¿Qué pasaría si España escuchara en un juicio ejemplar a testimonios de la represión franquista y exigiera de manera irrevocable verdad, justicia y reparación? Sin ninguna duda, que habríamos resuelto una de las asignaturas pendientes más lacerantes de este resignado país y que, por fin, las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo descansarían en paz. Eso me preguntaba mientras gente como yo (rondando los 70 abriles o más) hacíamos cola  para sacar las entradas en las taquillas del cine y así disfrutar de la brillante película Argentina, 1985 del pibe Santiago Mitre (Buenos Aires, 1980). Sí, disfrutar de cómo, en abril de 1985, el fiscal argentino Julio Strassera (impresionante como siempre Ricardo Darín), su brazo derecho Luís Moreno Ocampo y su joven equipo jurídico consiguieron llevar al banquillo de los acusados a la plana mayor de la más cruenta dictadura militar argentina. Disfrutar igualmente viendo, aunque fuese a través de la ficción cinematográfica, los rostros descompuestos y amohinados de los sanguinarios militares Jorge Videla, Eduardo Massera, Ramón Agosti, Roberto Viola, Leopoldo Galtieri y Omar Graffigna, autores entre otros, del golpe de estado de 1976 contra el gobierno de la presidenta electa María Estela de Perón.

Una dictadura fascista amparada en la Operación Cóndor planificada por EEUU y canalizada por la CIA que de 1976 a 1983 cometió 45.000 asesinatos de opositores de izquierdas, y más de 9.000 “desaparecidos” según un informe de la Comisión Nacional sobre Desaparición de personas. Un terrorismo de Estado ostensible en el film a partir de lo que constituye el núcleo del relato, es decir desde que el presidente Raúl Alfonsín - elegido  en octubre de 1983 - nombra al fiscal Strassera (que no se había distinguido por su oposición a la dictadura) para encausar a los militares golpistas, hasta que estos son condenados a diversas penas.

Voluntad política

Narrada con ritmo, notas de humor que atenúan el peso dramático y alguna dosis de épica, el cineasta argentino cuenta la historia un poco al estilo hollywoodiense, recordando películas como Todos los hombres del presidente (Alan J, Pakula, 1976) o Serpico (Sidney Lumet, 1973), es decir ensalzando la capacidad del individuo para enfrentarse a la injusticia por mucho sacrificio que ello implique. Sin embargo, y pese a esa concesión sobre la forma, la cinta consigue su objetivo primordial, que no es otro que mostrar cómo con voluntad política se puede hacer justicia, denunciar los horrores perpetrados por el fascismo y obtener reparación para las víctimas de la represión.

Cuando las luces del cine se encendieron, estruendosos aplausos de los espectadores/as liberaron la tensión contenida durante la proyección, al tiempo que con la mirada, unos/as y otros/as, nos preguntábamos ¿hasta cuando la ultrajante impunidad del genocidio franquista?  

Rosebud

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