El 8 de marzo, el día internacional de la lucha de las mujeres trabajadoras por su emancipación, se venía conmemorando con multitudinarias manifestaciones unitarias y actividades políticas en todas las ciudades del Estado. Sin embargo, en los últimos años, se observa que las convocatorias del 8 de marzo han ido perdiendo fuerza como consecuencia de la fragmentación política y la desmovilización general que afecta a toda la clase obrera y de forma muy específica a la lucha de las mujeres, por lo que la jornada reivindicativa que convocaba el Movimiento Feminista está siendo relegada a los últimos puestos de la actualidad, primeramente porque los medios de comunicación quieren hacer del 8 de marzo una fecha intrascendente y folclórica y, por otra parte, porque las mismas organizaciones políticas que integraban el Movimiento consideran ahora que el feminismo no merece la misma atención que otras luchas que sí parecen ser dignas protagonistas de la realidad sociopolítica.
La ideología dominante ha hecho su trabajo y para desvirtuar nuestra lucha, para hacerla insignificante, trataron de mostrarla como una cuestión propia de mujeres “radicales” y resentidas antihombres.Banalizaron el contenido de la lucha corriendo un tupido velo sobre lo fundamental de nuestra lucha: la defensa de nuestros derechos como trabajadoras y como mujeres. Después, fueron llegando las divisiones y enfrentamientos dentro del Movimiento Feminista que había logrado sacar a la calle a millones de mujeres, jóvenes, estudiantes, trabajadoras, pensionistas y, poco a poco, determinadas organizaciones que integraban el Frente Feminista han ido desgajándose considerando que ya no existen fundamentos sólidos para dar prioridad a la lucha feminista.
Empezaron culpando al Movimiento Feminista de las siete plagas de Egipto. La crisis del coronavirus se la achacaron al Movimiento Feminista, fue el feminismo el responsable de que miles y miles y más miles de violadores salieran a la calle por la ley del “sí es sí”. El feminismo, y no Rubiales, el machista besucón manoseador, fue el culpable de que el Campeonato Mundial de fútbol femenino no se celebrara con todos los fastos porque las feministas lo arruinaron todo por un piquito de nada. Son las feministas las responsables del asesinato de niños como consecuencia de la interrupción voluntaria del embarazo a manos de feministas abortistas. Y también son las feministas que denuncian violencia de género o impago de pensiones las causantes de hacer polvo la vida de muchos santos varones. En conclusión, han ido cristalizando ideas y opiniones que señalan al feminismo y se empeñan en colocarlo en el plano de lo pérfido, lo insidioso y lo malvado.
La socialdemocracia también ha puesto su granito de arena y, premeditadamente, ha dejado a las trabajadoras lejos del debate político y marcando la agenda ha ido borrando el feminismo de clase de la primera línea de la política. Cierto es que nunca el feminismo de clase fue hegemónico, pero, cada vez más, los titulares hablan de mujeres empoderadas, mujeres emprendedoras, mujeres que traspasan techos de cristal, mujeres que se sienten identificadas con letras como “ya sé que soy solo una zorra” y se hacen eco de ese mensaje equiparándolo a la consigna “pan, techo y trabajo”, pero poco dicen los titulares de las mujeres que están pasándolo realmente mal. Nos quieren convencer de que los intereses de todas las mujeres son los mismos, no importa si somos trabajadoras o burguesas, como si por el hecho de ser mujeres los objetivos de una clase y de otra fueran comunes. Como si las mujeres desahuciadas no pertenecieran a la clase trabajadora, como si las mujeres migrantes que trabajan en condiciones de semiesclavitud no fueran parte integrante de la clase explotada, como si las mujeres que están en el paro o trabajan con jornadas reducidas para conciliar con los cuidados no lo hicieran por pura necesidad , como si las mujeres de la clase obrera, después de una dura vida de trabajo, cobraran pensiones dignas, como si las mujeres de la clase obrera para recorrer el camino hacia su emancipación y liberarse del capitalismo y del patriarcado pudieran esperar comprensión y colaboración de mujeres que pertenecen a la clase que las explota.
No, no tenemos las mismas aspiraciones, no tenemos las mismas necesidades y no tenemos la misma conciencia.
Es imprescindible que las mujeres trabajadoras asumamos la defensa de nuestros intereses, en cualquier circunstancia, y que nuestras reivindicaciones tengan un espacio preferente en la agenda política. Tendremos que intervenir en el Movimiento feminista y en todas las luchas posicionándonos con claridad a favor de un feminismo de clase que abra las puertas a la lucha revolucionaria, derrote el sistema el sistema capitalista y patriarcal, y ponga fin a la explotación y la opresión que hoy soporta nuestra clase.
Telva Mieres