Ya Karl Marx tuvo claro que la sociedad burguesa sería capaz de destruir capital con la intención de comenzar un nuevo proceso de acumulación capitalista.
La guerra es el recurso “último” del capitalismo para restaurar la dinámica de acumulación y romper, por un lado, el ciclo económico en su fase depresiva y a la vez, quebrar la estructural caída tendencial de la tasa de ganancia.
No es nada original decir que la guerra es la salida natural de la crisis económica del capitalismo. Ya Karl Marx tuvo claro que la sociedad burguesa sería capaz de destruir capital con la intención de comenzar un nuevo proceso de acumulación capitalista. No es solo una cuestión de conquista de mercados; al fin y al cabo, esto es una consecuencia de la guerra desde siempre, el llamado “botín de guerra”.
Para entender la guerra en este “mundo civilizado” del capitalismo con sus “democracias” y “lecciones morales” hay que profundizar en las raíces económicas del mismo y su funcionamiento, algo que Marx y Engels desentrañaron con su crítica a la economía política y que Lenin profundizó y actualizó con su comprensión del imperialismo.
Quienes nos aferramos a las posiciones revolucionarias porque entendemos que es la única opción capaz de cambiar el devenir de violencia, destrucción y penuria que aguarda a la humanidad, tenemos que contribuir a la transmisión del conocimiento y análisis de los elementos que subyacen a la guerra. Solo así podremos frenar la barbarie a que nos conduce este sistema agónico. No nos vale con un pacifismo ignorante y utópico. Obviar las causas es someternos a las consecuencias.
Por ello, y ante la improbable cuestión de un derrumbe sistémico, que, sin una intervención exógena, se llevaría a cabo por sí mismo, debemos actuar desde la defensa de los pueblos, del planeta ante la irracional violencia del Capital al final de sus días. Esa intervención está condicionada a entender los mecanismos últimos de salvaguarda del capitalismo y lo que podría ser su máxima: “Sin mi, nadie”.
Guerra y crisis
Hay quienes defienden que tras cada crisis del Capital, una guerra asoma por el horizonte. Por ejemplo, la Guerra del Golfo, como expresión de la crisis de los años 90 a 92. En este mismo marco temporal, las guerras de Yugoslavia.
Otro ejemplo lo podemos encontrar con la invasión de Afganistán por la OTAN capitaneada por Estados Unidos desde 2001 o la agresión a Irak de 2003. La economía de Estados Unidos entró oficialmente en recesión en el mes de marzo de 2001.
Es complejo establecer esta relación entre guerra y crisis porque los conflictos bélicos no están sincronizados con los periodos recesivos, sino que son consecuencia de ellos. También es posible que se solapen periodos recesivos con conflictos que se alargan o varios conflictos en un mismo ciclo.
Resulta más sencillo y claro vincular las grandes guerras con las grandes crisis. Así, Michael Roberts defiende la existencia de depresiones económicas y las define como “el momento en que una economía tiene un crecimiento muy por debajo de su índice de producción previo (total y per cápita) y por debajo de su media a largo plazo. (La Larga Depresión)
Siguiendo esta idea, junto con alguna concreción más que menciona el autor, a lo largo de la historia del capitalismo, han existido tres grandes depresiones económicas. Una a finales del siglo XIX, otra a mediados del siglo XX, desde 1929 hasta 1939 y la denominada Gran Recesión que se inicia en 2008 y en la que todavía estamos instalados.
En estos periodos de depresión, la lucha de clases se exacerba. El malestar social provoca una respuesta movilizadora de las capas populares y el Capital se torna más agresivo, violento y destructivo. El fascismo y la guerra imperialista son su reacción última. Su balón de oxígeno.
“La depresión del siglo XIX provocó una rivalidad imperialista que acabó llevando a la Primera Guerra Mundial. La Gran Depresión de los años 30 condujo al auge del nazismo en Europa, a la revolución y la contrarrevolución en España, al militarismo en Japón…” ( Michael Roberts)
Ello provocó una nueva guerra mundial en la que solo con el sacrificio heroico del Ejército Rojo, el pueblo Soviético (logro silenciado y tergiversado por el revisionismo histórico anticomunista) y la resistencia del resto de pueblos, se pudo derrotar el avance del fascismo, que siempre latente, pasó a la retaguardia de un capitalismo que, una vez finalizada la guerra, abrió una nueva fase de acumulación, gracias a la desvalorización de los capitales, incluyendo el efecto de su propia destrucción física.
La “Edad de Oro” del capitalismo se abrió paso hasta mediados de los años 60. A partir de esta década, unos variados elementos contratendenciales han posibilitado salvar del derrumbe a un capitalismo cada vez más agónico que en breves periodos ha conseguido revertir la tendencia a la caída de la tasa de ganancia y tomar algo de aire.
Sin embargo, el año 2008 supuso un punto de inflexión. El momento en el que tras muchas décadas, una nueva depresión económica se abría camino tras la crisis. Una, que ni la cuarta revolución industrial, ni la Covid, ni lógicamente, todas las políticas monetarias, ni las ingentes cantidades inyectadas a los monopolios mediante el robo y el expolio a las rentas del trabajo que supone la deuda, ha sabido revertir y que conduce de nuevo, al único escenario que puede salvar otra vez al capitalismo: la Guerra.
Los países europeos casi han duplicado sus importaciones de armas entre 2014 y 2018, así como entre 2019 y 2023. Sus compras se dispararon un 94 % durante ese periodo, según un estudio del Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI)
Los ciclos económicos
Para entender en profundidad la relación entre la crisis económica y la guerra, es necesario adentrarse en las profundidades de los mecanismos de un sistema que sumido en sus contradicciones, como una cuenta atrás, lleva la autodestrucción programada desde su origen.
El desarrollo (mantenimiento) del capitalismo exige una “reproducción a escala ampliada”. Esto es posible solo incrementando la productividad constantemente, lo que se realiza preferentemente aumentando la eficiencia tecnológica de las máquinas y los equipos que en manos del trabajo forman el capital productivo de las empresas.
El problema del incremento de la productividad (más mercancías en el mismo tiempo), es, que en lugar de incrementar el valor de cada unidad, lo disminuye, con lo que precisa en el nuevo ciclo, producir más todavía para compensar esa desvalorización. Al final, y de forma progresiva, la relación de capital constante (maquinaria, edificios, materias primas…) con el capital variable (mano de obra) aumenta, perdiendo paulatinamente la capacidad de generar nuevo “valor”, algo que solo la fuerza de trabajo de obreros y obreras consigue.
Esto devenga en sobreacumulación y la tasa de ganancia (porcentaje de retorno de la inversión) disminuye tanto que lastra la masa de ganancia (cantidad total ganada). Se paraliza la inversión, puesto que no garantiza más beneficio y se produce así una crisis.
Durante las crisis, las mercancías no encuentran “salida”, el valor no se realiza con la venta, se interrumpe el proceso de circulación. Las compras y las ventas están inmovilizadas y el capital se inactiva y permanece ocioso. Las empresas más débiles se arruinan, aumenta el desempleo y el “ejército de reserva”. Como efecto, la fuerza de trabajo se paga por debajo del valor. Las empresas victoriosas absorben o compran a las quebradas a precio de saldo. La centralización de capitales se acelera y se preparan las condiciones de un nuevo ciclo de acumulación, gracias a que los capitales devaluados, paralizados o destruidos hacen bajar la relación capital constante/capital variable, con lo que la tasa de ganancia aumenta y así la masa de beneficio incita a la inversión de nuevo. Hasta la siguiente fase recesiva que será más devastadora que la siguiente.
“Gran parte del capital nominal de las empresas, es decir, del valor de cambio del capital existente, queda destruida para siempre, aunque esta destrucción, puesto que no afecta al valor de uso, pueda alimentar la nueva reproducción. Es en estos momentos cuando el que dispone de liquidez se enriquece a costa de los capitalistas industriales.” (Marx. El Capital T. III)
Hay momentos en la historia en que esta vía de escape no es posible, que la devaluación de capitales por la propia crisis, por una conjunción de factores, no es suficiente para iniciar un nuevo proceso de acumulación.
Algunos pronosticaron el fin de la Gran Depresión en 2014, otros tras la salida de la Covid, pero los datos arrojados desde 2019, la inflación tras la reapertura de los mercados, la contracción del comercio mundial … nos indican otra cosa. Por ello, es necesario una destrucción de grandes dimensiones que haga borrón y cuenta nueva.
¿Qué intereses se esconden tras la guerra?
El capitalismo nace “chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies” (K. Marx) y morirá de la misma manera a la vista de una actualidad que avanza día tras día hacia un belicismo manifiesto, cerrando así un círculo de violencia, terror y destrucción.
Acertadamente, Engels en la obra Anti-Dühring, apunta que “el poder, la violencia, no es más que un medio, mientras que la ventaja económica es el fin”.
La industria armamentística
En muchas ocasiones se argumenta que el incremento del militarismo, de los gastos en armas por parte de los estados es en sí misma, la razón fundamental de la escalada bélica y causante de la guerra. Un “lobby” económico con poder suficiente como para enriquecerse y a la vez, estimular la actividad económica y generar riqueza.
Es cierto que, en una primera instancia, la industria del armamento, es capaz de generar mercancías que no solo incorporan el valor encerrado en las máquinas y materias primas que utiliza, sino que, además, a través de la explotación de las obreras y obreros, genera un plusvalor que ayuda al proceso de acumulación.
Además, junto con la industria propiamente encargada de la creación de armamento aparecen otras complementarias o accesorias que deben proveer de insumos a esta industria. En ellas, también se genera plusvalor puesto que están en la esfera de la actividad productiva.
El total del gasto militar mundial creció un 0,7 % en términos reales en 2021, y superó los dos billones de dólares según Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI). Con la guerra de la OTAN en Ucrania contra Rusia, el genocidio al pueblo palestino, la escalada bélica en Oriente Próximo y las perspectivas de nuevos frentes (Sahel, Pacífico …), la inversión está asegurada, porque depende de una ganancia que los estados occidentales han decidido prescribir.
Sin embargo, hablamos de una industria altamente tecnificada. Es decir, el elevado grado de automatismo implica una baja relación de mano de obra con respecto a otras ramas de actividad. Un conocido estudio realizado en 2007 por Robert Pollin y Heidi Garrett-Peltier, del Departamento de Economía de la Universidad de Massachussets comparó la repercusión en el empleo de la industria militar vs. otras industrias. Concluyó que una inversión en el sector sanitario o en la rehabilitación de viviendas generaría un 50 % más de puestos de trabajo que el sector militar. Si se realizara en el sector educativo o en el transporte público serían más del doble.
Teniendo en cuenta la fecha del estudio y la rápida incorporación tecnológica al sector, debemos entender que el incremento del capital constante frente al variable, en esta rama industrial debe ser más que notable.
Estos mismos recursos destinados a otro tipo de industria (infraestructura, agroalimentación…) generaría un mayor plusvalor. Pero el capitalismo no se plantea el bienestar de la mayoría social ni cubrir sus necesidades. Tampoco su bien corporativo o de clase. En el capitalismo se da una lucha fratricida entre capitalistas individuales para apropiarse de forma privada del plusvalor socialmente generado.
Otro elemento a considerar es que las principales empresas productoras de armas están distribuidas geográficamente de forma desigual. Esto implica una trasferencia de riqueza de los países consumidores a los productores. El militarismo solo enriquece a la facción más rica del capitalismo y empobrece a la más débil.
Además, la producción de armas no se incorpora nuevamente en el siguiente ciclo de producción, ni como medio de producción ni de subsistencia para la clase trabajadora.
Con ello, debemos concluir que la industria armamentística genera un enriquecimiento rápido a determinados capitalistas individuales, pero el conjunto del sistema se resiente y a la larga hace bajar la tasa de beneficio y acelera la sobreacumulación de capitales. Es decir, no soluciona el problema “global” del capitalismo.
Valor de uso vs. valor de las armas
Ante la crisis pertinaz, la que hace peligrar la subsistencia del propio sistema, el capitalismo se debe “olvidar temporalmente” de los valores de las mercancías producidas en esta rama económica y se aferra a su valor de uso como único elemento que puede revertir su camino al derrumbe: la destrucción a través de la guerra. Esa es la usabilidad del armamento.
La apropiación o desposesión de riqueza, la conquista territorial, la rapiña de materias primas o energía; el aseguramiento, control de infraestructuras y rutas comerciales o destrucción de la competencia y la reconstrucción, la conquista de nuevos mercados… Todo esto genera un alivio a la imposibilidad de valorización del capital que es, sin duda, el problema central con que se enfrenta el capitalismo a lo largo de su historia y que con el avance del tiempo y ciclo tras ciclo, se va evidenciando cada vez más.
El imperialismo se expresa así, en su faceta más violenta, la de la guerra al servicio de la acumulación de capital. Y en última instancia la destrucción de Capital para que el ciclo pueda reiniciarse de nuevo.
Es fundamental recordar que el capitalismo, en sus entrañas, en su ADN, lleva la barbarie por bandera. Que en estos momentos en los que la humanidad se juega su propia supervivencia y la del planeta, es vital, hacer un esfuerzo por entender que la Guerra, no es algo consustancial al ser humano, sino que forma parte de intereses particulares, a veces complejos y ocultos.
Actualmente, no es posible la dicotomía “guerra sí” o “guerra no” dentro del capitalismo. La guerra es una necesidad vital y como tal, acontecerá. No existen más que dos caminos: el de la connivencia con un sistema que agoniza y se torna cada vez más violento o el de la ruptura buscando vías emancipatorias para la humanidad entera, la apuesta al Negro futuro del capitalismo frente al Rojo de la razón, la humanidad y la vida.