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No hace mucho que los medios de comunicación han comenzado con el tema del Caso Negreira, una investigación de la Agencia Tributaria que ha desvelado los pagos que periódicamente, durante décadas, el Barça realizó al vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros, Jose María Enríquez Negreira. Como si se tratase de una nueva serie de Netflix, todo apunta a que podremos deleitarnos con unas cuantas temporadas de noticias sobre corrupción en el fútbol. Habrá cruces de acusaciones, persecuciones mediáticas, luchas de poder, declaraciones explosivas frente a las cámaras, y otras inauditas frente al juez, y por supuesto, lo que más nos gusta ver, policías llevándose esposados a los otrora poderosos e intocables. Y es que si algo llega al corazón del público, es el espectáculo de ver como se llevan detenido al villano de turno, ocultándose el rostro, forcejeando, gritando su inocencia, o al estilo Rodrigo Rato, metiéndolo en el coche policial con la mano en el cogote, como si la “mano de la justicia” le hiciera arrodillarse, esto es sin lugar a dudas, la mejor escenificación para que las masas, en plena catarsis, vean como hay justicia de verdad,  y así poder dormir más tranquilos sabiendo que la ley es igual para todos y todas. 

Ahora bien, los 7 millones de euros que a lo largo de más de 20 años pagó el Barça no dejan de ser una minucia. Y no porque comprar árbitros sea algo tan natural que ni siquiera merezca la pena decirlo, sino porque el mundo del fútbol está lleno de casos verdaderamente notorios. Sin ir más lejos, la RFEF (Real Federación Española de Fútbol) lleva décadas envuelta en todo tipo de escándalos e irregularidades, las más recientes son las comisiones cobradas por llevar la Supercopa a un país tan pródigo con las dádivas como poco recomendable, Arabia Saudí. Su anterior presidente, Ángel María Villar, un todopoderoso y mandamás que durante casi 30 años hizo lo que quiso, acabó siendo uno de esos que se llevan esposado, curiosamente no tuvo muchas dificultades para abonar la fianza. Luego, si vamos un poco más lejos, ya a nivel internacional, tenemos el denominado “Fifagate”. Toda una red de sobornos, fraude y lavado de dinero por más de 150 millones de dólares que obligaron a dimitir otro todopoderoso, su presidente Joseph Blatter.

Y es que, parafraseando sus palabras de dimisión, la gente de la FIFA no vive el fútbol igual que el resto.

Con todo, hay que preguntarse algunas cosas desde esa curiosidad natural, sana e ingenua que hace preguntas simples sobre un mundo cuyas contradicciones precisamente se sostienen por la actitud contraria, la actitud que da todo por hecho, la que dice estar de vuelta, y al hacerlo, asume sin extrañeza un mundo tan sin vergüenza.  En primer lugar, ¿por qué hay corrupción en el fútbol? La respuesta es simple, porque hay mucho dinero, y el dinero, como el agua, hidrata y facilita el crecimiento de todo tipo de formas de vida, especialmente aquellas que se lucran de otras, los parásitos. Otra pregunta; ¿y cuánto dinero mueve el fútbol? Lo cierto es que aquí, como en tantos otros negocios lucrativos que se mueven entre todo tipo de transparencias y opacidades, las cifras son puramente aproximativas, se estima que la facturación anual de las principales ligas del mundo juntas es de unos 40 mil millones de euros, ahora bien, eso sería sin contar lo que el fútbol mueve a nivel indirecto, así, por ejemplo, calculan que la denominada industria del fútbol supone, sólo en España, el 1,4 % del PIB. No estamos entonces frente a un deporte cualquiera, sino ante todo un señor sector económico, una estructura con todas sus correlativas instancias políticas e ideológicas, organismos, competiciones, torneos, colores, banderas, aficiones... y cientos de millones de trabajadores directos e indirectos. Y por último, la más ingenua y a su vez necesaria de las preguntas, cómo es posible que una actividad que no atiende ninguna necesidad básica, un deporte, que además no es ni el más complicado, ni el más arriesgado, ni el más exclusivo, haya adquirido tal relevancia economía política e ideología, cuál es el secreto del fútbol, es acaso la llamada magia del balón, o tal vez es pura casualidad.

El fútbol, capaz de paralizar el mundo, extraer ingentes plusvalías y provocar cuantiosos márgenes de corruptelas, es el espectáculo por excelencia. Es tan clásico como el pan y circo, porque el ritual de la catarsis colectiva estructura las pasiones y es garantía de estabilidad. No hacen falta espectáculos muy elaborados, al contrario, cuanto más simple, más flexible y absorbente, capaz de aglutinar elementos de toda índole, económicos, políticos e ideológicos, pasión y mercadeo que se retroalimentan. Tal vez la magia del balón sea que al final no se sabe muy bien quién regatea a quién, nosotros al balón o el balón a nosotros.

 Eduardo Uvedoble

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