Hace años, pero últimamente en mayor medida, o al menos es mi subjetiva percepción, se escucha más la expresión “capitalismo salvaje”. El Gobierno de España la ha utilizado y utiliza de forma más o menos vehemente, u otras similares, para justificar determinadas propuestas políticas que tratan de intervenir, aunque sea modestamente, contra la “libertad de mercado”; afectando así, al interés de clase del bloque oligárquico-burgués. (tope de cuotas hipotecarias de tipos variables, impuestos especiales para la banca, sectores energéticos…).

En este sentido han ido las declaraciones de la ministra Ione Belarra o de la propia Yolanda Díaz, arremetiendo contra los beneficios “impúdicos” de la banca, o tildando al empresario propietario de Mercadona Juan Roig, como capitalista salvaje y despiadado.

No se trata de una adjetivación ornamental o literaria para abundar en su carácter intrínseco, sino que es más bien, una concepción profundamente política.

Cuando se utiliza actualmente la expresión “capitalismo salvaje”, parece referirse, al capitalismo que vivimos en esta última fase histórica. Como expresión en sí, hay quien sitúa su nacimiento conceptual en los años 70 y otros en los 90. Lo que parece está claro es su vinculación con el periodo neoliberal que se abre a principios de los años 80 del S. XX. A partir de esta década, el poder sindical de las trabajadoras y trabajadores merma, y con ello, la herramienta de lucha por incrementar salarios.  De hecho, se produce una caída drástica en la participación de los salarios como porcentaje del PIB, en beneficio de las rentas del capital. Se recorta lo que se denominó el estado del bienestar y las privatizaciones, las innovaciones tecnológicas, el impulso al comercio internacional y la caída de la URSS, arrinconan a la clase obrera a una mayor polarización social. En este contexto, la rentabilidad empresarial consigue remontar temporalmente su caída tendencial  hasta finales de los 90.

A partir de este momento, hemos venido asistiendo a un capitalismo en fase terminal, en el que sobre todo, desde la crisis de 2008, la interrelación entre capital especulativo y capital productivo se ha roto y la financiarización y la deuda dominan la economía.

De forma más descriptiva hay quien caracteriza este “capitalismo salvaje” como el resultado de  una economía descontrolada, que además conlleva aumento masivo de la pobreza, que busca el lucro por el lucro. Un sistema en que “Los pocos ricos son cada vez más ricos y la mayoría de pobres se vuelve cada vez más pobres” (Bernardo Kliksberg).

En contra de este subgénero de capitalismo, encontramos junto con los ya mencionados miembros gubernamentales a, otros flamantes “socialistas” como Bernie Sanders o Thomas Piketty. Está claro, hay sectores de la socialdemocracia en una clara posición anticapitalista y en contra de los efectos más “impúdicos” de este nuevo “capitalismo salvaje” y despiadado.

Frente a este capitalismo, hay quien propone un “capitalismo consciente”, movimiento impulsado por Raj Sisodia, y John Mackey que establece entre sus propósitos, según palabras del primero “cambiar la narrativa de los negocios”, sustituir el “yo” por el “nosotros”, la rendición social de las cuentas y llevar más allá de la rentabilidad, la actuación empresarial. Gracias a estos “gurús”, se ha podido influir en  empresas como Starbucks, Whole Foodso  Unilever; y curiosamente, Mercadona, cuyo titular es el mismo Juan Roig, ese “capitalista despiadado”.

En la misma línea, pero más de estar por casa, encontramos a Aldo Olcese. En la presentación de su libro “Capitalismo Humanista”, describe que ha

tenido el privilegio de trabajar al lado de empresarios de raza, de los de verdad, con visión de largo alcance, con humanidad, honestos y trabajadores a carta cabal. Tomas Pascual de Leche Pascual, José Luis Ballvé y sus hijos Pedro y Fernando de Campofrío y Telepizza, o Antonio Catalán de NH y AC Hoteles. Ellos me hicieron ver la grandeza de emprender y de generar riqueza, siempre con un espíritu social y de compromiso responsable con su entorno, con su país y con el mundo que les tocó vivir.

Lo que se ha llamado el “Gran Reinicio” o “Gran Reseteo” del capitalismo, ha puesto de actualidad en Davos, en el Foro Económico Mundial de 2021, un concepto que sigue la estela de los anteriores. En este caso, “capitalismo inclusivo”. En este foro, la nueva Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se manifestó a favor de un nuevo capitalismo, que promueva una economía “que trabaje para la gente”.

Igualmente el Presidente del Gobierno español señaló que

hay que ir un paso más allá: no basta con redistribuir la renta, mediante los impuestos; hay que avanzar en la pre-distribución: asegurar que los mercados funcionan de manera más justa y más democrática.

Un capitalismo bendecido por la Santa Sede y su capo Francisco en la encíclica Fratelli Tutti. Hasta la Plataforma Pymes reclama un modelo de “Capitalismo inclusivo”.

Llegados a este punto, pareciera que “cualquier tiempo pasado fue mejor” y que aquello que escribió Marx sobre que “el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza” fue solo un artificio o retórica literaria para adornar su “libro”. Se obvia el proceso histórico de la llamada acumulación original, plagada de sufrimiento, explotación, robo y violencia. Se obvia también la lucha constante del capital por evitar la caída tendencial de los beneficios, sobre las espaldas del incremento de la explotación de la clase trabajadora, del expolio de los recursos naturales del planeta y la opresión sobre los pueblos. De las guerras de rapiña de un imperialismo  que no ha cesado en su injerencia y violencia contra la humanidad. Todo esto no es nuevo, no forma parte del nuevo capitalismo, sino de su esencia. Un sistema basado en la búsqueda de beneficios, sustentado en un claro interés de clase que oprime a los trabajadores y trabajadoras del mundo como fundamento de su propia subsistencia.

Es cierto, las consecuencias que para el planeta y para la humanidad tiene el capitalismo en su fase actual, abundan en los problemas que para las capas populares tuvo el capitalismo preindustrial, el industrial y el financiero. Pero es que no podía ser de otra forma. Las contradicciones del sistema se van agudizando en un proceso lógico y lineal. La caída tendencial de la tasa de ganancia, el proceso de concentración y centralización de capital, la contradicción capital-trabajo irreconciliable.

El principal problema de la humanidad no es el “capitalismo salvaje”, sino el capitalismo en sí. Es un sistema opresivo y salvaje en sí mismo. No admite reforma o restauración. Los apologéticos que afirman la necesidad de su modificación, de su humanización, de su sostenibilidad, a través de la retórica, apuntalan, alargan y legitiman el actual grado de brutalidad y violencia que este sistema es capaz de desatar contra la humanidad y el planeta para mantener los privilegios de unos pocos, que por cierto, no son impúdicos, salvajes o despiadados, sino, fruto natural y objetivo de esa contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción del sistema capitalista.

Un capitalismo no sometido a sus propias leyes, que no busque optimizar el beneficio, el incremento de la tasa de ganancia y por tanto de la explotación, es un “capitalismo bobo” que inexorablemente acaba  devorado por la competencia. Si esta no existe, no existe el capitalismo.

Como dijo Juan Roig en respuesta a Belarra «Me parecen muy mal las críticas, porque como empresarios, o somos todos capitalistas despiadados o no somos ninguno.”

Kike Parra 


Publicado el 4 de marzo 2023 en https://nuevarevolucion.es/capitalismo-salvaje/

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