Querido Julio,

quisiera remitirte esta carta hoy, 12 de febrero de 2014, treinta años después de que fallecieras en una habitación del hospital Saint Lazare de París, no sé si en un día con aguacero –como vaticinaba César Vallejo para sí mismo– o en uno frío y ventoso como lo es hoy tras mi ventana. Te escribo porque me gustaría hablarte de algunas cosas, ponerte en una encrucijada y sacarte a relucir las contradicciones y el compromiso tan violentamente dulce que te caracterizaba. Hablar de tú a tú, querido cronopio, con sencilla y apabullante sinceridad.

Me gustaría contarte que, treinta años después, algunas cosas han cambiado, pero todo sigue básicamente igual. Lo más importante, por el Este nos derribaron momentáneamente los sueños de medio mundo, pero tranquilo, se anda intentando reconstruir lo que los lobos con piel de cordero y los halcones imperiales consiguieron derrumbar. Por lo demás, los enamorados y los solitarios siguen imaginándose por las calles de París que tú escribiste, los revolucionarios continúan en tu Cuba socialista y, desgraciadamente, el imperialismo, ese enemigo de la humanidad, continúa haciendo de las suyas, cada vez peores, soltando bombas de todos los tamaños por todos los rincones del planeta.

Me gustaría contarte algunas cosas que te incumben y me dan rabia, por ejemplo, esa memoria selectiva que practican en telediarios o en los lugares de moda de la intelectualidad pequebu cuando hablan de ti. A este respecto, habrías de saber que el concepto de intelectual también es una de esas cosas que en los últimos tiempos sufrieron modificaciones de apreciación, ya nadie habla de los intelectuales orgánicos, porque tampoco se suele hablar de lucha de clases, y entonces entenderás la lógica consecución, pero sobra decir que, por supuesto, existen, una cosa y la otra, los intelectuales orgánicos y la lucha de clases. Pues bien, me sucede en ocasiones que tropiezo con alguno de estos contemporáneos, autodenominados intelectuales posmodernos, y compruebo que acostumbran a llevarte bajo el brazo como un complemento no demodé, declaman de memoria párrafos enteros de Rayuela mientras beben gin-tonic y hablan de pasada de tu compromiso político, como una enfermedad pasajera que te tocó padecer por mera exposición histórica. A mí me gustaría explicarles que tu literatura es indisoluble de tu posición política, más aún, me gustaría que lo hicieras tú, con tus palabras de hombre “empapado por el peso de toda una vida en la filosofía burguesa” y que sin embargo se interna “cada vez más por las vías del socialismo”1. Explícaselo tú mismo, Julio: “desligar la obra de toda militancia es dar la espalda a nuestros pueblos en nombre de supuestos valores absolutos que el huracán de nuestro tiempo contemporáneo convierte en hojas secas y en olvido.”2

Y ya que estamos, explícales algo sobre tu relación con Cuba, las cosas que te hizo entender sobre el mundo y sobre ti mismo: “Comprendí que el socialismo, que hasta entonces me había parecido una corriente histórica aceptable e incluso necesaria, era la única corriente de los tiempos modernos que se basaba en el hecho humano esencial, en el ethos tan elemental como ignorado por las sociedades en que me tocaba vivir, en el simple, inconcebiblemente difícil y simple principio de que la humanidad empezará verdaderamente a merecer su nombre el día en que haya cesado la explotación del hombre por el hombre.”3

Pero también quisiera decirte que no estoy de acuerdo en muchas cosas contigo, creo sinceramente que tienes un cacao mental importante, no sé si fruto de tu posición de cronopio intelectual o por pura ingenuidad natural, tan adorable en ocasiones como dolorosa cuando te tergiversaban los profesionales de la mentira en contra de los tuyos –a quienes siempre fuiste leal, eso no se duda–. Lo mismo te digo esto que reconozco la clarividencia que te caracterizaba a veces, como cuando te preguntaba el entrañable Paco Urondo –a quien nos mataron por comunista y guerrillero y excepcional poeta– por las posibilidades de una “nivelación social en América Latina”, y le contestabas: “Por empezar, creo que esa nivelación se puede lograr, pero solo a través de la revolución, como consecuencia de una revolución; pero yo dudo mucho que se pueda lograr por una vía reformista o progresista.”4 Y ya que hablamos de revolución, también es de agradecer que supieras con más certeza de la que hoy es habitual qué es una revolución. Díselo a quien no se acuerde, Julio, como hacías en las entrevistas del 83: “Una revolución es la situación total, dentro de la historia, del capitalismo por el socialismo, sin grados intermedios.”5

Me gustaría, por último, agradecerte algunas cosas, empezando por el puñado de libros maravillosos, donde las palabras desbordaban una multitud de sensaciones en cada lector hasta el punto del llanto o del trauma, la creación artística concebida como herramienta de acción política, la venta de libros tan solo para la lucha guerrillera o para los presos políticos, la solidaridad con Cuba siempre dentro de la Revolución, una carta personal y poema al Chetras su muerte que es de los documentos más tristes y bellos jamás escritos, y gracias por el capítulo 7 de Rayuela.

Me despido, Julio, querido cronopio, supongo que seguiremos encontrándonos, tal vez en una proyección del Acorazado Potemkin de la manera menos casual y que no puede dejarse pasar, no sé si en el Pont des Arts o en un café donde las palabras no queden como el pasatiempo de dos diletantes, sino como el preludio de la intervención directa, militante, contra el imperialismo y por el socialismo, como bien sabías… sin grados intermedios.

Eduardo Corrales


1 Situación del intelectual latinoamericano. Carta a Roberto Fernández Retamar en La Habana. Julio Cortázar. 10 de mayo de 1967

2 Nicaragua, tan violentamente dulce. Julio Cortázar. 1983

3 Situación del intelectual latinoamericano. Carta a Roberto Fernández Retamar en La Habana. Julio Cortázar. 10 de mayo de 1967

4 El escritor y sus armas políticas. Entrevista a Julio Cortázar por Paco Urondo. 1970

5 Entrevista a Julio Cortázar, por Osvaldo Soriano. 1983

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