Por sorprendente que parezca, el cine palestino ha existido y existe todavía. ¿Transnacional y producido con múltiples dificultades? Sin duda ninguna, pero un cine igualmente que, habiendo pervivido en el tiempo, sigue realizando películas que muestran la idiosincrasia y el coraje de un pueblo que jamás renunció a recuperar su tierra (Palestina) que un día de 1948 (el Día de la Catástrofe) le usurpó vilmente el sionismo internacional con el apoyo de las grandes potencias de la época. Un cine, pues, testigo y memoria de la lucha heroica del pueblo palestino, y que con revitalizada energía creativa se rehace y reinventa cada día. Un cine, además, que prueba fehacientemente que la barbarie cometida por la entidad sionista no empezó un 7 de octubre como consecuencia del combate legítimo de la resistencia palestina contra el ocupante israelí, sino 75 años antes.
“Arte para la lucha”
En general, y partiendo de la diáspora palestina, se considera que el cine palestino nació con un documental de 1935 del director Ibrahim Hassan Sirhan, que filmó la visita del rey Ibn Saud de Arabia Saudí a Jerusalén y Jaffa. Otros pioneros como Ahmad Hilmi al-Kilani (cofundador con Sirhan del estudio de producción “Arab Film Company”), Mohammad Kayali y Abde-er-Razak le emularon, pero sus filmes no sobrevivieron a la Nakba. Entre los entonces exiliados, se hallaba el gran escritor, periodista y dramaturgo Gassán Kanafani (asesinado por el Mossad en 1972) cofundador del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) de George Habash y autor del bello libro de relatos Un mundo que no es nuestro, y con él, un grupo de cineastas que tuvo que narrar el drama palestino lejos de su tierra natal, convirtiéndose así el cine palestino, como ningún otro, en un cine transnacional. Fue, por tanto, en ese contexto y a partir de la fundación en Jordania en 1968 de la Unidad Cinematográfica Palestina, que empezaron a rodarse documentales militantes bajo la consigna “arte para la lucha”, como Ninguna solución pacífica (1968) o No existen (1974), ambos de Mustafa Abu Ali. Sin embargo, fue a partir de los años ochenta en adelante cuando el cine palestino adquirió estabilidad e identidad propia; en buena medida gracias a autores como Michel Kheleifi, Rashid Masharawi, Hany Abu-Assad o Elia Suleiman, y a sus películas Memoria fértil (1981), Haifa (1996), Paradise Now (2005) o Intifada (1990), todas testigos del modo de vivir y luchar de los/as palestinos/as, y esta última, sobre el tratamiento hostil y sesgado de los medios occidentales respecto a Palestina. Si bien el cine palestino no es solo testimonio del genocidio sionista que vemos completar hoy, sino también memoria para que esa atrocidad nunca se olvide. Encargándose de ello, entre otros realizadores, la tenaz betlemita Annemarie Jacir y su Sueño de libertad (2012), el maestro Suleiman y su resplandeciente De repente, el paraíso (2019) o los prometedores hermanos Nasser y su esperanzadora Gaza mon amour (2020). Todas ellas muestras del indestructible renacer del cine palestino.
Rosebud