El cambio climático no discrimina. Afecta a todos, sin importar género, edad o clase social… o al menos eso dice el manual oficial de las catástrofes globales. Pero, en la práctica, las mujeres -y particularmente aquellas en situaciones de pobreza-  son las más golpeadas por los caprichos de un planeta que arde, literalmente. Irónicamente, el mismo sistema que nos llevó a esta crisis ecológica es el que perpetúa las desigualdades que agravan su impacto. ¿Sorpresa? No tanto.

Y es que el cambio climático, al igual que la pobreza, tiene nombre de mujer. Sí, suena extraño, pero el cambio climático también es sexista. Según datos de la ONU, el 70 % de las personas en situación de pobreza son mujeres. Esto significa que cuando los recursos naturales como el agua o los alimentos escasean por culpa de la sequía o las inundaciones, las mujeres son las primeras en sufrir. En muchas comunidades rurales, son ellas quienes caminan kilómetros para buscar agua o recolectar leña. Y claro, porque no hay nada más justo que trabajar el triple mientras el planeta conspira contra ti.

Por si esto fuera poco, los roles de género tradicionales -esos que el patriarcado nos ha inculcado con tanto cariño- dictan que las mujeres sean las cuidadoras principales. Así que, cuando un desastre natural, como hemos visto semanas atrás en nuestro país con la DANA, arrasa con la poca estabilidad que había, son ellas las encargadas de buscar soluciones, alimentar a las hijas e hijos y cuidar a las personas dependientes.

Por supuesto, el patriarcado no inventó el cambio climático, pero sí se ha asegurado de que las mujeres lo sufran más. Los hombres siguen gobernando, perdón, los hombres representantes de la oligarquía siguen gobernando. Y son ellos los que gestionan la crisis climática. Siguen dirigiendo aplicando estrategias que únicamente piensan salvaguardar este sistema económico y las personas siguen quedando en último plano. ¿Para qué salvar al pueblo, el agua o los bosques? Mejor defendamos un sistema de producción que literalmente está quemando el mundo.

Este sistema económico, obsesionado con el crecimiento infinito en un planeta finito, ha sido el motor principal del cambio climático. La extracción masiva de recursos, la producción desenfrenada y la obsesión por el consumo no solo dañan el medio ambiente, sino que también precarizan la vida de las mujeres.

Y mientras el patriarcado y el capitalismo se disputan quién puede complicar más las cosas, las mujeres debemos liderar las soluciones. ¿Cómo? No quedándonos al margen, tomando partido, organizándonos ya no solo por conciencia, sino por salvar nuestras vidas, que siempre son las primeras en desaparecer.  La lucha contra el cambio climático no es solo una cuestión ambiental, pues la ecología sin lucha de clases es jardinería; es también una lucha contra las desigualdades de género y clase que lo agravan. El capitalismo amenaza la vida en el planeta y aunque nos vendan la mona del capitalismo verde, es una de las tantas operaciones de marketing para ocultar el carácter depredador de recursos naturales y  vidas humanas de dicho sistema de producción, antagónico con la vida en el planeta.  Si realmente queremos un futuro posible, debe ser sostenible y bajo otras relaciones de producción no capitalistas. Y eso implica desafiar al patriarcado, al capitalismo y a las estructuras de poder que privilegian a unos pocos mientras condenan a la mayoría social a la miseria, la pobreza y la explotación. Sin patriarcado para no morir, sin capitalismo para vivir.

Alba AK

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