No hace mucho en Granada, en una comida solidaria en Local de la Ribera, un buen comunista convaleciente, me comentaba que mi artículo sobre The Boys le había llevado a ver la serie y disfrutarla. No voy a volver sobre ella, salvo para volverla a recomendar. The Boys representa sin tapujos el apoyo de las grandes multinacionales en valores morales como el patriotismo, las identidades siempre que estén reducidas a un problema de estilos de vida o a la neutralización de valores emancipadores, como la lucha contra el racismo. Hasta ahí parece que la serie es un arquetipo de denuncia izquierdista del capitalismo. Sin embargo, la serie es producida y vendida como exclusiva por Amazon. ¿Hasta qué punto es posible que una de las grandes depredadoras mundiales albergue un discurso anticapitalista en su seno más íntimo?

Ante esta pregunta puede haber muchas respuestas, desde las más naives a las teorías de la conspiración, que no dejarían espacio para la acción política. Quizá la más naif sea aquella que considera que el capitalismo opera a partir de la maldad deliberada de una serie de individuos que acumulan capital y son capaces de lanzar cualquier producto con el único objetivo de mayores beneficios. Sería un chiste en el que Amancio Ortega vende camisetas con la efigie de Lenin. “Jeff Bezos se ríe de nosotros cuando encendemos la televisión”. Algo de eso habrá, pero no explica nada. Ya decía Marx de los capitalista decimonónicos: “no lo saben y, sin embargo, lo hacen”. No lo pongo en duda, la lógica acumulativa del capital existe y los habrá plenamente consciente de ello y, no obstante, eso no explica nada.

Frente a esta, está la contraria. No existe nada fuera del capitalismo, una vez pasa a la cultura de masas. Es la renovación incesante del pensamiento orwelliano o las variantes foucaultianas. Mark Fisher es un representante magnífico de esta otra visión totalizadora. En su - por otra parte, magnífico - Realismo capitalista afirma que toda vez que una multinacional adopta un discurso antagonista, lo coopta y lo anula. Fisher lo ejemplifica con Wall-e. El relato ecologista que señala a las grandes multinacionales y el consumo desaforado como la causa de la destrucción de la tierra es proclamado por la multinacional Disney y, en consecuencia, todo su potencial transformador angostado.

Creo que ambas posiciones yerran en dos puntos centrales que son lo que hace que pueda escribir mensualmente estas líneas. En primer lugar, ni siquiera el capitalismo más avanzado, en crisis cada vez mayores y agudizadas, es capaz de cerrar su discurso como una realidad monolítica. Eso sería dotar al capitalismo de una capacidad demiúrgica que, en caso de ser verdad, haríamos mejor quedándonos en casa y rascar las pocas prebendas con las que en este lado nos contienen. En segundo lugar, el capitalismo es un sistema que no puede, o no ha podido hasta ahora, legitimarse por sí mismo. No hay discurso ideológico, ético o normativo que se pueda sostener en relaciones humanas cosificadas (diría Lukács); es decir, en relaciones que se basaran únicamente en el cálculo frígido de costes/beneficios. El capitalismo no puede sostenerse sin apelar a la fraternidad, la solidaridad, la igualdad o la libertad, a pesar de que su funcionamiento sea su negación continua.

Creo que es entre estas dos ideas desde donde tenemos que leer las producciones adormideras con las que cerramos muchos nuestra jornada laboral, antes de caer derrotados en la cama. Amazon es una malvada multinacional, por supuesto. Sin embargo, ha de situarse a sí misma como malvada porque sangran las costuras de su discurso y porque solo puede existir desde un apoyo externo.

Jesús Ruiz

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