El patriarcado, como sistema de dominación, es sostenido por una serie de estructuras económicas y políticas que oprimen a las mujeres no solo en el ámbito social, sino también en el plano económico. Las mujeres, particularmente las de los pueblos colonizados, son las que más sufren las consecuencias del sistema capitalista en su fase imperialista, que explota sus cuerpos y su trabajo de manera más cruda, ya que además de ser despojadas de su tierra, trabajo y derechos, enfrentan el doble rol de ser cuidadoras y responsables del mantenimiento de la vida en sus comunidades.
Esta realidad coloca la lucha antiimperialista en un lugar central dentro de la agenda feminista denunciando las agresiones que reciben las mujeres en todo el mundo y visibilizando las luchas de las mujeres de los pueblos que resisten al imperialismo, como las que se libran en países como Palestina, Venezuela, Cuba, Siria, o en territorios indígenas en América Latina. Estas mujeres no solo enfrentan la violencia patriarcal, sino también la agresión imperialista, que busca despojarlas de sus recursos naturales, territorios y soberanía.
En este contexto de opresión y explotación, muchas mujeres trabajadoras se ven obligadas a emigrar de sus países y en su mayoría se enfrentan a condiciones de vida precarias, muchas veces en situaciones de trabajo informal y explotación laboral, sin acceso a derechos básicos ni condiciones dignas. Además de las dificultades económicas, deben enfrentar la violencia de género, la discriminación racial y las barreras sociales, lo que las coloca en una situación de vulnerabilidad aún mayor.
Sin embargo, a pesar de las adversidades, las mujeres migrantes continúan organizándose en sindicatos y movimientos feministas, levantando sus voces para denunciar tanto la explotación laboral a la que son sometidas en los países receptores como las políticas imperialistas que las obligan a abandonar sus hogares. Su lucha es una parte fundamental del feminismo de clase y de la resistencia antiimperialista, pues su experiencia pone de manifiesto cómo el capitalismo globaliza la opresión, pero también cómo la solidaridad y la organización pueden ser herramientas poderosas para luchar por un futuro libre de explotación y opresión.
Por eso, además de las asambleas feministas y las movilizaciones del 8 de marzo, las organizaciones sindicales y de clase son espacios fundamentales para la articulación de una lucha feminista antiimperialista. Las trabajadoras, que somos mayoría en los sectores más precarios de la economía, debemos ser protagonistas de la lucha por una justicia social que no solo ataque las desigualdades de género, sino también las económicas y políticas.
El feminismo de clase tiene un rol fundamental dentro de los sindicatos, donde se deben disputar los derechos laborales de las mujeres mediante un análisis de clase que visibilice la explotación y opresión estructural que atraviesan. La organización sindical, desde una perspectiva feminista, debe estar al frente de la defensa de los derechos laborales de las mujeres y contra las políticas neoliberales que empobrecen las clases populares, impulsando también una agenda antiimperialista que se enfrente a las políticas que favorecen a las grandes corporaciones multinacionales y a los gobiernos imperialistas.
En este sentido, se hace necesario construir solidaridad entre las mujeres que resistimos, entendiendo que el imperialismo no es solo una cuestión de intervenciones militares o políticas, sino también una estructura económica y cultural que impone la explotación y la dominación en diversas formas y ello implica una reflexión profunda sobre las alianzas internacionales entre feministas que luchamos en diferentes contextos.
La opresión patriarcal y la explotación capitalista no son fenómenos aislados, sino que están intrínsecamente conectados en la construcción de un sistema que perpetúa las desigualdades y vulnera nuestros derechos.La construcción del socialismo como sociedad sin explotación ni opresión es el camino para erradicar esta barbarie.
Es tiempo de que las mujeres de la clase obrera asumamos el liderazgo de esta transformación histórica.
Glòria Marrugat