El capitalismo ya cuestiona abiertamente el derecho a la salud.

En octubre de 2011 Boi Ruiz i Garcia, ya entonces y todavía ahora Conseller de Salut de la Generalitat de Catalunya, declaró: “no hay un derecho a la salud, porque ésta depende del código genético que tenga la persona, de sus antecedentes familiares y de sus hábitos, que es lo que sería el ecosistema de la persona”, en definitiva que “la salud depende de uno mismo, no del Estado”. No es necesario dedicar ningún esfuerzo en rebatir unas afirmaciones que no sólo carecen del más mínimo rigor científico sino que son frontalmente contrarias a las innumerables investigaciones e informes que sustentan el cuerpo teórico y metodológico de la Medicina Social, el Higienismo o la Salud Pública.

Quizás a muchos les pueda sorprender que lo que las y los comunistas hacemos, desde los análisis teóricos hasta las luchas en los frentes de masas es, en realidad, Medicina. Y, sin embargo, ya a mitad del siglo XIX el célebre patólogo alemán Rudolf Virchow, estudiado como tal en las Facultades de Medicina de todo el mundo, sentó las bases de la Medicina Social con su célebre frase: “La medicina es una ciencia social y la política no es más que medicina en gran escala”. No es casual que la Constitución Soviética fuese la primera del mundo en establecer un sistema sanitario universal y gratuito en el momento del uso, consiguiendo espectaculares avances en la salud del pueblo trabajador. ¿Qué es la Revolución Cubana sino un inmenso ejercicio de promoción de la salud colectiva de su pueblo, actuando sobre la raíz de los determinantes sociales de la salud y de las desigualdades en salud? El mundo capitalista tuvo que responder con su limitado “Estado del Bienestar” y esperar hasta el año 2005 para que la OMS constituyera la Comisión sobre Determinantes Sociales de la Salud. En su informe final de 2008 comienza afirmando: “La justicia social es una cuestión de vida o muerte. Afecta al modo en que vive la gente, a la probabilidad de enfermar y al riesgo de morir de forma prematura”. ¡A buenas horas!

Al conseller Boi Ruiz, doctor en medicina y cirugía por la Universitat de Barcelona, seguramente no le hablaron, como tampoco a la inmensa mayoría de las/os estudiantes de medicina, del Virchow que, además de mirar la enfermedad al microscopio, participaba de las mismas luchas obreras que dieron su origen a la publicación del Manifiesto Comunista. Sin embargo, no es la ignorancia lo que motiva al conseller a expresar una trasnochada visión biomédica e individualista de la salud. Echando mano de conceptos sólo aparentemente científicos, pero que huelen a naftalina, pretende justificar la infrafinanciación y desmantelamiento de los sistemas sanitarios públicos. Obviamente, si la salud depende exclusivamente de la genética y los hábitos del individuo, excluyendo la influencia del entorno socio-económico y ambiental, ¿para qué “desperdiciar” parte del producto social en un sistema sanitario de calidad para todos/as, pudiendo ser mejor empleado en la acumulación de capital en manos de las oligarquías? Todos sabemos que los pobres se mueren más porque son más viciosos y están peor hechos.

Es un ejemplo más de cómo las leyes de la acumulación capitalista entran en contradicción con el desarrollo científico-técnico. Lo máximo que nos ofrecerán será un sistema de beneficencia (que ya no merecería denominarse “sanitario”) para las crecientes capas empobrecidas de la clase obrera y pueblo trabajador y que sólo tengan acceso a la sanidad los sectores que puedan pagar un seguro privado, en la línea ya marcada por el Banco Mundial hace más de 20 años en su informe “Invertir en Salud” (1993), fielmente seguida por las instituciones y países de toda la UE. Lo olvidaba, las puertas giratorias de la “pacífica”, “social” y “democrática” Europa también aquí han funcionado: el conseller Boi Ruiz fue presidente de Unió Catalana d’Hospitals, la patronal mayoritaria del sector sanitario privado-concertado en Catalunya.

José Barril

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