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Editorial Marzo 2014

Dictadura del capital, imperialismo, crisis y guerra

La profunda crisis económica que desde el verano de 2007 se extiende por la economía mundial, y que afecta a las distintas potencias imperialistas, en distinta forma y grado, está activando profundas fuerzas que presionan sobre la situación política internacional. Estas fuerzas están demostrando no tener límites para la consecución de sus objetivos, ponen en serio riesgo la estabilidad en diversas zonas geopolíticas, amenazan con desatar conflictos de mayor envergadura, y acrecientan los riesgos de nuevas y mayores guerras imperialistas.

Una cadena de episodios, en estos años, va expresando estas tensiones crecientes entre las mismas potencias imperialistas, y entre las potencias imperialistas y los gobiernos que se desmarcan de su dictado.

Así, Yugoslavia, Túnez, Libia, Egipto, Mali, Siria, Irán, R D Congo, Costa de Marfil, República Centroafricana, Irak, Afganistán, Sáhara, Somalia, Palestina, Líbano, Eritrea, Sudán, Pakistán, etc. Y, como no, en la más cercana actualidad, Ucrania y Venezuela.

Los acontecimientos violentos en estos países, y en varios otros de menor impacto informativo, son consecuencia directa de la agudización de las pugnas interimperialistas en el escenario de la profunda crisis que vive el sistema capitalista internacional.

El objetivo central de estas intervenciones imperialistas siempre obedece una doble finalidad: por un lado mejorar el control de ciertos recursos y disponibilidades en favor de la potencia impulsora de esos acontecimientos, y, por otro, acosar y debilitar la posición de la potencia contrincante. Y, de una manera genérica, mantener un ataque permanente contra cualquier proyecto político que pretenda orientarse al margen del sistema capitalista.

No es una práctica nueva –desde las Guerras del Opio contra China en el siglo XIX–, ésta es una característica intrínseca del capitalismo. La guerra como recurso para imponer los intereses económicos de la potencia dominante. Aunque a veces cambian las formas externas, y ahora el imperialismo cree haber descubierto una nueva táctica para el logro de sus objetivos, sustentada en las plazas y en la movilización social “espontánea”, o a través de “las redes sociales”; lo cierto es que estas tácticas –de las que el imperialismo se siente hoy tan orgulloso– tienen una utilidad limitada, y la guerra sigue siendo el instrumento fundamental para el capitalismo; antes o más tarde, pero siempre la guerra.

La imposibilidad, para el capitalismo, de contrarrestar la ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia, lleva sus contradicciones internas a un grado de desarrollo cada vez más agudo. Los centros de poder consideran siempre inevitable el recurso a la violencia con una dimensión mayor, y activan sus estrategias de manipulación para obtener el consenso social necesario que minimice el riesgo de que la guerra imperialista pueda ser convertida en guerra revolucionaria por la clase obrera.

El oportunismo se convierte en valioso colaborador de esta lógica criminal del imperialismo. Tanto en la legitimación de las estrategias blandas de las plazas, como en la tolerancia de las estrategias duras de intervención armada (“legal y legítima si es bajo mandato de la ONU”). Hace cien años protagonizaron la primera traición a la clase obrera dando apoyo a la guerra imperialista y, desde entonces, se convirtieron en amable comparsa de las clases dominantes.

Para el Partido Comunista la lucha contra la guerra imperialista y por el desarme, se convierte en un elemento central del programa revolucionario. Si en el capitalismo la guerra es siempre un peligro latente, la actual dinámica de confrontación interimperialista aguda incrementa el riesgo de un conflicto armado de dimensiones mayores, con el uso de armamento de alto poder destructivo que, una vez iniciado, difícilmente los mismos protagonistas pueden controlar su desarrollo.

Es una responsabilidad del Movimiento Comunista Internacional asumir consecuentemente su papel para, por todos los medios, evitar el desarrollo de un conflicto armado de escala superior, que sería catastrófico para la humanidad. No podemos menospreciar un riesgo de este tipo, nuestro llamamiento a la clase obrera internacional tiene que ser valiente y claro para ponerla en alerta ante esta situación.

La lucha contra el paro es la lucha por el poder obrero y el socialismo

El fracaso del sistema capitalista se expresa, en primer lugar, por su incapacidad para dar uso a la fuerza de trabajo disponible. Para el capitalismo es una necesidad inutilizar una parte de esa fuerza de trabajo disponible, dejándola en una situación generalizada de miseria.

Un paquete explosivo configura el actual desarrollo de la crisis capitalista en España: la acentuada caída de los salarios, el paro persistente por encima del 25% de media, la perspectiva de reducción de la población española en dos millones y medio de habitantes en los próximos diez años, la baja actividad económica. Estos datos toman forma en la crisis institucional que vive la superestructura del capitalismo español; crisis del sistema de partidos, crisis de la monarquía, agotamiento de los pactos de la Transición, etc.

Sobre la caída de los salarios –y ante la demagógica manipulación de esta variable– conviene precisar que, dado que la destrucción de empleo afecta en mayor medida a la franja de salarios más bajos, cuando se despide a una numerosa cantidad de trabajadores y trabajadoras –que son quienes menos cobran– automáticamente la media salarial de quienes siguen trabajando sube, lo cual nunca significa que hayan subido sus salarios. Este ha sido el manejo del Gobierno sobre este tema. La realidad es que –reconocido estadísticamente– los salarios más bajos han perdido en un período de cuatro años un 17%, y otras franjas salariales bajas porcentajes similares, pero hay colectivos obreros concretos en los que su reducción del salario llega hasta el 50%.

Esta situación es consecuencia de las directrices de la UE, el FMI y el BM, que han presionado para que el Gobierno haga de la reducción salarial el eje central de su política económica. La oligarquía española se ha prestado con gusto a esta tarea.

En la Unión Europea la situación es similar, con casi treinta millones de trabajadores y trabajadoras en paro –de esta cantidad, seis millones son jóvenes–, también la reducción del precio de la fuerza de trabajo se extiende por todos los países de la UE.

Las encuestas de intención de voto castigan al bipartito de la burguesía (PP-PSOE) y mejoran los resultados del oportunismo (IU) y otras fuerzas de refresco del sistema de dominación (UPyD). Ello, en el fondo, no cambia nada; la burguesía se legitima electoralmente con cualquiera de esas opciones políticas, adaptando tan solo componentes menores de su hegemonía.

La convocatoria de elecciones al Parlamento Europeo, el próximo 25 de mayo, se presenta como una oportunidad para debatir todos estos elementos de la lucha de clases, en el estado y en Europa. Es una batalla que estará marcada por una dura confrontación con el proyecto imperialista de la UE y las fuerzas políticas que lo legitiman y, también, por una dura confrontación con las posiciones oportunistas que tratan de vender humo a la clase obrera. Nuestro objetivo es que la clase obrera avance en la compresión de que la lucha contra el paro es la lucha por el poder obrero y el socialismo-comunismo. Nuestro objetivo es que la clase obrera comprenda que la consigna del momento es: Salida del euro, de la UE y de la OTAN.

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