Israel es un tumor maligno que el Eje Anglosajón y la Red Sionista Mundial decidieron implantar en Asia Occidental para beneficio de sus intereses, principalmente entonces asegurarse de que un Estado fuertemente militarizado les garantizara el aprovisionamiento energético vital (petróleo y gas) y el mantenimiento a raya de posibles adversarios.

Para poderse permitir tamaña implantación tumoral consideraron pertinente que la misma estuviera regida por una ideología extremadamente supremacista, racista, clasista, imperialista y de creencias extremistas, es decir, una suerte de nazismo religioso: el sionismo.

Hubo un pueblo que recibió el primer y terrible impacto de tal monstruosa implantación y que la viene sufriendo desde entonces: el palestino.

Para llegar a los límites de brutalidad perpetrada contra él, difíciles de imaginar (a pesar de la masacre televisada de la que somos testigos), quienes la ejecutan tienen que conseguir realizar un extraordinario adormecimiento de conciencia. Para ello la Red Sionista Mundial dispone del control de la absoluta mayoría de los medios de difusión del mundo (que llaman “guerra” a lo que es un genocidio, por ejemplo), además del de los grandes conglomerados informáticos y de formación-educación, amén de muchos otros resortes del poder económico-financiero y político mundial, incluyendo buena parte del “estado profundo” de EE.UU.

Racismo sionista y resoluciones de la ONU.

Sin embargo, hasta tal punto han llegado históricamente las atrocidades y el fanatismo sionista y la reacción y desestabilización general que causan, que a la ONU no le quedó más remedio que tomar cartas en el asunto desde un primer momento. Sucesivas resoluciones a lo largo de los últimos 50 años han intentado sin éxito poner coto a estos desmanes. Citaremos algunas de las más importantes:

1948: Resolución 194 de la Asamblea General, por la que se reconoce el derecho al retorno de los refugiados y desplazados árabes.

1967: Resolución 242 del Consejo de Seguridad. Reclama la retirada israelí de los territorios ocupados.

1967: Resolución 2.253 de la Asamblea General, en la que exige a Israel que desista de “adoptar cualquier acción que pueda alterar el estatuto de Jerusalén”.

1974: Resolución 3.236 de la Asamblea General, por la que reconoce los derechos inalienables del pueblo palestino y reclama el retorno de los refugiados a sus hogares.

1975: Resolución 3.379 de la Asamblea General de la ONU, que describe al sionismo como una forma de racismo.

1978: la ONU declara el 29 de octubre día internacional de solidaridad con el pueblo palestino.

1979: Resolución 446 del Consejo de Seguridad de la ONU, que exige a Israel el desmantelamiento de sus asentamientos sobre los Territorios Ocupados.

1980: Resolución 478 del Consejo de Seguridad, en la que se declara que cualquier intento de modificar el estatuto de Jerusalén por parte de Israel, sería considerado “nulo e inválido”.

1992: Resolución 726 del Consejo de Seguridad, por la que se condena a Israel por deportar a 12 palestinos de los territorios ocupados.  (Al tiempo que esta medida viola también la Convención de Ginebra).

El derecho al retorno de los refugiados y desplazados (70% de la población palestina) es reconocido, asimismo, por las resoluciones 2.252, 2.452, 2.535, 2.672, 2.792, 2.963, 3089, 3.331 y 3.419 de la Asamblea General.  Mientras que las resoluciones 242, 338, y 425 del Consejo de Seguridad reclaman la retirada israelí de los Territorios Ocupados.

Por otra parte, la IVª Convención de Ginebra, de 1949, firmada por Israel en 1951, señala que “la potencia ocupante no podrá transferir parte de su propia población civil a los territorios que ocupa”.

La resolución 452 del Consejo de Seguridad de la ONU, de 1979, incide en el mismo sentido. También la 465 de 1980, con un claro llamamiento a Israel para que no modifique el carácter físico, la composición demográfica, la estructura institucional o el estatuto de los territorios palestinos.

Los artículos 47 y 49 de la IVª Convención de Ginebra advierten contra la represión de la población civil ocupada por parte del Ejército ocupante.

Israel se mofa abiertamente de todas ellas.

Cuando en 1975 la resolución 3379 de la ONU declaró que “el sionismo es una forma de racismo y de discriminación racial”, el entonces embajador israelí ante las Naciones Unidas se permitió el lujo de rasgar el papel con la resolución, en la misma tribuna de esa organización mundial (¿a alguien más se la habría consentido sin pestañear semejante chulería?).

No contentas con eso, las autoridades de Israel cambiaron el nombre del mayor bulevar de Haifa, nombrado en honor de la ONU, por el de “Bulevar Sionista”.

El 29 de octubre de 2021 el embajador israelí en la ONU, Gilad Erdan, repitió la afrenta, la soberbia y el desprecio de su antecesor de los años 70, rasgando desde la tribuna de oradores el informe anual del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas.

Israel ha atacado, denigrado o acosado a quienes han intentado abrir investigaciones por sus numerosos crímenes. Así, se denodó por destruir la reputación de Richard Goldstein, quien dirigió el equipo de investigación de la ONU sobre la ofensiva de Israel contra Gaza en 2008. Más tarde hizo dimitir al fiscal jefe de la Corte Penal Internacional, Fatou Bensouda, cuando se atrevió a abrir una investigación sobre los crímenes de Israel.

El Estado sionista acusa de “antisemitismo” a todo aquel que critica sus crímenes. Obviando que semitas son los pueblos que han convividos durante milenios en esa región de Asia Occidental, árabes en su mayoría, y que sólo una parte de los judíos del mundo son semitas. Con lo cual probablemente habría que decir que los verdaderos antisemitas son los/las sionistas.

¿Pero cómo puede un país seguir formando parte de una organización de la que no sólo no respeta ninguna de sus resoluciones, sino que intenta socavarla permanentemente?, ¿un país que precisamente se formó por una decisión de ese organismo? ¿Cómo puede gozar de la más absoluta impunidad y falta de sanciones frente a los crímenes de lesa humanidad y de guerra que comete permanentemente?

Porque ha contado en todo momento, como venimos diciendo, con el apoyo de la potencia mundial hegemónica, EE.UU., más la Red Sionista Mundial.

EE.UU. (y su tumor Israel) se constituye crecientemente en un peligro mortal para la humanidad

Hay que tener en cuenta que EE.UU. es otro fuera de la ley. Ahora que se discute una vez más la posición de la ONU sobre el mortífero y brutal bloqueo que realiza contra Cuba, de 6 décadas de duración, donde a menudo la potencia imperial se queda sola con Israel en la defensa del mismo, conviene recordar que EE.UU. también hace caso omiso de las resoluciones de este organismo, a pesar de que cuando quiere utiliza las mismas para intentar justificar sus ataques contra otros países.

Por citar una lista no exhaustiva de las Convenciones, Protocolos y Acuerdos no firmados por este país, o firmados pero no ratificados tenemos:

La Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW) (sólo Santo Tomé y Príncipe y Afganistán tampoco lo firman);Convenio para la Represión de la Trata de Personas y de la Explotación de la Prostitución Ajena; Protocolo de Kyoto; Convenio sobre la Protección y Utilización de Cursos de Agua Transfronterizos y Lagos Internacionales; Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar; Convención sobre la Prohibición del Empleo, Almacenamiento, Producción y Transferencia de Minas Antipersonal y sobre su Destrucción (Tratado de Ottawa);Segundo Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, destinado a abolir la Pena de Muerte; Convención Internacional sobre la Represión y el Castigo del Crimen de Apartheid; Convenio relativo a la libertad sindical y a la protección del derecho de sindicación; Convenio sobre el derecho de sindicación y de negociación colectiva; Convenio sobre la edad mínima de admisión al empleo; Pacto Mundial para la Migración, de Marrakech; resoluciones condenatorias de la violencia neofascista en Europa (sólo EE.UU. y qué curioso, Israel, se niegan sistemáticamente a suscribir esas condenas);Convención sobre la imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y de los crímenes de lesa humanidad; Convenio de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes; Convenio de Basilea sobre el control de los movimientos transfronterizos de los desechos peligrosos y su eliminación; Convenio sobre la diversidad biológica; Tratado de prohibición completa de todos los ensayos nucleares; Convención Internacional contra el reclutamiento militar, la utilización, la financiación y el entrenamiento de mercenarios; Convenio Internacional para la represión de los atentados terroristas cometidos con bombas; Protocolo facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la participación de niños en los conflictos armados; Protocolo facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la venta de niños, la prostitución infantil y la utilización de niños en la pornografía; Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales; Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados; Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional…

Suma y sigue.  Es decir, EE.UU. no cumple ninguna ley internacional, pero en cambio sí obliga al resto del mundo a seguir sus leyes (las leyes estadounidenses son extraterritoriales, es decir aplicables a cualquier país fuera de su territorio, de manera que si EE.UU. “sanciona” -agrede económicamente- a otro país, los demás están obligados a seguir sus sanciones, que dicho sea de paso, también violan las resoluciones de la ONU, so pena de afrontar las represalias consecuentes). De manera que EE.UU. ha venido catalogando al mundo entre los que siguen sus normas (subordinados, a los que a veces da el título de “aliados”) y los que no (que van directos a formar parte del “Eje del Mal”).

Este es el famoso “mundo basado en reglas” del que nos hablan permanentemente USA y sus súbditos de los gobiernos europeos, como el inefable hombre de la guerra (y de las “sanciones”) de EE.UU. en Europa, Josep Borrell.

En estos momentos en que el Eje Anglosajón y la Red Sionista Mundial han decidido desatar la Guerra Total contra el Mundo Emergente no puede haber más engaños al respecto. Quienes apoyan por acción u omisión los crímenes de Israel-USA (con o sin la intervención de sus adláteres de la OTAN), quienes siguen armando, proporcionando energía y recursos y defendiendo a la entidad sionista, son cómplices, defensores del terrorismo a escala planetaria. De una guerra permanente, mundial, que no dejará a nadie sin afectar.

Nada parecido a la democracia puede ser compatible con semejantes posturas.

PD: En el mundo multipolar que viene ya no habrá cabida para los estados de ocupación y apartheid, como el que mantiene el sionismo.

Resoluciones históricas hasta la que emite la propia ONU: por qué defenderse de una ocupación no es ‘terrorismo’.

Andrés Piqueras

OM: Publicado en Observatorio de la Crisis.

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