Releí hace unos días el Manifiesto Comunista. Han transcurrido 165 años desde que Marx y Engels divulgaran este explosivo documento revolucionario.

El mundo actual es muy diferente de aquel que inspiró el Manifiesto. En la época, la Revolución de 1848 lastraba por Europa. El «espectro» del comunismo alarmaba a las clases dominantes, del Atlántico a los Urales. Pero solamente en 1917, casi medio siglo tras la Comuna de París, una revolución victoriosa y un Partido Comunista crearon el primer Estado socialista en Rusia.

Más de siete décadas duró la primera experiencia socialista triunfante. Finalizó con la trágica desintegración de la Unión Soviética y el regreso del capitalismo a Rusia.

Hoy, en Europa, el Poder es ejercido por las clases dominantes. Ta vez con una única excepción, burguesías arrogantes controlan los gobiernos. Los políticos que las representan son neoliberales, socialdemócratas domesticados, o nostálgicos del fascismo.

En este contexto histórico tan sombrío, fue con sorpresa que, al releer el Manifiesto Comunista, llegué a la conclusión de que no perdió actualidad.

Continúa cargado de enseñanzas para comunistas y no comunistas. Siento que en Portugal, señaladamente, es actualísimo.

LA ESCUELA DE LA REVOLUCIÓN DE 1848

La Revolución de 1848 en Alemania, en aquel momento un conglomerado heterogeneo de reinos y principados casi feudales, fue una gran escuela de política para Marx y Engels.

Ambos sabían que la teoría sin la práctica no abre el camino para victorias revolucionarias. La Revolución de febrero en Francia provocara el pánico en la Europa de las monarquías cuando Lamartine proclamó la República en París.

Pero fue solamente cuando regresaron a Alemania que Marx y Engels repararon en dos dramáticos años, en el marco de la revolución que abrasaba Europa, de las dificultades insuperables que en la época impedian la concreción en plazo previsible del proyecto comunista de que la Nueva Gazeta Renana era el mensagero más prestigiado.

Engels afirmó en la vejez que el Manifiesto era «el producto más ampliamente divulgado, más internacional, de toda la literatura socialista, el programa común de muchos millones de obreros de todos los países, desde Siberia a California».

«Este pequeño librito -escribió Lenin- vale por tomos enteros: inspira y anima hasta hoy el proletariado organizado y combatiente del mundo civilizado». Según el gran revolucionario ruso, el Manifesto «expone, con una claridad y un vigor geniales, la nueva concepción del mundo, el materialismo consecuente, aplicado también en el dominio de la vida social, la dialéctica como la doctrina más vasta y más profunda del desarrollo, la teoría de la lucha de clases y del papel revolucionario histórico universal del proletariado, creador de una sociedad nueva, la sociedad comunista».

Innovador, el Manifesto esbozó el marco del desarrollo del capitalismo e iluminó las contradiciones internas que conducirán a su final.

Marx y Engels eran conscientes de que era indispensable para la conquista del poder crear un Partido capaz de asumir el papel de vanguardia de la clase obrera. Internacionalistas, sin embargo, habían advertido que la lucha de la clase obrera tendría que desarrollarse en primer lugar en cada nación.

Ambos consideraban extremamente peligrosas las organizaciones reformistas y contra ellas lucharon siempre con tenacidad.

Pensando en la Unión Europea y más específicamente en Portugal, impresiona verificar cómo esas preocupaciones y advertencias permanecen actuales y facilitan la comprensión de grandes desafíos del presente.

En Alemania, la ausencia de condiciones subjetivas favorables fue determinante para la alteración de la relación de fuerzas, abriendo camino a la represión, dirigida por Prusia.

Los autores del Manifiesto tropiezan con obstáculos invencibles en la tentativa de crear el partido revolucionario de nuevo tipo. Sería Lenin su creador en Rusia, muchas décadas después.

Asimismo en Colonia, sede del núcleo duro de la Liga de los Comunistas, los conflictos entre fracciones y personalidades fueron permanentes, incluyendo algunos dirigentes políticos que pretendían ser comunistas, pero actuaban como oportunistas.

Marx y Engels tuvieron que enfrentar problemas en la propia redacción de la Nueva Gazeta Renana. Hasta en el debate sobre la legalidad o ilegalidad de la Liga de los Comunistas. La inmadurez del movimiento revolucionario alemán contribuyó decisivamente a la derrota de la revolución democrático burguesa. Pero la práctica de la lucha revolucionaria, como subrayó Marx, fue una excelente escuela para la educación política de los obreros.

La reflexión de Marx y Engels sobre los acontecimientos de 1848/49 es identificable en trabajos que escribieron sobre la complementariedad teoría-práctica.

La derrota del proletariado francés en junio del 48 fue el prólogo de la ola de represión que barrió a Europa. La revolución democrática burguesa fue aplastada en Austria, en Bohemia, en Italia, en Alemania, en Hungría (en Budapest con la ayuda militar de la autocracia rusa).

Pero, a pesar de derrotadas, esas Revoluciones confirmaron la opinión de los autores del Manifiesto sobre el papel decisivo que la lucha de clases desempeña en el choque entre opresores y oprimidos.

En su obra La Lucha de Clases en Francia, Marx demuestra haber asimilado las lecciones del fiasco de la insurrección del proletariado francés en la insurrección de junio.

LECCIONES PARA PORTUGAL

Al releer el Manifiesto, concluyo que él hoy funciona como un manual para a lucha contra la tiranía que oprime al pueblo portugués.

El actual gobierno consigue ser más nocivo por el proyecto y por su obra destructora que los peores gobiernos de la monarquía absoluta. Tas una luminosa revolución progresista, trae de vuelta el pasado.

En el Manifiesto hay párrafos, en la denuncia del desprecio por los trabajadores, de la sobreexplotación de la fuerza de trabajo y de la deshumanización y arrogancia del capital, que se ajustan como un guante a la estrategia devastadora del gobierno portugués. Este se diferencia de dictaduras tradicionales porque actúa bajo la fachada de una democracia formal. Pero la máscara institucional no elude las víctimas de una política criminal, ya ni siquiera personalidades y estamentos sociales que lo apoyaran inicialmente. Algunos discursos de Passos Coelho, con leves adaptaciones (porque su oratoria es tosca y beocia), traen a la memoria, por el fariseísmo, los de Salazar, no obstante, siendo apenas un instrumento del capital.

Crece cada día el repudio por la política del primer ministro y su gente. El presidente de la República la apoya ostensivamente, sin respetar la Constitución que juró cumplir.

Los trabajadores la condenan diariamente en las calles, invaden ministerios, se manifiestan frente a la Assembleia da República.

Hay un límite para que los enemigos del pueblo gobiernen contra él. Marx y Engels recuerdan esa evidencia en su actualísimo -repito-, Manifiesto Comunista.

El derecho de rebelión contra la tiranía es inherente a la condición humana.

Vila Nova de Gaia, 10 de abril de 2014

Miguel Urbano Rodrigues

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