Aparentemente es de una candidez angelical a la vez que inconmensurable cinismo la pretensión ideológica del capital proponiendo a los capitalistas individuales no ya como los grandes benefactores de la humanidad, sino incluso como exclusivos portadores del sostenimiento y avance que permite a los humanos poder sobrevivir en un mundo hostil, amedrentados por causas ajenas al desarrollo del propio sistema capitalista.
Ni el sistema ni el capitalista "emprendedor" son causantes de ningún mal. Gracias a ellos existe el "bienestar", el progreso, la felicidad en aquellas sociedades en que el capital está suficientemente desarrollado mientras que, al contrario, hay calamidades allí donde encuentra impedimentos a su expansión.
Su pretensión consiste en hacernos creer que la larga marcha de la humanidad ha transcurrido con el único fin de llegar al capitalismo y, una vez aquí, ya estamos en la estación final. Sin capital no se puede seguir.
Con mayor o menor elaboración el argumento plasma el siguiente guión: para que la sociedad actual pueda funcionar alguien ha de aportar el dinero y compre los medios de producción y, por supuesto, tiene que haber alguien que proporcione el trabajo. Esta afirmación confunde interesada y erróneamente los requisitos materiales (medios de producción, fuerza laboral) que toda producción precisa con una forma social específica de satisfacerlos. Quieren hacernos creer que el capitalismo es eterno, pues dado que la producción siempre requiere medios de producción, requiere siempre capital. Marx ya decía algo así como que para el economista panzaaltrote y para el burgués satisfecho "la reproducción en escala ampliada es… inseparable de la forma capitalista de esta reproducción de la acumulación".
Este argumento ideológico, sin base alguna, repetido sin descanso, sirve para ser asimilado por las masas, rechazando por antinatural cualquier argumento contrario. El paso a otro tipo de sociedad se considera inviable, incluso inimaginable. Es por tanto necesario desenmascarar este engaño muy extendido que pretende que el capitalismo no tiene final.
Precisamente en el momento actual lo que destaca de una forma palmaria es la inutilidad y el horror del sistema dominante de producción, distribución y consumo. Los capitalistas no sólo son innecesarios, además son completamente prescindibles. Solamente echar un vistazo a los últimos desastres causados por el capitalismo y sus capitalistas para entender que su única "utilidad" ha consistido en aumentar la explotación y conducir a las más amplias masas a una miseria inimaginable. Dos ejemplos:
-
Miles y miles de millones entregados a explotadores banqueros corruptos para evitar sus quiebras.
-
Ahora inventan otra especie de banco malo para salvar el gran chanchullo de las autopistas de peaje entregando otros cuantos miles de millones a parte de la flor y nata de la repulsiva oligarquía española, a la que ya se premió con la construcción y contratas de esas maravillosas infraestructuras.
Dos ejemplos demostrativos de lo nocivo de su actividad para el conjunto de la sociedad y que proporcionan la imagen de su absoluta inutilidad.
En las diversas formas que la humanidad, para satisfacer sus necesidades, ha procedido al intercambio con la naturaleza y en alguna medida transformarla, ha habido instrumentos, por un lado y por otro, humanos elaborando productos. Y en esas sociedades no se precisó el capitalismo.
Otra sociedad es posible. La sociedad socialista es imaginable, deseable, necesaria y urgente. En la sociedad socialista los medios de producción y trabajadores los aporta la propia sociedad. No precisamos una clase con la única finalidad de explotar para acumular capital. Ni un Estado del capital que, nos dicen, se coloca por encima de las clases para velar por el bien de toda la "ciudadanía". Ni una Unión Europea que cuida que la clase obrera y las masas no despilfarren ni sesteen, por lo que hay que atarlas en corto y sobreexplotarlas.
Como no nos sirven, son inútiles y son prescindibles nos proponemos arrojarlos al vertedero de la historia: ¡¡¡A la basura!!!
Julio Mínguez