Cada vez es más frecuente disfrutar de “opiniones alternativas” que nos traen soluciones y tratan de dar viabilidad a nuestro modo de vida, minimizando la visión espectral que el deterioro climático-ambiental, la escasez de recursos y/o la incertidumbre económica, proyectan sobre nuestro futuro inmediato.

Es cierto que las posiciones políticas más derechistas, aunque la generalización simplifica y lleva a error, tienden a minimizar los problemas venideros que acechan a la humanidad o directamente los niegan (negacionistas del cambio climático, de la escasez de materias primas…)

También muchas y muchos depositan toda su fe en la tecnología salvadora. Debe ser la herencia ideológica de quienes durante años se apoyaron en la teología para entender el mundo y manipular y someter a los demás o simplemente, que entienden conveniente entrar en ese juego.

Normalmente, la crítica a la irracionalidad de nuestro modo de vida, bajo este capitalismo atroz y destructivo, salvaje y liberal, viene desde la izquierda. Pero la denominada izquierda actual abandonó con la era de la industrialización la racionalidad que la modernidad trajo de la mano y ahora abraza un metaverso posmoderno que difícilmente pasa por el filtro de la lógica y se adentra en otras dimensiones paralelas. El mundo de las RRSS y sus algoritmos, de la posverdad indiferente al contraste y el de la comunicación multidireccional ausente de retroalimentación.

La intelectualidad progresista al servicio de la humanidad desapareció como la concepción caballeresca del juego. Sin embargo, los informes, auditorías o tesis que por encargo o de “forma independiente” se realizan sobre la marcha y situación del planeta, la viabilidad o no del modo de producción y consumo, a veces sorprenden por su exhaustividad, método y/o apocalípticas conclusiones.

Avalados por las más notables universidades del mundo y financiados por organismos públicos o privados de indudable “prestigio institucional” llegan a presentarnos un futuro distópico, si no somos capaces de dar una respuesta contundente que dé un giro de 180 grados a la actividad productiva humana y a la vez, sin sonrojo, ofrecer soluciones placebo.

Y es aquí, en esas alternativas que se proponen, donde se aprecia el servilismo, la manutención, el mecenazgo y el aferro al bienestar de quienes bien comidos y bebidos, además, son referencia social de al menos la parte más consciente de la sociedad.

Entre la multitud de bálsamos de Fierabrás que circulan por el mundo para cambiar el destino de la humanidad, se encuentra el “pago por uso” como alternativa a la compra de la mercancía para acceso al disfrute de sus valores.

Esta modalidad de consumo implica que en lugar de comprar la propiedad de una mercancía, lo que se paga es su uso. Vamos, lo que se viene llamando “renting” desde hace años, en sectores como la automoción, donde esta modalidad de disfrute es popular entre consumidores y empresas.

La novedad de este planteamiento es el interés de su extensión a otro tipo de productos de consumo: viviendas, mobiliario, electrodomésticos, servicios de impresión, audiovisuales, equipos informáticos y telefonía, software, empresas de trabajo temporal, asesorías y servicios jurídicos, servicios de marketing y comunicación, logística, vehículos de todo tipo…

Entre las ventajas que este modelo ofrece es evitar la obsolescencia, flexibilizar en función de la necesidades los usos y contraprestaciones, disponibilidad de capital, que estará liberado de inmovilización, ahorro en costes de mantenimiento y en algunos casos, hasta ventajas fiscales.

Estos beneficios encajan perfectamente en los modelos de mercado que el capitalismo nos ofrece, y constituye un nicho económico en auge.

Pero la parte que merece nuestra atención es la referencia a los logros que supuestamente aporta al conjunto de la humanidad y al planeta la generalización de este sistema de pago por uso. Y es precisamente por su visión política, por la que sale a colación.

Desde el progresismo que se ha descrito al inicio de este texto se afirma que el pago por consumo ayuda a la sostenibilidad ambiental. Esta afirmación parte de la premisa que la producción será más eficiente y los productos más duraderos puesto que a las empresas les será más rentable si así es, evitando tener que sustituir el producto cada vez que se estropee, facilitando piezas de sustitución y evitando gastos en las reparaciones.

El coste de la renovación pasaría del consumidor final al mismo productor, o al distribuidor, que exigiría una mayor durabilidad de los productos.

Si desde el socialismo se hubiera hecho una propuesta similar al pago por uso, la mayoría de fuerzas políticas se habrían escandalizado y acusado de totalitarismo estatalizador al comunismo y a su obsesión con acabar con la propiedad privada. Sin embargo, una vez más, al igual que ocurre con el proceso de centralización del capital, que expropia a multitud de poseedores de medios de producción, la privación de la propiedad se gestiona mejor y más eficientemente desde el propio capitalismo.

En este caso, además resulta hasta infantil pensar que tal propuesta pueda suponer un freno a la reproducción ampliada del capital y a la necesidad de este de incrementar el expolio de recursos naturales y el consumo de energía barata.

El pago por uso, puede ser una oportunidad de negocio para algunas empresas ya que el modelo encaja entre determinado público objetivo.

Hay que tener presente que cuando la mercancía no se paga al inicio, sino que se difiere su pago en el tiempo, como en cualquier otro alquiler, al coste de producción, se le debe sumar el de los intereses del adelanto de la mercancía. Está claro, que la repercusión económica al consumidor final es mayor, porque se une, como describimos, el coste de la mercancía y la financiación de este mismo coste.

Falta además un entendimiento de la concepción de la mercancía y del papel de la competencia capitalista en la búsqueda de las condiciones más favorables para la obtención del plusvalor producido.

Otras empresas se sumarían a esta oferta en busca de la rentabilidad, ofreciendo mayor renovación de productos, con mejores y más modernas prestaciones o simplemente ofreciendo la compra tradicional de los productos o la “opción de compra”, frustrando así, los planes de decrecer productivamente y a la vez seguir manteniendo la rentabilidad de la empresas, el empleo y el modo de vida actual.

Philip Kotler, economista estadounidense especialista en marketing, dijo que lo que hoy llamamos obsolescencia programada es el resultado de las fuerzas competitivas y tecnológicas de un mercado libre. Estas fuerzas guían a las empresas a mejorar los productos y servicios. Es decir, el capitalismo como motor de crecimiento económico y consustancial a él mismo.

Llegados a este punto, lamentamos decir que compartimos las ventajas para el conjunto de la humanidad y para el planeta que tiene el pago por uso, pero que eso solo se podrá llevar a cabo desde el “totalitarismo estatalizador del comunismo y de su obsesión con acabar con la propiedad privada.”

Kike Parra


Artículo publicado en https://nuevarevolucion.es/

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