Después de detener brutalmente el destello prometedor de un cine español popular y de calidad que empezó a gestarse en tiempos de la II República, la victoria del franquismo en 1939 impuso un “cine nacional” de insoportable exaltación folclórica y de irrisoria propaganda nacionalcatólica. Una desoladora producción cinematográfica que vivió prácticamente en autarquía y que se prolongó desde ese trágico año hasta 1950. Es decir, hasta el momento en que las circunstancias internas (resurgimiento de las luchas obreras y estudiantiles) y el contexto internacional (aceptación del régimen franquista en diversas instituciones internacionales) obligaron a la dictadura a propiciar, alrededor de los años 1954-1955, una cierta apertura en el ámbito cinematográfico. Una de esas oportunidades aperturistas la aprovechó un grupo de cineastas comunistas (Bardem, Muñoz Suay, Patino, Eduardo Ducay, y otros) para organizar entre el 14 y el 19 de mayo de 1955 las famosas Conversaciones Cinematográficas de Salamanca. Unos auténticos “estados generales” de la disidencia cinematográfica española, cuyo objetivo fue reflexionar libremente sobre el deplorable estado del cine español hecho en aquella década, y construir “una alternativa regeneracionista, realista y de mayor calidad estética”.

Cineasta antifranquista

Dos fueron las procedencias básicas de los protagonistas de tal disidencia: la Universidad y el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC), del que salieron diplomados hacia 1950, entre otros, Luis García Berlanga y Juan Antonio Bardem, de quien se cumple este año el centenario de su nacimiento. Fue precisamente Bardem, militante comunista e insobornable cineasta antifranquista,

quien propuso a los asistentes (lo más granado del futuro “Nuevo Cine Español”) el famoso pentagrama que abogaba por acabar con el patético cine franquista. “El cine español hoy es: Políticamente, ineficaz. Socialmente, falso. Intelectualmente, ínfimo. Estéticamente, nulo. Industrialmente, raquítico”, lanzó el cineasta madrileño, lleno de entusiasmo. Una síntesis no compartida por todos, pero de gran valor simbólico de las nuevas actitudes políticas que estaban surgiendo en el seno de la acción antifranquista. De cualquier forma, Juan Antonio Bardem, que por aquel entonces ya había realizado películas tan representativas del neorrealismo español como “Esa pareja feliz” (1951), codirigida con Berlanga, “Cómicos” (1954) y la excelente “Muerte de un ciclista” (1955), prosiguió su camino haciendo, lejos de modas coyunturales, un cine social y político comprometido, con películas como “Calle Mayor” (1956), “La venganza” (1959), “Nunca pasa nada” (1963), “El puente” (1977) o “Siete días de enero” (1979). Todas ellas recomendables para la juventud y magníficas candidatas para componer futuros Travellings.

Rosebud

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