En la sociedad capitalista, los principales indicadores de valor se centran en la producción y la eficiencia, lo que a menudo conlleva a la invisibilización de las discapacidades, especialmente aquellas que no son evidentes a simple vista, como las condiciones de salud mental o las discapacidades cognitivas. Estas afecciones rara vez son reconocidas o atendidas en el entorno laboral, lo que resulta en una falta de apoyo y la sobreexplotación de las personas que las padecen.

Esta situación es consecuencia directa del sistema de producción capitalista, cuyo objetivo principal es maximizar las ganancias y minimizar los costos de producción a costa del sudor de la clase trabajadora. Por este motivo, las personas con diversidad funcional (término que, contrariamente al de discapacidad, no estigmatiza ni infravalora a estas personas en concreto), habitualmente se ven obligadas a ocultar sus condiciones por temor a la discriminación, lo que perpetúa su marginación en el centro de trabajo.

En este marco, la estigmatización de las personas con diversidad funcional surge de la lógica de la competencia y la explotación. Aquellos que no pueden mantener el ritmo implacable de la producción son considerados una carga para la empresa y la sociedad en su conjunto. Esta estigmatización se refleja en los estereotipos y prejuicios que enfrentan dichas personas al buscar empleo y en el centro de trabajo.

En este contexto, la falta de solidaridad obrera se deriva de la competencia por empleos y recursos limitados, lo que puede llevar a la discriminación y la exclusión de aquellos percibidos como menos productivos.

Este problema afecta profundamente a la juventud, ya que las personas jóvenes con diversidad funcional se enfrentan a obstáculos adicionales al ingresar al mercado laboral. La competencia y la presión por ser productivo pueden ser aún más intensas para la juventud obrera, lo que puede resultar en una discriminación sistemática y la negación de oportunidades. Además, la falta de apoyo y visibilidad en el ámbito educativo puede limitar el acceso de la juventud de extracción obrera con diversidad funcional a una formación adecuada y a un desarrollo profesional pleno.

Esto no solo afecta su bienestar económico, sino que también socava su confianza y autoestima. Por lo tanto, es esencial abordar este problema de manera integral para garantizar un futuro más inclusivo y equitativo para este sector de la juventud.

En lo que respecta al Frente Sindical, la lucha por los derechos de las personas con diversidad funcional es un aspecto crucial de la labor sindical que a menudo no recibe la atención que merece. Esto se debe a varias razones, incluyendo la dependencia de estas personas a fundaciones privadas o asociaciones para recibir apoyo y recursos, lo que puede resultar en una falta de representación y visibilidad en los sindicatos y en la lucha laboral. Sin embargo, es esencial que los sindicatos desempeñen un papel más activo en la defensa de sus derechos. Esto implica no solo la defensa de los derechos laborales específicos de las personas con diversidad funcional, sino también la promoción de una cultura de inclusión y solidaridad que beneficie a toda la clase trabajadora.

Guillem

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