los medios de producción, donde la clase obrera, a través de sus organizaciones políticas o sindicales, era sujeto activo en la construcción del Socialismo.

Un sector agrícola de propiedad cooperativa o bajo control directamente estatal superior al 50% para los años -70; una industria que, partiendo de la nada en el período de posguerra, representaba el 62% del PIB y empleaba una cuarta parte de la mano de obra en 1977; una educación al servicio del pueblo trabajador donde la Constitución consagraba el carácter universal, laico, público y gratuito de la misma y donde, junto con el idioma polaco común, se protegía el derecho a la educación en lenguas minoritarias (bielorruso, alemán, ucraniano, eslovaco, lituano o yiddish); la erradicación de un ejército hasta entonces férreamente clasista (prohibición en 1937 de matrimonios entre oficiales con mujeres de sectores humildes) para transformarse en una institución donde ya en 1963 el 49% de los oficiales eran de extracción obrera y el 33% de composición campesina, y que tuvo la posibilidad de demostrar su carácter internacionalista en el aplastamiento, junto con otras tropas del Pacto de Varsovia, del intento de golpe capitalista abortado en Checoslovaquia en 1968; constituyen algunas de las conquistas que la clase obrera polaca protagonizó, y que contrastan con el desmantelamiento progresivo del tejido industrial y la consecuente necesidad de emigrar para millones de trabajadores y trabajadoras polacas a quien el proceso contrarrevolucionario triunfante de 1989-1991 sólo ha traído paro, privatizaciones, desprotección social, el regreso al oscurantismo religioso representado en un integrismo católico y antisemita, o un nacionalismo chovinista fanático interesado en reescribir la historia a medida de la oligarquía que actualmente detenta el poder, protegida por el imperialismo de la Unión Europea (UE), y tendente a borrar de la memoria colectiva del pueblo polaco cualquier pasado emancipador, así como a criminalizar a quienes siguen manteniendo en alto y reivindicando el pasado socialista de Polonia, donde actualmente la exhibición de los símbolos comunistas en Polonia es considerado un delito.

Sin embargo, la historia de la construcción de la Polonia Popular en la que Jaruzelski tomó parte activa, no está exenta de gravísimos errores, tanto  en el ámbito económico como en el político, fruto sin duda de la relajación y la posterior profundización en la deriva revisionista que fue corroyendo progresivamente a las organizaciones partidarias y a las instituciones estatales tras la negación de los principios fundamentales del marxismo-leninismo, y su paulatina sustitución por “teorías” acientíficas y ajenas a los intereses del pueblo trabajador como el llamado “estado de todo el pueblo”, la pervivencia (incluso el impulso) de leyes económicas propias del capitalismo; o la esclerosis y burocratización de los aparatos del Estado que progresivamente se alejaban del necesario protagonismo que las masas debían tomar a la hora de dirigirlo, y que permitieron la recuperación y posterior ofensiva de sectores objetivamente interesados en liquidar la construcción socialista.

La permisividad para con una influyente jerarquía vaticanista que operaba impunemente como actor político contrarrevolucionario; el protagonismo y reconocimiento explícito concedido a falsos sindicatos como Solidaridad, o su vertiente agrícola (“Solidaridad Campesina”) que, sabiendo aprovechar hábilmente los fracasos de algunos planes quinquenales y malas cosechas, catalizaron el descontento de amplios sectores obreros y populares para presentarse falsamente como genuinos representantes de las masas y boicotear activamente la producción, elemento que a su vez retroalimentaba el creciente malestar en amplios sectores, constituyen alguno de los puntos que fueron abriendo paso paulatina pero ininterrumpidamente a posiciones ideológicas antagónicas a lo que debía suponer un gobierno obrero y campesino (chovinismo, odio religioso, regreso a una economía capitalista, o entrega directa de sectores estratégicos al capital privado, incluyendo el extranjero).

Jaruzelski, ya nombrado Jefe de Gobierno y Secretario General del Partido, dirigió en Diciembre de 1981 un importante golpe destinado a derrotar la influencia y maniobras abiertamente golpistas de los elementos derechistas que, a pesar del éxito momentáneo obtenido, y quizás debido a la timidez en cuanto a su contundencia e inconstancia en el tiempo, no pudo (o supo, o quiso) frenar el caudal contrarrevolucionario que, operando al mismo tiempo desde dentro de territorio polaco como desde fuera, haría caer definitivamente la Polonia Popular y descabalgar así a las masas polacas de un Estado que, con sus deficiencias y errores, durante las últimas 4 décadas les había pertenecido.

La posterior persecución política a Jaruzelski por parte de las autoridades de la Polonia burguesa, prácticamente hasta su muerte, incluyendo el intento de enjuiciamiento por las responsabilidades ocupadas en la antigua República Popular, es una muestra más del ensañamiento y afán de venganza que atraviesa el accionar de los distintos gobiernos capitalistas en un intento para erradicar la voluntad de lucha de los pueblos por deshacerse del yugo de la actual dictadura del capital; por desarticular a sus organizaciones de vanguardia. En definitiva, por tratar de parar la rueda de la historia y  sacudirse el pavor que les asalta ante “el fantasma del comunismo”, que no deja de recorrer Europa.

Intentos vanos. Pues la máxima aspiración de quienes hoy somos golpeados por el poder de los monopolios de este capitalismo en crisis, incluyendo al pueblo trabajador polaco, no puede erradicarse nuestra voluntad por conquistar, y esta vez definitivamente, un mundo reflejado en las palabras de Israel Shamir para referirse al período soviético: “Vivíamos en un paraíso comunista pero no nos dábamos cuenta”.

Juan Carlos Martínez-Portillo

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