Habrá quien se pregunte: ¿Pero qué hace una película como esta en una publicación como la nuestra? ¿Es que Rosebud ha perdido el norte, o es que con la edad empieza a mostrar signos de flaqueza ideológica? No, el entendimiento no me ha abandonado todavía, como tampoco - estoy convencido de ello - se depauperan mis ideas de perseverante comunista. Aunque recordad aquello de “cambia, todo cambia”, que cantaba con pasión la inolvidable Mercedes Sosa. El caso es que – si cambio hay en mí – espero sea en la senda enriquecedora de mis principios marxistas. Bueno, a lo que iba respecto a esta cinta menos anodina de lo que  aparenta. Se trata del último filme del perspicaz cineasta norteamericano Alexander Payne (Omaha, Nebraska, 1961), Los que se quedan (2023), autor asimismo de las excelentes Entre copas (2004) o Los descendientes (2011). Un director que muestra en su cine las desigualdades e  injusticias sociales de la sociedad estadounidense, y que tiene propósitos como: “de estudiante en Salamanca descubrí Viridiana, de Buñuel: nunca pensé que una película pudiera ser tan bella y subversiva”. Así, con esta carta de presentación, Payne, en su última producción, explora con sagacidad e inteligencia la existencia de tres desdichadas personas (dos hombres y una mujer) de diferente edad y clase social.

Sociedad deshumanizada

Uno de los varones, el mayor (sensacional Paul Giamatti), es profesor de Historia Antigua que de niño fue maltratado y de estudiante expulsado de la Universidad, el otro hombre es un adolescente rebelde pero sin causa, olvidado afectivamente de su familia burguesa y, la fémina, es una trabajadora negra de mediana edad aplastada por la raza y la clase, así como por el duelo de su hijo muerto en la Guerra de Vietnam. “Sabemos que en esa guerra - explica el director nebrasqueño en una entrevista – murieron muchos jóvenes negros que carecían de los privilegios de los jóvenes blancos adinerados”. Así pues, la acción se sitúa en la América convulsa de los años setenta, y las tres personas arrolladas por la vida, Payne las reúne en un internado de élite de Nueva Inglaterra durante las vacaciones de Navidad. Tiempo para que cicatricen lacerantes heridas, y para que brote una toma de conciencia colectiva capaz de acabar con tanto hundimiento y señalar el camino que cada cual deberá coger partir de ese momento. Nos hallamos, por tanto, ante una película con sustancia; bien escrita, bien interpretada y bellamente narrada, que lanza una mirada crítica sobre un país y una sociedad deshumanizada y sin principios. Una mirada no pretérita, sino que aborda cuestiones que, como apunta Payne, “no son de 1970 o 2023; sino eternas”. Un pero, sin embargo: “eternas” en el capitalismo, le objetamos desde aquí.

Rosebud 

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