La guerra es un elemento imprescindible para el proceso de acumulación del capital, en la fase última de la actual formación sociohistórica. Cuando los mecanismos del mercado se vuelven ineficaces como consecuencia directa del aumento de la composición orgánica del capital y de la caída de la tasa de ganancia, la guerra se convierte en recurso imprescindible para garantizar la apropiación privada de la producción social, del valor.
Por tanto, la guerra es un factor que estará presente en la formación capitalista, de forma estructural, hasta la desaparición histórica de este sistema de dominación internacional. La OTAN, en la última Cumbre celebrada en Madrid los días 29 y 30 de junio de 2022, ha definido en términos concretos su estrategia ante la situación actual. La OTAN 360º es la nueva doctrina diseñada para este final de ciclo.
Habrá guerra en cualquier situación y en cualquier lugar del planeta, allá donde convenga al capital monopolista transnacional. Se actualiza el concepto de “amenazas a la seguridad”, obviamente a la seguridad de los miembros de la OTAN. Los avances tecnológicos de las potencias competidoras, la negativa al suministro de recursos energéticos, los acuerdos y convenios entre otras potencias ajenas a la alianza militar OTAN e, incluso, las migraciones se definen como una amenaza a la seguridad y estabilidad de su sistema. Es decir, se sitúa en la trinchera enemiga a cualquier desarrollo no controlado por las potencias capitalistas hegemónicas integradas en la alianza militar. Esta estrategia, de forma explícita, incluye como una de las respuestas a esas “amenazas” el uso del armamento nuclear como parte de la política de seguridad.
Los pueblos del mundo, la clase obrera internacional, estamos asistiendo a los primeros episodios de la Tercera Guerra Mundial que necesita iniciar especialmente el imperialismo yanki, y cuyo objetivo es China, siendo Ucrania su prioridad número uno. Existen otros escenarios, por ahora de carácter secundario para la finalidad principal, aunque la confrontación no obtenga la atención de los medios de difusión y propaganda del sistema: Yemen, Siria, Libia, Mali, Níger, Palestina, y un largo etcétera.
Esta actualizada estrategia cuenta también con el componente fascista, que es por ahora un factor de segundo orden. No será un fascismo como el del siglo XX, esta estrategia de guerra se fundamenta de una manera especial en el militarismo. El objetivo es militarizar la sociedad civil, para que esta militarización sea un factor determinante que facilite insertar la lógica de la guerra dentro de ella y limitar la radicalidad de la respuesta social. En los distintos niveles de la enseñanza, en el transporte público, en las emergencias, etc., toda ocasión es propicia para implementar la lógica del militarismo.
Primero en Ucrania y luego en la Cumbre de Madrid, la UE ha firmado su acta de defunción. El imperialismo yanki somete e integra a las potencias imperialistas europeas. Traza un férreo muro para impedir los intercambios comerciales con el Este y subordina la economía de la UE al dominio absoluto del capital monopolista yanki. El gasto militar mínimo, obligatorio, es del 2 % del PIB de cada país.
Ante esta situación, de nuevo el Movimiento Comunista Internacional enfrenta una responsabilidad histórica. Ofrecer a la Humanidad una salida de futuro que no pase por la guerra, ante este escenario de destrucción y muerte. Ese es el reto en el que se debe centrar toda su potencialidad política.
La militarizada internacionalización de la dictadura del capital hace necesario, hoy, que el movimiento contra la guerra imperialista tenga una dimensión planetaria con el protagonismo de las más amplias masas.
Y no habrá una amplia movilización mundial de masas sin un combate ideológico que impulse una inteligente política de alianzas, bajo la conducción de los Partidos Comunistas. Política de alianzas articulada en un Frente Mundial Antiimperialista que se organice con claras propuestas de unidad y consenso:
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Por la soberanía de las naciones y el derecho a la libre autodeterminación.
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Por la cancelación de la deuda externa.
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Por la resolución pacífica de los diferendos.
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Por la reducción del gasto militar y por el desarme. Por el final de las alianzas militares internacionales.
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Por un modelo económico compatible con la conservación del nicho ecológico de la especie humana.
El reconocimiento del más amplio protagonismo de las masas hará posible enfrentar el momento histórico presente y obtener la victoria. La movilización de cientos de millones de personas, en todo el mundo, es un factor necesario para derrotar las políticas belicistas de las grandes potencias imperialistas nucleadas hoy en torno a la OTAN.
El MCI ha de empezar por reconocer sus actuales dificultades para desarrollar estrategias compartidas de lucha revolucionaria. Ese reconocimiento, abandonando cualquier tipo de posición retórica, sería un punto de partida para empezar a elaborar un plan práctico que abra el camino para la resolución de esas graves dificultades actuales. Ello permitiría crear las condiciones para abrir un período de reactivación de las luchas obreras y populares, haciendo avanzar su orientación socialista revolucionaria.
En qué punto, desde qué propuestas será posible iniciar este necesario proceso urgente es un reto para cada destacamento que se reclama del campo revolucionario.
El PCPE, en sus relaciones internacionales, que se dan a distintos niveles y con muy diversas contrapartes, propone abordar lealmente estas cuestiones:
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Una elaboración concreta del proceso táctico de acumulación de fuerzas, que defina los elementos programáticos y el bloque de las alianzas aplicando, de forma rigurosamente materialista, una de las leyes de la dialéctica: la sucesión de cambios cuantitativos termina en un salto cualitativo. Cambio cualitativo que será hacia el socialismo, siempre que la vanguardia asuma sus responsabilidades.
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Intervención en la lucha de masas reconociendo su papel protagonista en el cambio revolucionario, lejos de cualquier concepción de carácter instrumental. Asumiendo, en la práctica y en términos concretos, que la revolución la hacen las masas y que el Partido es el instrumento.
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Ante la dificultad actual para que el MCI acuerde, en su conjunto, un programa común para este momento de la lucha de clases internacional —que es una cuestión que llevará tiempo resolver—, es necesario concretar todo tipo de acuerdos a distintos niveles: bilaterales, regionales, internacionales, entre los distintos Partidos; para ir articulando por la vía de la práctica nuevas capacidades para la intervención política en la lucha de clases, que puedan facilitar el ejercicio real de la conducción revolucionaria. Negar la intervención en la práctica política nunca es una opción para una organización revolucionaria.
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El respeto a la soberanía de los Partidos y la no injerencia en los asuntos internos son prerrequisitos para facilitar los avances en esta cuestión.
La Humanidad enfrenta una etapa histórica de enormes riesgos y de una gran complejidad, que al mismo tiempo es también una gran oportunidad. La intervención de la vanguardia revolucionaria es imprescindible para que esta situación evolucione hacia un desarrollo superior de articulación de la sociedad humana. Solo desde una rigurosa y dialéctica comprensión del momento histórico, y aplicando la concepción materialista dialéctica a la práctica política revolucionaria, será posible resolver la actual lucha de contrarios facilitando el tránsito hacia una creación social superior.
C. Suárez