“Se acabaron los tiempos de paz, se acabó la posguerra. Vivimos nuevos tiempos: la era de la preguerra”. Así es como el primer ministro polaco, Donald Tusk, durante el Congreso del Partido Popular Europeo en Bucarest, nos anuncia que Europa se lanza a la Guerra.

El tono bélico va in crescendo. Las declaraciones incendiarias de gobernantes, las arengas de las cúpulas militares o las proclamas mamporreras de los mass media nos van preparando para ello.

Desde 2014, con el Euromaidan, el imperialismo angloamericano, a través de la OTAN, fue afilando en Europa el tridente dorado sobre fondo azul, emblema ucranio que simboliza hoy la guerra total del imperialista Occidente contra la humanidad. Los pueblos de Europa en sacrificio al Mammón del Nuevo Testamento, el dios de la Avaricia.

El emblema ucraniano, enarbolado por la OTAN, se ha alimentando de odio, evidenciando poco a poco que la agresión contra Rusia tiene el objetivo de destruir la Federación y apoderarse de sus recursos, y por extensión, los del resto de pueblos del planeta.

Desde el inicio de la operación de resistencia “Diluvio de Al Aqsa” contra la ocupación en Gaza, el esfuerzo financiero de EEUU (el genocidio cuesta caro) para mantener los planes del sionismo, ha sido colosal. Configurado el ente sionista como base militar y de inteligencia del imperialismo angloamericano en Oriente Próximo, se centra aquí, el segundo diente de esa horca de tres puntas de esta guerra total.

En estas circunstancias, y asumiendo que los próximos meses, el tercer frente bélico, el del Pacífico, con Taiwan como caballo de Troya de la agresión imperialista, irá paulatinamente madurando; coincidiendo con la más que probable victoria de Trump en las elecciones americanas, EEUU ha encomendado la gestión del frente en Europa a los europeos.

Esta Europa, ocupada por 452 bases yanquis y más de 100.000 soldados, sin recursos ni futuro, ante la inevitable derrota Occidental por la superioridad rusa (económica, militar y estratégica), arrastrada a un callejón sin salida por el efecto bumerán de las sanciones, avanza sin freno a la intervención directa en la guerra de las guerras de agresión imperialista.

El armamento enviado al frente ucraniano es cada vez mayor y más avanzado. Del material sanitario a los chalecos antibalas y de estos a los F-16, pasando por los drones, obuses, tanques, misiles… y sobre todo, inteligencia militar que pone en evidencia que la dirección de la guerra no es de los títeres Zaluzhnyi o Syrskyi, sino de Washington que alimenta a la OTAN con nuevos miembros que pretenden cercar al enemigo ruso.

Las maniobras militares se hacen más agresivas, frecuentes y numerosas. Las fronteras se blindan y se adoctrina a la población europea para asumir el reclutamiento forzoso.

La caída tendencial de la tasa de ganancia capitalista, arrastrando a la masa de beneficio, ha puesto de manifiesto, desde la Gran Recesión, el carácter efímero de la deuda y la ilusión del monetarismo para mantener vivo este capitalismo agonizante. El agotamiento de las contratendencias a esta ley secular e intrínseca del Capital nos conduce inevitablemente a la guerra (“destrucción creativa” de Werner Sombart), como única vía de emprender un nuevo periodo de acumulación.

Como el suicidio del escorpión, el bloque oligárquico burgués europeo, acorralado por el fuego del derrumbe capitalista, se lanza a una guerra que ni aplicando la teoría de juegos, con el horizonte de la destrucción nuclear, parece disuadir de lo contrario.

En esta encrucijada, el antagonismo de clase se magnifica y se proyecta insuperable. La lucha de los pueblos, imperiosa, debe quebrar el destino que el imperialismo nos depara, “transformando la crisis capitalista y la guerra imperialista en revolución socialista”, salvando a la humanidad de la extinción y soltando el lastre de un capitalismo que pretende arrastrarnos a la autodestrucción.

Kike Parra

 

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