¿Es que una película por no reflejar en la gran pantalla toda su potencialidad temática, o todo lo que esta pueda sugerir, debe ser postergada? Según afirma el poeta inglés William Wordsworth (1770-1850) en su conmovedora Oda a la inmortalidad (que recomiendo leer), “la flor más humilde, al florecer puede inspirar ideas”. Cuestión de materialismo dialéctico ¿no? Pues bien, esto es lo que ocurre con este filme impresionante, Yo capitán, del cineasta italiano Matteo Garrone (Roma, 1968), autor, entre otras interesantes obras cinematográficas, de aquella hiperrealista y desconcertante cinta sobre el imperio maléfico de la mafia: Gomorra (2008), Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes de aquel crítico año. Es decir, que en Yo capitán la flor florece a medida que avanza el metraje y la historia de Seydou y Moussa va adquiriendo entidad dramática ante nuestros ojos atónitos. Una historia que se inicia casi como una estimulante aventura, pero que a medida que avanza va tomando tintes de horrible tragedia. La de estos dos adolescentes senegaleses, que junto a otros emigrantes de diferentes países subsaharianos, vivirán una auténtica odisea en manos de criminales bandidos, sanguinarios ejércitos mercenarios y mafias traficantes de emigrantes como si de esclavos se tratara. Todo este drama para intentar alcanzar un día la “exuberante” Europa, y entonces empezar a cimentar el futuro soñado. Por tanto, lejos de sus países de origen sumidos en la pobreza más extrema. Y es ahí, en ese largo y aciago periplo que el director italiano narra a la perfección, gracias también a las impecables interpretaciones de sus dos principales protagonistas, donde reside el interés excelso del filme. Un asunto, inútil subrayarlo, de lacerante actualidad, y al que Occidente responde sólo represivamente.
Para proyectar en escuelas y universidades
Lo desafortunado de esta impactante película es que en ningún momento se refiere a los verdaderos responsables de tamañas atrocidades. Los terribles sucesos, que se repiten cada día con su secuela de muertos y desaparecidos, ocurren como caídos del cielo. Ningún país, ningún sistema político, es acusado. Tampoco los que reciben a inmigrantes para devolverlos “en caliente” a sus países respectivos. ¿Voluntad del realizador? ¿Censura exigida? Recordemos, porque la ocasión se presta, cómo fue vilipendiado el Gobierno Revolucionario cubano cuando, en los años 80-90 del siglo pasado, ciudadanos cubanos, espoleados por la política migratoria yanqui de “pies secos, pies mojados”, abandonaron masivamente Cuba. En Yo capitán, nada de eso aparece. Dicho esto, el filme es un documento espeluznante sobre una realidad que cada día incrementa en crueldad y dolor. Cine, por tanto, para ser visto en las salas oscuras, pero, igualmente, para proyectarlo en escuelas y universidades. Porque, como la flor del bello poema de William Wordsworth: al florecer inspira ideas.
Rosebud