Mientras en diversas ciudades norteamericanas resuena todavía el fragor de tiroteos masivos (249 en todo el país en lo que va de año) ejecutados por racistas y enajenados mentales, que se han cobrado la vida de 278 personas hasta cuando redacto estas líneas, entre ellas numerosos niños y adolescentes, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, que en este drama como en otros - el Coronavirus, por ejemplo – pasa de largo, cogió, y en los pasados días 8, 9 y 10 de junio, endosó su consabido atuendo de doctor honoris causa en democracia, derechos humanos, libertades y etc., y  convocó, como estaba previsto y más contento que unas Pascuas, la IX Cumbre de las Américas en la ciudad de Los Ángeles (California), para, y cito: “analizar y discutir los problemas, desafíos y oportunidades que presenta la región y encontrar soluciones conjuntas para mejorar la calidad de vida de todos los habitantes”. En fin, un insospechado dispendio de buenos deseos que estremeció hasta las piedras: analizar, discutir y solucionar problemas conjuntamente. Menudo pensamiento dialéctico viniendo de un reaccionario carcamal representante del capitalismo más abyecto. ¡Quién lo iba a imaginar! Sin embargo, el asunto (las verdaderas intenciones del Tío Sam) empezó a tomar un cariz imperial cuando previamente EE.UU. confirmó que de ese altruista maná no se beneficiarían ni Cuba ni Venezuela ni Nicaragua. Según Washington, “por la situación de la democracia y de los derechos humanos en esas tres naciones”. Y es que claro, considerando esas exigencias de quienes son modélicos en tales materias, la coacción era insoslayable. Es decir, procedentes de gobiernos y politicastros amamantados con la pasta de multimillonarios, y de un país en el que el sálvese quien pueda es la norma permanente. Como broche de oro: más de un millón de muertos de COVID-19 entre la indiferencia y el desprecio del sistema.

Verdades como puños

Ese doble rasero del infame imperio fue, precisamente, entre otras muchas cuestiones, lo que denunció con vigor la “otra cumbre”, la Cumbre de los Pueblos, organizada por un amplio mosaico de fuerzas progresistas norteamericanas en el mismo lugar y al mismo tiempo que se desarrollaba la cita de las Américas. Un encuentro, eso sí, menos publicitado por los medios de comunicación burgueses y proimperialistas, pero en el que con pluralidad de criterios se dijeron verdades como puños. Por ejemplo, que el criminal bloqueo comercial, económico y financiero impuesto por EE.UU. a Cuba durante más de 60 años es la causa principal de los problemas que sufre el pueblo cubano, y que pese a ello la Revolución cubana ha sido capaz de producir cinco vacunas en plena pandemia, inmunizando al 90% de su población y limitando el número de fallecidos a 8529 hasta hoy. Igualmente, en debates asamblearios, se examinaron las injusticias que están pesando dramáticamente en el continente americano: la desigualdad, la pobreza, la exclusión, la migración. Una realidad ignorada en el sommet de las Américas. Sin embargo la indigestión del achacoso Joe Biden no se limitó a la ocasionada por las exigencias de justicia social y respeto a la soberanía nacional clamadas por voces populares en las calles californianas, sino que se agravó hasta la ictericia cuando se comprobó que sólo asistían 23 países (de 34 en otras ediciones), y que presidentes como los de México, Bolivia, Honduras, Guatemala, El salvador, y Uruguay boicoteaban el acto por la autoritaria imposición. Finalmente la disentería  le asaltó al de la White House cuando el presidente de Argentina, Alberto Fernández, después de denunciar enérgicamente el bloqueo contra Cuba, agarró el micro y le espetó en sus morros que “ser el país anfitrión no otorga la capacidad del derecho de admisión”. Entonces, Fernández, respiró exultante.

José L. Quirante

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