Influenciados por el mundo que nos rodea, seamos conscientes o no, vivimos, sentimos y nos movemos, al ritmo de la hegemonía cultural. Bajo esta premisa, no escapamos nadie, por más que presumamos de mantener a raya un pensamiento autónomo, científico e independiente.

Un ejemplo claro lo tenemos con las políticas de pacto social, causantes de uno de los periodos de  mayor desmovilización social, al menos, de la historia más reciente. Ello, a pesar de pérdida de poder adquisitivo, agravada por la alta inflación, sobre todo, de los productos básicos, de la subida de tipos que encarece o impide el mantenimiento o adquisición de viviendas, del deterioro de los servicios públicos, de la educación y la sanidad…

Bajo esta paradoja, son sometidas amplias masas de trabajadoras y trabajadores lumpenizadas en lo ideológico, pero también sectores conscientes de la clase obrera e incluso, parte de la supuesta vanguardia emancipatoria y que, en determinadas cuestiones, acaban (acabamos) al rebufo del quehacer de la mayoría a-social y a-política.

Decía Sigmund Freud que “si dos individuos están siempre de acuerdo en todo, puedo asegurar que uno de los dos piensa por ambos”.  Y es en esta tesitura del Pacto Social, en la que podríamos asegurar que, entre los sujetos que abrazan la mesa de negociación, es el Trabajo quien cede una y otra vez.

Sin embargo, la percepción colectiva (ilusoria a todas luces), al menos para los sectores progresistas de la sociedad, mientras dura el periodo legislativo “izquierdista”, es de avance en muchas cuestiones fundamentales: en derechos civiles, sociales, políticos, económicos… La revalorización de las pensiones, del SMI, de los derechos LGTBI+ y toda su diversidad, de la igualdad entre mujeres y hombres, de la conciencia medioambiental y climática, de la defensa de la democracia y sus valores frente a los autoritarismos. Es la contraparte, la derecha supuestamente ofendida, agredida, la que percibe la destrucción de todos los valores que nos permiten ser y sentir como ahora lo hacemos. La tradición, la patria, la familia, la libertad… La alienación de nuestros valores por las hordas marxistas, mahometanas, otrora judeo-masónicas…

La falta de respuesta social de las izquierdas (integradas, domesticadas), incluso de entender la existencia misma de una agresión hacia los sectores populares en materias políticas y económicas, es fruto precisamente de la trampa del consenso, del pacto social. Gramsci comentaba que el

Estado es todo el conjunto de actividades prácticas y teóricas con que la clase dirigente no solo justifica y mantiene su dominio, sino que logra hacerse con el consentimiento activo de aquellos sobre los que gobierna” (Gramsci 1971: 244).

En ese sentido, cada vez, cobran más importancia las acciones de legitimación de las actuaciones gubernamentales y las herramientas de propaganda, no ya para conseguir un acuerdo monolítico sobre cuestiones elementales (estructurales), sino para desagendarlas, dejando libre albedrío, y por lo tanto debate y confrontación, en aquellas superficiales que, aunque puedan ser importantes, no cambian lo fundamental de los modos de vida de la mayoría social. Esta práctica, permite al juego de la democracia, entendida como la convivencia de distintas percepciones o sensibilidades, mantener la ficción de su existencia.

Siguiendo con Gramsci,  “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político”. Si el primero se produce, peligra el segundo, pero si la superestructura se vuelve permeable a las inquietudes sociales, se adoptan como propias, se asimilan, se liman las aristas que pueden llegar a rasgar el envoltorio, entonces, el poder político, ha conquistado el cultural otrora bárbaro, por su origen exógeno. El nuevo pensamiento, “más democrático si cabe”, puede seguir proyectando su papel de dominación con el consentimiento de los gobernados, tal que fueran ellos quienes lo implantaron.

La Iglesia hizo suya la herejía abrazando el paganismo, hoy diluido entre el santoral, los dogmas de fe y la autoflagelación de fieles y pastores.

Hoy, el neoliberalismo occidental hace bandera de un movimiento que tuvo su origen en la toma de conciencia (sincera pero cándida) frente a los agravios a la justicia social. Inicialmente sobre el conflicto racial en EEUU, pero pronto, ante otras afrentas. Lo “woke” ahora es un término despectivo en muchos aspectos y se utiliza por sus detractores para desdeñar todo cambio social que arrincone el “status quo” y los privilegios.

El antiracismo, el feminismo, la defensa de los derechos LGTB+, la ecología… bajo el prisma “woke” es pura retórica. Un movimiento intrincado con los neo-marxismos estériles de la posmodernidad más irracional. Es todo teatro y puesta en escena, personificación del agraviado y del agraviante y condena (cancelación) histriónica del hecho y el causante. Fin del problema. Pérdida del sentido crítico, de la prueba-error del ensayo social, autocensura de lo (a)políticamente correcto. ¿Empoderamiento o negacionismo racial?; feminismo carcelario o de código penal contra un feminismo de clase y combativo, ecologismo made in Greta Thunberg, exaltación de una diversidad que solo una minoría de la población entiende, porque nace desde arriba (de marte). Y una hipersensibilidad cargada de ansiolíticos que coarta, no la libertad de expresión, que no existe, sino de pensamiento. Todo muy acorde a una nueva Inteligencia Artificial generativa, que debe sustituir a la natural, con sus algoritmos perfectos y circunscritos a la nueva religión sin Dios, pero con amo moral.

Pero, el fascismo, el racismo y xenofobia; el patriarcado, la opresión sobre las minorías; la desconsideración, persecución por la orientación sexual, el colapso medioambiental sigue su curso abrupto de rambla, porque lo “woke” no propone cambios, solo juzga sin sentenciar y legitima lo “correcto” y aparta, esconde, censura lo “incorrecto”. Sin grises, solo blancos y negros. Y en la guerra, buenos y malos.

Mientras lo “woke” reescribe la historia, la deconstruye según su deber ser, la reacción se reafirma en su gloria. Frente a la cultura “woke” de lo estético, la reacción arrasa con lo material, con las verdaderas conquistas sociales.

El Occidente Colectivo es “woke”. BlackRock es “woke” y camina hacia un capitalismo “woke” de princesas Disney racializadas, de absurdos productos inane amigos del medio ambiente, de portavoces de guerra trasngénero que nunca estarán en el frente de batalla. El resto es una amenaza retrógrada o, al menos, amalgama heterogénea o informe anti-woke. Abrazadora de la multipolaridad como única salida posible, de patria soberana, familia, moral y religión, cuando no de colectividad, socialismo o estatalización. Una amenaza en cualquier caso con volver atrás y cercenar el individualismo más exacerbado, más… “woke”.

Y una minoría aquí, atrapada entre dos percepciones adulteradas de una realidad irracional, posmoderna, de guerra cognitiva. Con la necesidad de romper la equidistancia y salir por la tangente, de superar la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo y colocar en el centro del devenir, los antagonismos sociales; y de forjar la emancipación del pensamiento y el pensamiento emancipador.

Kike Parra


Publicado en nuevarevolucion.es el 9 de octubre 2023

uyl_logo40a.png