La nación caribeña ha sufrido tantas intervenciones militares que, de traducirse en ayudas económicas solidarias, mucho habrían contribuido a su desarrollo

La difícil situación del pueblo haitiano requiere en estos momentos de soluciones, no de intervenciones. Foto: DW

La historia ha demostrado que las intervenciones militares, generalmente contra países pobres del llamado Tercer Mundo, lejos de ser una solución para mitigar el hambre y constituir gobiernos estables, han sido causantes de desestabilización y meras fórmulas de colonización y neocolonización.

Haití, la más empobrecida nación de la región, ha sufrido no pocas intervenciones militares que, de traducirse en ayudas económicas solidarias, mucho habrían contribuido a su desarrollo.

Por estos días, el diario estadounidense The Washington Post publicó un editorial sobre la situación en Haití, en el cual se hablaba de «una acción contundente por parte de actores externos».

Días después, los gobiernos de Estados Unidos y Canadá anunciaban el envío de aviones militares para llevar armas destinadas a los servicios de seguridad del país.

Pero la situación agregaba un nuevo componente: el 15 de octubre, Estados Unidos presentó un proyecto de resolución al Consejo de Seguridad de la ONU, en el que pedía el «despliegue inmediato de una fuerza multinacional de acción rápida» en Haití.

Anteriormente, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 24 de septiembre de 2022, el ministro de Asuntos Exteriores de Haití, Jean Victor Geneus, admitió que su país enfrenta una grave crisis que, según dijo, «solo puede resolverse con el apoyo efectivo de nuestros socios».

Las lecciones de la historia aconsejan que tanto la ONU como la comunidad internacional deben apostar por la fórmula –práctica y solidaria– de estimular las negociaciones entre el Gobierno y algunos sectores, no solo opositores, sino desestabilizadores, y –fundamentalmente– hacer aportes que faciliten el trabajo, la inversión, los planes de educación y salud, y la construcción de una sociedad menos violenta y más comprometida con su presente y futuro.

Haití, primera colonia que logró su independencia en la región del Caribe, ha transitado, desde aquel 1ro. de enero de 1804, tras una feroz lucha armada contra la metrópoli francesa, por un camino espinoso en el cual confluyen elementos adversos como la propia colonización, la posterior presencia estadounidense al estilo neocolonial, la miseria y el hambre, las bandas armadas y, si faltaba algo, los castigos de la naturaleza con terremotos, tiempos de sequía y otros componentes adversos.

Valdría la pena una mayor conjunción de factores externos, que la palabra intervención se sustituya por la de contribución solidaria. Haití necesita aporte de alimentos, no de armas.

La crisis alimentaria, una inflación del 33 %, y más del 40 % de la población por debajo de los niveles de la pobreza, con 4,7 millones de personas sufriendo inseguridad alimentaria –según datos del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (PMA)– no se resuelven con intervenciones militares foráneas.

Súmese que en las últimas semanas un nuevo brote de cólera ya ha cobrado la vida de decenas de personas, y existen muchos más casos confirmados.

 

No debían dejarse para luego la solidaridad y la búsqueda de soluciones que contribuyan a abolir el hambre y la insalubridad, a la par de negar todo intento de que sean las armas y las intervenciones militares las fórmulas para el país caribeño.

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Publicado el 24 de octubre 2022 en www.granma.cu

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