Hay ocasiones en que la democracia burguesa descubre todas sus cartas y en que la tan cacareada libertad de expresión se muestra desnuda a los ojos de los impávidos lectores. La muerte de Adolfo Suárez es un ejemplo paradigmático.
Ya desde días antes del óbito del antiguo Ministro Secretario General del Movimiento, los medios de “comunicación” se habían volcado con la anunciada noticia de su muerte, con una mezcla de adulación, encomio, olvido interesado y muchas dosis de espectáculo carroñero. En realidad nada nuevo, la verdad.
Este mal abogado, fue miembro de Falange Española de las JONS desde 1958 a 1977, casi 20 años que no se pueden calificar de error de juventud. Su gran mentor, Fernando Herrero Tejedor, un antiguo camisa vieja, es quien le aupa a los más altos escalafones del franquismo: miembro de la Secretaría General del Movimiento, jefe de su Gabinete técnico, gobernador civil de Segovia, director de RTVE y, por fin, Ministro Secretario del Movimiento en el gobierno de Arias Navarro.
Por tanto, estamos ante un hombre profundamente enraizado en las más rancias estructuras del franquismo y no ante un advenedizo que no sabía lo que hacía. En definitiva, un franquista de pro.
Se nos repite una y otra vez que Adolfo Suárez tuvo un papel muy destacado en la Transición y tienen razón, aunque desde nuestro punto de vista eso no sea un halago.
A las alturas de mediados del 75 estaba claro que la forma militar de la dictadura del capital en España no tenía futuro. La burguesía española, muy débil respecto a sus competidoras europeas e internacionales, necesitaba cierto cambio de rumbo.
El desarrollo de las fuerzas productivas en España impedía un proceso de acumulación de capital que permitiera situarse a la burguesía patria al nivel de sus competidoras; necesitaba facilitar la importación de capitales extranjeros que permitieran modernizar las estructuras productivas españolas y, sobre todo, encontrar mayores facilidades a la hora de exportar el excedente de capital español, fortaleciendo su presencia en los escenarios históricamente claves para las clases dominantes españolas: fundamentalmente América Latina.
Eso por no hablar del lucrativo negocio que era formar parte de un mercado interno protegido frente a los competidores foráneos como era la CEE, el llamado Mercado Común. En una palabra, la burguesía española, incapaz de obtener una posición relevante por sí misma en la cadena imperialista, necesitaba imperiosamente entrar a formar parte del polo imperialista europeo.
En ese contexto, como digo, era imprescindible cambiar la forma de la dictadura del capital hacia formas más parecidas a las democracias burguesas occidentales. En el seno del franquismo se enfrentaron dos sectores: los opuestos a cualquier tipo de modificación de la dictadura militar, más cercanos a sectores particulares de la aún existente terratenencia española, y un segundo sector, muy mayoritario, que representaba los intereses de la burguesía española que más beneficios iba a encontrar en el cambio de la forma de la dictadura del capital, es decir, aquellos sectores dedicados al turismo, al negocio agro-exportador, la banca…Adolfo Suárez era el hombre perfecto para los segundos.
Adolfo Suárez, en una alianza impagable con un PCE eurocomunista y degenerado (mejor no hablar del PSOE), capitaneó un proceso, llamado de la Transición Democrática (sic), por el que, en definitiva, se cambiaba la superestructura de dominación de la burguesía, pero permanecían incólumes las bases materiales de su dominio. Todo lo contrario, la nueva forma de la dictadura del capital favoreció y fortaleció a la burguesía española como nunca lo había sido antes.
Siendo ya presidente del Gobierno con la UCD, Suárez se entregó con afán a su tarea de mamporrero de la burguesía con una habilidad pasmosa para presentarse siempre a sí mismo como héroe y salvador. Si con una mano decía enfrentarse a Alianza Popular, con la otra seguía protegiendo al asesino de Manuel Fraga y permitiendo los tejemanejes descarados de la CIA en España.
Proclama a los cuatro vientos la Ley de Amnistía de 1977, aunque en realidad sigue deteniendo a comunistas y protegiendo a los fascistas como la Triple A, el Batallón Vasco-Español, Fuerza Nueva o los Guerrilleros de Cristo-Rey; organizaciones responsables de un reguero de violencia callejera que supone el asesinato de 46, cuando menos, hombres y mujeres comunistas, líderes sindicales o vecinales.
No tuvo reparos en salir en televisión denunciando los atentados contra las organizaciones obreras o la prensa, aunque detrás de las bambalinas los culpables, cuando se les detenía, eran inmediatamente puestos en libertad “por falta de pruebas”.
En fin, Adolfo Suárez era el hombre perfecto para una Transición hipócrita que no tuvo nada democrática para la clase obrera y los sectores populares.
Se nos repetirá estos días, como si fuera un mantra, que gracias a Adolfo Suárez “tenemos los derechos que tenemos” o eso de “ustedes los comunistas están legalizados gracias a él”. Por fortuna, hay gente que sabe bien que los derechos los consigue la clase obrera en la lucha y no son graciosas concesiones de la burguesía ni de sus representantes.
Y es que, hoy, en que la forma de dominación capitalista es cada vez más cuestionada por la clase obrera y los sectores populares, se hacía necesaria la exaltación de un mártir, de un héroe. Por eso, todos los medios de comunicación que la burguesía tiene en su poder responden al toque de rebato con un incesante lamento por un hombre “ejemplar, noble, un político de raza y un demócrata de toda la vida”.
Adolfo Suárez, sin duda, murió en el momento perfecto.
Armiche Carrillo