“Preguntaréis, ¿por qué su poesía / no nos habla del sueño, de las hojas, / de los grandes volcanes de su país natal? / Venid a ver la sangre por las calles, / venid a ver la sangre / por las calles!”, escribía a propósito de los horrores de la guerra civil española el gran poeta comunista chileno, Pablo Neruda, en su impresionante libro España en el corazón.

Hoy, con toda modestia y salvando las distancias, siento como entonces él, la misma necesidad de despojarme de lo superfluo y artificioso viendo por televisión las terribles imágenes de la masacre del heroico pueblo palestino a manos del poderoso ejército israelí. Sólo dolor y rabia asaltan mis entrañas ante tanta barbarie e insoportable impunidad internacional. Dolor, por la inaudita crueldad con la que la entidad israelí y su terrorífico ejército responden a lo que es legítima defensa de un pueblo que de manera infatigable lucha por su libertad y por su patria arrebatadas desde la Nakba, es decir desde el catastrófico día (15 de mayo de 1948) en que los palestinos (hombres, mujeres, ancianos y niños) iniciaron el exilio expulsados de su tierra por el terrorismo de Estado del primer ministro David Ben-Gurión.

Un pueblo indomable al precio de decenas de miles de muertos y heridos, que a día de hoy sobrevive en la diáspora (unos 12 millones de palestinos), y en régimen de apartheid en Cisjordania y en la Franja de Gaza, la actual Palestina, con 4 millones de habitantes.

Trágicos lugares en los que se están cometiendo las actuales atrocidades israelíes ante la indolencia del mundo occidental capitalista. Peor todavía, con su complaciente y vergonzosa aquiescencia. Y rabia infinita, por querer imponernos los diferentes gobiernos y medios de comunicación de ese mundo decrépito, incluidos el y los del Estado español, un relato ahistórico del conflicto armado entre palestinos e israelíes. Y más genéricamente entre árabes e israelíes. Ignorando al tiempo, además de quienes son las víctimas y los verdugos, los agresores y los agredidos, las numerosas y contundentes resoluciones de la ONU (181(II), de 1947; 194(III), de 1949; 3236 (XXIX), de 1974, etc.) sobre “el derecho inalienable del pueblo palestino a la libre determinación, la independencia, y la soberanía nacionales”. Lo que permite escandalosamente que se vaya cometiendo, impunemente y de manera progresiva, un holocausto de Israel a Palestina.

Dos preguntas se imponen: ¿Cómo no pensar en tales circunstancias en la cínica política del doble rasero empleada por la UE y su amo, el imperio yanqui, respecto a Ucrania y al drama palestino que ahora tiene lugar en Israel? y sobre todo, ¿cuántos miles de asesinatos de palestinos deberán cometerse aún, para que las instituciones internacionales condenen y penalicen al Estado sionista de Israel por intentar consumar uno de los genocidios más abyectos de la historia de la Humanidad, y para que, de una vez por todas, se reconozcan los derechos del pueblo palestino? ¿Cuánta sangre más deberá correr por las calles de Palestina, cuánta sangre más?...

José L. Quirante

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