Admito que desde la “crisis de los misiles en Cuba”, que enfrentó Estados Unidos a la Unión Soviética en octubre de 1962 y puso al mundo al borde de una hecatombe nuclear, no había sentido tanto pavor. ¡Qué va!, lo de Pedro Sánchez deshojando la margarita para decidir si continuaba o no al frente del gobierno “más de izquierdas de la historia de España” no tiene parangón. ¡No, no!, lo ocurrido con el líder socialdemócrata lo supera todo. Sólo había que ver a los miles de militantes y simpatizantes del PSOE en las puertas de su sede madrileña en la calle Ferraz gritando desaforadamente ¡Que se quede! ¡Que no se vaya! ¡Que se quede! para percatarse de la trascendencia y gravedad del asunto. Aunque, si me apuran, lo más conmovedor, lo que más me impactó de aquellos cinco días que estremecieron al mundo, fue ver por televisión a una nutrida representación de la izquierda caviar, los intelectuales progres del régimen, desgañitarse suplicando que el reverenciado presi no les dejase huérfanos. Hasta los tétricos dirigentes de Comisiones Obreras y UGT, tan suspicaces ellos a la hora de movilizar a los trabajadores para organizar cualquier lucha obrera, salieron enardecidos pidiendo a las masas que pateasen las calles del Estado rogando a Sánchez que no dejase La Moncloa. Sí, sí, lo nunca visto en estos tiempos postmodernistas, ¿verdad?; sobre todo después de lo circunspectos que unos y otros se muestran, por ejemplo, con dramas tan horribles como el genocidio palestino. Pero bueno, deben existir causas y causas. Y esta de la continuación de Pedro Sánchez gestionando el capitalismo en España no era moco de pavo. Al contrario. Y se comprende, ¡claro que sí! Porque, vamos a ver, ¿Qué habría ocurrido si el maltrecho presidente hubiera preferido quedarse en casa? Seguro que el caos. Fíjense, lo mismo al suplente le hubiera dado por meternos de lleno en la organización terrorista OTAN; o quizás, por aquello de que invertir en guerra mejora la salud, el reemplazante se habría encabronado aumentado el gasto militar en detrimento de la sanidad pública. Sí. O, puestos a aumentar, lo mismo hubiera maquinado subir la edad de la jubilación a los 67 años. ¡Vaya usted a saber! Podría haber pasado de todo. Inclusive que la Iglesia Católica no pagara impuestos y recibiera tela de millones de euros del Estado al año. ¡Menos mal que no se fue!

Asuntos pendientes

A partir de ahora, vaticinan inefables expertos, todo va a ir de pelotas, pues, miren, miren: “tenemos el PIB más alto de la Eurozona”, la inflación más baja (la “subyacente” también, claro) y un turismo tan masivo, tan masivo, que parece viviéramos en el extranjero. Bueno, hay cosillas por enmendar todavía, cierto, pero de ellas se va a encargar, precisamente, nuestro gallardo mandatario, quien, tras resolver afincarse, largó que no era para cuatro días más. ¡Qué va! Quiere agotar la actual legislatura y, en suplemento, optar a la reelección. ¡Toma ya! Por tanto, tiene tiempo suficiente para solventar asuntos pendientes. Por ejemplo, el de los crímenes contra la humanidad cometidos por el franquismo; o el de acabar con la privatización de los servicios públicos; o el de oponerse a los recortes de la UE; o el de no engordar más las arcas de la OTAN ni enviar armas a Ucrania; o, ¿por qué no?, el de romper relaciones diplomáticas con Israel; o, quizás, el de derogar la “Ley mordaza” y, de camino, excluir toda participación española en una probable IIIª Guerra Mundial, que como espada de Damocles pende sobre los pueblos de Europa. Seguro que si así hiciera, su resolución de no tomar las de Villadiego tendría algún sentido, y puede que, incluso, una involución urdida por el capitalismo carpetovetónico se vería alejada.

José L. Quirante

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