Durante los años de gobierno de Donald Trump las plataformas se permitieron algunas series con un contenido político atípico: lo que comienza como un arma contra Trump se transforma en una denuncia del sistema por completo. Una de ellas es Así nos ven de Ava DuVernay. La directora ya había dirigido Enmienda XIII, un documental bastante recomendable sobre las consecuencias que ha tenido la mercantilización del sistema penitenciario de los EE .UU., que ella identifica como la conservación de la esclavitud bajo nuevas formas, pero que se intuye que no es más que un sistema mercantil cuya mercancía son los pobres de toda etnia, laya y condición.

Así nos ven cuenta una historia carcelaria basada en hechos reales: la llamada historia de los Cinco de Central Park. En una noche de 1989 violan y dejan moribunda a una mujer en el famoso parque de Nueva York. La policía, en apariencia por una difusa presión de los medios que no se ve, decide actuar expeditivamente y detiene a cuatro jóvenes, negros e hispanos de clase obrera, cuyo delito era estar en el parque esa noche. El primer episodio de la serie recrea los interrogatorios a los menores. La policía obvia todos los derechos de los menores detenidos, los fuerzan a confesar con presiones, los chantajean, les inventan las versiones. Y, sin embargo, siquiera con este trabajo, las declaraciones son compatibles con una acusación consistente. Solo cuando manipulan a un quinto joven la policía reconstruye una versión algo coherente.

Si el sistema policial se muestra como un sistema racista cuyo objetivo principal es una forma difusa de control social mediante el castigo a las minorías empobrecidas, el sistema judicial se presenta como un armazón jurídico al servicio de unos poderes establecidos y al vaivén de los medios. En el segundo episodio, dedicado al proceso judicial, aparecen movimientos de protesta y apoyo a los jóvenes detenidos, junto a la presión de los medios y de la fiscalía por conseguir una condena (es en este episodio donde intercalan una declaraciones reales de Donald Trump en las que pide la máxima pena para los jóvenes). El juicio es simultáneamente social y estatal, en el que las fronteras se difuminan. En este episodio quienes ven así a los jóvenes de clase obrera son la opinión pública y la sociedad civil.

En el tercero y el cuarto se desarrolla la vida carcelaria de los jóvenes inocentes. Una vez dictada sentencia, los jóvenes son expulsados de la sociedad. El drama en estos dos últimos episodios ocupa el espacio de lo íntimo. Se centra en la pérdida de contacto con la sociedad, el repudio y la exclusión que alcanza hasta el interior de la propia familia, pero también en las pequeñas cobardías y traiciones. Todos salen en libertad bajo fianza, menos uno de ellos, el quinto, al que manipularon para encerrarlos a todos los demás, que se obstina en negarse a declararse culpable y es castigado por ello.

En consonancia con el desarrollo de la serie, el final desaprovecha una mayor contundencia política por una mirada sentimental a las condiciones de vida. Por un lado, un preso que se convierte al cristianismo y quiere purgar sus pecados es quien reconoce la violación y posibilita la restitución de los cinco jóvenes. Por otro, el estado, el mismo que prevaricó para encerrarlos, los rehabilita: en el estado cabe la justicia.

La serie merece la pena ser vista a pesar de que la sobrecarga emocional, la falta de distancia intelectual de los padecimientos, traslada al espectador de la denuncia política del funcionamiento del estado a una identificación con las víctimas mucho más ambivalente.

Jesús Ruiz

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