Retrocedamos en el tiempo. Día: 28 de febrero, viernes, quizás por la mañana; Lugar: Despacho Oval de la Casa Blanca (Washington D. C.); Protagonistas: Por un lado, los fascistas Donald Trump y J.D. Vance, presidente y vicepresidente respectivamente del imperio yanqui, por otro lado, Volodomir Zelenski, patético dictador ucraniano de ideología nazi. ¿Motivo del urdido encuentro? Rubricar ante la tele y periodistas elegidos con lupa un acuerdo sobre la explotación de “minerales raros” en Ucrania como contraprestación por los más de 350.000 millones de dólares de apoyo militar suministrados por el Tío Sam al gobierno de Kiev durante tres años de guerra. Y lo que debió haber sido una reunión entre refinados aliados se convirtió súbitamente en un revelador, estridente y rastrero ajuste de cuentas. A las palabras del pelele Zelenski tratando a Putin de asesino, Trump, apuntándole insistentemente con el dedo índice, le espetó que en ese momento no tenía las cartas en su mano, que sin EE.UU perdería la guerra, y que, además, estaba jugando con la vida de millones de personas y con el estallido de la III Guerra Mundial, lo que aconsejaba llegar a un acuerdo de paz con Rusia. Finalmente, y para rematar la faena, el nuevo mandatario estadounidense le soltó que era irrespetuoso con su país, Estados Unidos, y que aún no le había dado las gracias por todo lo hecho en su favor. En ese instante Zelenski más blanco que el papel y con el vientre la mar de revuelto deseó que la tierra se lo tragara. Después, afirman doctos expertos, humillado y descompuesto por doquier se metió el rabo entre las patas y se las piró. ¡Homérico! En pocos minutos, y sin necesidad de sesudos debates, la propaganda occidental sobre el buen Zelenski y el malvado Putin estalló en mil pedazos ante los ojos atónitos de más de 8.000 millones de telespectadores. Y entonces quien quiso comprender, comprendió. Tanto sobre las razones verdaderas de la implantación en Europa de cabezas nucleares yanquis apuntando a Moscú como sobre el potencial bélico real del ejército ucraniano, pasando por quién quiere continuar la guerra y, sobre todo, por quién es el amo y quién el criado. Una insólita emisión televisiva de audiencia insuperable que, además, escenificó rotundamente el antes y el después de un capitalismo internacional en funesta mutación.

Para enmarcar

Tampoco lo de la Unión Europea tuvo desperdicio. Para enmarcar. Después de la larga cambiada del fogoso Trump aquel viernes resolutivo que dejó a los serviles gobiernos europeos y a sus medios de manipulación absortos y con el trasero al aire, algunos empezaron poco tiempo después a recuperar el resuello. Por ejemplo, Superman-Sánchez y su engolado ministro de exteriores J.M. Albares viajaron raudos a Kiev ofreciendo al alicaído Zelenski “toda la ayuda necesaria porque es el momento de actuar”, o el belicista Macron, el Napoleoncito del maltrecho motor francés, montando su personalísimo va-t’en-guerre con “paraguas nucleares” y adiestradas tropas de élite. Ignorando por consiguiente, el posible (depende de los contenidos) acuerdo de paz entre EE.UU y Rusia, y tratando de asumir frívolamente un proyecto imperialista europeo históricamente fracasado. Y en esas estamos cuando redacto estas líneas: aumentando los presupuestos militares en los 27 países que componen la UE con las graves consecuencias económicas y sociales que ello conllevará para los/as currantes; iniciando una agresiva guerra arancelaria internacional de efectos devastadores y, como era de prever, con el fantoche Zelenski en plan lameculos. Una situación económica-militar peligrosa para la clase trabajadora y demás capas populares que obliga a todos/as los/as comunistas, a todos/as los/as revolucionarios/as, a configurar un frente antiimperialista, anticapitalista y antifascista como pocas veces la Historia lo ha exigido.

José L. Quirante

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