Lejanos parecen los años en los que las trabajadoras y trabajadores organizados en una central sindical fuerte, como lo fuesen en su día las Comisiones Obreras, hacían frente a los abusos patronales y políticas antiobreras del Gobierno para intentar evitar, de alguna manera, la pérdida de derechos laborales y sociales que se avecinaban, punto álgido en los años 70-80. La progresiva putrefacción de las direcciones de las grandes centrales sindicales, que, ofreciendo una apariencia de lucha, por detrás compadreaban con la dirección patronal, se plasma en la realidad como el bombero que apaga la llamarada intensa de un fuego a veces descontrolado. El abandono progresivo de las decisorias y participativas asambleas de trabajadores por un sindicalismo delegado y gestionado, en el cual el papel del comité de empresa se reduce a un mero instrumento de institucionalidad, aleja todavía más a las plantillas de los centros de trabajo de una conciencia de clase propia cada vez más contaminada por la ideología dominante.

La consolidación de un modelo sindical de servicios y gestionado ha supuesto en la práctica una victoria más del sistema frente a la clase obrera. Unas grandes centrales sindicales que actúan apagando el más mínimo atisbo de protesta laboral supuso una gran atomización de la organización del movimiento obrero en todo el Estado. Supondrá un gran retroceso en el que muchos sectores más o menos combativos, pero descontentos con esta situación, abandonarán estas organizaciones para acabar organizándose (ya no en otra organización sindical “alternativa” diferente) por sectores o empresas, en definitiva, la atomización y la reaparición del corporativismo sindical.

El corporativismo sindical reduce todas las expectativas única y exclusivamente al ámbito del centro de trabajo, alejando las posiciones más avanzadas de la clase obrera tanto por la mejora de sus condiciones económicas y materiales, como para la necesaria transformación de la sociedad y de sus bases capitalistas, que ofrece la organización bajo un sindicalismo de clase sociopolítico. Estos sindicatos acaban cayendo en la desideologización absoluta e incluso en el personalismo de quien o quienes formaron este sindicato independiente, quedando tras las paredes del centro de trabajo, y se acaba cayendo en la institucionalidad del comité de empresa en detrimento de la actividad directa con las compañeras y compañeros y organizados como clase.

Lo cual también, en muchos casos, la línea que separa la forma de hacer sindicalismo de las grandes centrales de estas acaba siendo muy fina e imperceptible por acabar siendo similares. Los límites de esta práctica sindical se dan contra la pared de la empresa, reduciendo los problemas al ámbito de trabajo. Se acaba desterrando la lucha por una mejora de las condiciones sociales y materiales de la clase obrera. Esta práctica sindical suele acabar cuando el personalismo antes comentado llega a su fin, ya sea porque el “destacado cuadro”, que en su día agrupó a cierto número de compañeros para formar dicho sindicato, desaparece o no hay relevo.

La vida de la clase obrera no se reduce a los muros del centro de trabajo donde la obrera o el obrero son explotados, sino que va más allá de estos. Puesto que no todo se reduce exclusivamente al propio puesto de trabajo o al salario, también la lucha por una vida digna de la clase obrera es la lucha por una educación pública y gratuita, una sanidad pública gratuita y universal, en definitiva, la lucha por unos servicios públicos gratuitos y de calidad para el pueblo trabajador. El sindicalismo de clase sociopolítico debe así superar esa atomización de las luchas, hacia una unidad integral con el objetivo de elevarlas a lucha por la superación del capitalismo.

Romper la atomización sindical, luchar contra la práctica del corporativismo sindical es la lucha por la recuperación de un sindicalismo de clase sociopolítico para la clase obrera.

Arturo

uyl_logo40a.png