El PCPE, de todas las organizaciones y candidaturas que en principio se presentarán a las elecciones europeas del 25 de mayo, es la única que plantea con nitidez en su discurso el carácter imperialista de la Unión Europea. El análisis que hacemos sobre esta cuestión es fruto de un trabajo continuado de análisis sobre categorías concretas, no difusas, que busca explicar a la clase obrera y al pueblo trabajador que las actuales consecuencias terribles que sufrimos por estar en la UE no son fruto de ciertas “políticas neoliberales”, sino que están en la esencia misma del proyecto imperialista europeo, engendrado y construido en beneficio del gran capital y no de los trabajadores y trabajadoras.

En un mundo en el que las relaciones capitalistas de producción imperan en la práctica totalidad del planeta, las relaciones económicas y políticas entre Estados y naciones se caracterizan por un alto grado de interrelación e interdependencia. Los monopolios de todos los países pelean entre sí por hacerse hueco en los distintos mercados, bien nacionales, regionales o mundiales, y para ello cuentan con la colaboración de las estructuras estatales de sus países de origen. No obstante, como la competencia es cada vez más fuerte, se hace cada vez más necesario que los Estados se alíen para tratar de reforzar sus posiciones, en general sobre bases de tipo geográfico o sobre algún elemento histórico o cultural común concreto.

Las experiencias de unión interestatal se van multiplicando a nuestro alrededor y siguen una lógica muy similar en todos los casos: eliminación de fronteras para facilitar la cohesión del mercado interior, políticas arancelarias comunes sobre ciertos productos, promoción en conjunto de uno o varios sectores económicos, relaciones comerciales preferentes y un largo etcétera. En este escenario, la Unión Europea se puede considerar el ejemplo más refinado y completo, alcanzando incluso la unión monetaria y proponiendo la coordinación cada vez mayor de las políticas fiscales y presupuestarias, llegando incluso a la creación de cuerpos policiales (Europol) y militares (Euroejército) comunes.

La UE, cuyo entramado se ha construido sobre la base de países cuyo carácter imperialista nadie puede poner en duda (Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, España), no puede ser otra cosa más que la alianza de esas potencias (y sus monopolios) para competir en mejores condiciones en un mundo capitalista cada vez más interconectado e interdependiente. La unión de países imperialistas no puede dar como resultado otra cosa que una alianza interestatal imperialista. Los monopolios de estos países (así como los del resto de miembros de la UE), se benefician enormemente de las posibilidades que la UE les ofrece de cara al mercado interno, pero también aprovechan lo que esta alianza supone en cuanto a capacidad de intervención en terceros países o en zonas geográficas alejadas.

A lo largo de los últimos años, sobre todo desde la aprobación de los últimos Tratados que establecían ya líneas concretas y específicas de trabajo en Seguridad y Defensa o en política exterior, hemos podido ser testigos de cómo los organismos de la UE se iban implicando muy seriamente, aunque no sin contradicciones, en la defensa en el extranjero de los intereses de los monopolios dedicados, entre otras cosas, a la construcción de infraestructuras, a la extracción de hidrocarburos y otras materias primas, al transporte o a la alimentación. Operaciones como la Atalanta, para defender a los pesqueros europeos en Somalia, y los distintos grados de intervención en Mali, en República Centroafricana, en el Sahel, en el norte de África, en el territorio de la ex-URSS, en América Latina o en Oriente Medio, caracterizan una política exterior de la UE que, si bien todavía carece de una capacidad militar operativa propia al nivel de la de otras potencias, va avanzando hacia un modelo que permita, en las relaciones internacionales, la intervención militar directa y rápida como recurso disponible cuando las presiones políticas, económicas y diplomáticas a terceros países fallen.

Existen cada vez más voces que plantean la necesidad de avanzar en la mayor dotación de fondos al presupuesto europeo de defensa, desde la perspectiva claramente expresada de que la Unión Europea tiene que ser, cada vez más, un actor autónomo y con voz y capacidades propias en el escenario internacional. Claro está que uno no juega solo en el gran tablero de ajedrez (o de parchís) que es la geoestrategia mundial: si la UE y sus monopolios necesitan “voz y capacidades propias” es porque, más allá de las fronteras europeas, chocan con los intereses de otras potencias, que persiguen objetivos similares, si no iguales, de control de mercados, rutas de suministro y gobiernos locales afines a sus intereses.

En esta tesitura, donde hay fricciones constantes entre potencias y donde las alianzas se crean y se destruyen en períodos cortos de tiempo, la situación puede devenir explosiva, el conflicto puede estallar fuera de los salones ministeriales y, en ese momento, es cuando la capacidad militar propia decide de qué lado cae la balanza. En el caso europeo, la falta de unas capacidades militares propias se ha enmascarado, hasta ahora, gracias a la pertenencia de prácticamente todos sus miembros a la otra gran alianza estatal imperialista que conoce el mundo entero: la OTAN.

La OTAN, creada inicialmente para repeler un hipotético ataque soviético contra los países de Europa Occidental (y por tanto con una clarísima naturaleza anticomunista), está intrínsecamente vinculada a la UE, pero hasta hoy ha supuesto una auténtica dependencia en materia militar de otra gran potencia que, siendo aliada en ocasiones, también defiende (y de qué manera) sus propios intereses en el mundo: los Estados Unidos.

Las buenas relaciones entre EEUU y la UE a lo largo del tiempo se han visto salpicadas de multitud de fenómenos de gran fricción. Las muy distintas posiciones expresadas durante la guerra de Irak y la muy reciente anécdota protagonizada por la jefa de Asuntos Europeos norteamericana, Victoria Nuland, con su ya famoso “¡Que se joda la UE!”, son expresión objetiva y nítida de que, bajo ningún concepto, estadounidenses y europeos defienden lo mismo, aunque muchas veces lo pueda parecer a simple vista.

Analizar la relación UE-EEUU-OTAN desde visiones maximalistas es un grave error. Ni la UE está sometida a los EEUU ni la UE es un contrapeso al imperialismo norteamericano. Ambas potencias, con la OTAN en medio, cooperarán en la medida de lo posible si sus intereses coinciden (caso del Tratado de Libre Comercio en negociación), pero cada uno persigue sus objetivos propios a su manera y entre constantes fricciones (el actual conflicto sobre las obras el canal de Panamá es un ejemplo).

La OTAN, hasta ahora elemento clave en las relaciones entre las dos potencias debido a la necesidad europea de contar con capacidad militar concreta y a la norteamericana de mantener todo el entramado de bases militares por el mundo, se encuentra ahora en pleno proceso de reconfiguración para convertirse en una herramienta que permita garantizar militarmente el desarrollo capitalista y suprimir potenciales amenazas a los intereses comunes, pero choca constantemente con otras potencias que van ganando peso en el escenario internacional: como Rusia o China, cada vez con mayores presupuestos militares y más activos fuera de sus fronteras.

La historia del capitalismo, del imperialismo, en el siglo XX, da buena muestra de qué ocurre cuando las contradicciones entre las potencias imperialistas se agudizan. Caben, por supuesto, múltiples alianzas entre potencias, pero todas ellas realizadas en aras de una mejor garantía de la posibilidad de desarrollar los propios intereses y, por tanto, mutables, volátiles.

Vivimos hoy en una sucesión de guerras bien localizadas (Yugoslavia, Irak, Afganistán, Libia, Siria) pero que todavía no adquieren una escala mundial. Estas guerras han sido siempre provocadas por las potencias imperialistas, sustanciándose en ellas sus distintos intereses, que son los de sus monopolios. Pero esos enfrentamientos, hasta el momento, no han dado lugar a confrontaciones directas entre esas potencias, siempre se ha buscado o fabricado un enemigo local al que unos y otros atacan o defienden. ¿Significa esto que el mundo esté libre de una nueva conflagración a nivel global, como las ocurridas en el siglo XX? Absolutamente no, pues en la medida en que las consecuencias de la profunda crisis capitalista vayan atenazando a las diferentes potencias, las confrontaciones crecerán en intensidad hasta que surja un nuevo asesinato de Sarajevo o un nuevo Pearl Harbour. El imperialismo decadente, como monstruo herido de muerte, asestará zarpazos desesperados cuyas principales víctimas serán, como siempre, los pueblos del mundo.

La UE, jugando a representar un imperialismo más “suave”, no es capaz ya de engañar a nadie. Tiene las manos manchadas de sangre y es responsable del sufrimiento de millones de seres humanos, dentro y fuera de sus fronteras. Por eso nuestra propuesta de salida de todas las estructuras imperialistas no es ninguna propuesta extremista, es la primera piedra para avanzar hacia una sociedad y unas relaciones entre pueblos basadas en el respeto mutuo y la paz.

Ástor García

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