La elección estaba entre la peste o el cólera en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas celebradas el 24 de abril. Es decir, entre el capitalismo puro y duro del presidente saliente Emmanuel Macron y la alternativa fascistizante de la candidata al codiciado puesto Marine Le Pen. Al final, las y los electores del país vecino, muchas y muchos de ellos tapándose la nariz para eludir el tufo, han reelegido al presidente Macron por cinco años más. Una disyuntiva que se repite con mayor o menor acritud desde que el 5 de mayo de 2002 se enfrentaron en la segunda vuelta presidencial el conservador Jacques Chirac y el fascista Jean- Marie Le Pen. Entonces ocurrió otro tanto de lo que ha sucedido ahora; una especie de tácito frente republicano impidió con su voto que las inmundas posaderas de Le Pen ocuparan la poltrona del Palacio del Elíseo. Y así, salvo en dos ocasiones (2007 y 2012), hasta los comicios presidenciales del pasado mes de abril: unirse sin entusiasmo ni convicción alguna para que los fachas (incluso disfrazados de demócratas) no se instalen un día en la más alta institución del Estado. Una situación política surrealista producto de muchos años de renuncias y traiciones a la clase obrera por parte de las organizaciones tradicionales de izquierda, y en particular del Partido Comunista Francés (PCF), infectado de oportunismo y reformismo políticos desde que hace mucho tiempo dejó de ser una organización revolucionaria. Lo que ha conducido al desencanto de los trabajadores galos, a la pérdida de influencia de esas organizaciones en su seno, y en consecuencia, al surgimiento de otras formaciones políticas que con supuestos aires renovados pretenden gestionar hoy el capitalismo francés. Son los casos de Renacimiento, del ultraliberal Emmanuel Macron; Agrupación Nacional (RN), de Marine Le Pen y La Francia Insumisa (LFI), del carismático disidente socialista Jean-Luc Mélenchon. Un tinglado político variopinto planificado para que - como dicen los franceses – la caravana pase y el capitalismo siga. Eso sí, con algún que otro escollo en el camino.
El último empujón
Es lo que precisamente plantea la recientemente creada coalición de “izquierdas” pomposamente llamada Nueva Unión Popular Ecologista y Social (NUPES), liderada por Mélenchon e integrada, además de por La Francia Insumisa (LFI) y Europa Ecología Los Verdes (EELV), por los residuos de un Partido Socialista (PS) casi inexistente y un PCF que no es ni la sombra de lo que antaño fue. Una alianza electoral en vista de las elecciones legislativas que tendrán lugar los próximos días 12 (primera vuelta) y 19 (segunda vuelta) de junio, y cuyo objetivo primordial es repartirse las 577 circunscripciones en liza. Pues, aunque se estima que dicha coalición podría ganar las elecciones legislativas, una cohabitación Macron-Mélenchon (el primero como presidente de la República, y el segundo como primer ministro) es alto improbable ya que Macron dispone de la potestad de nombrar al primer ministro que desee. Por tanto, en ese contexto – pero igualmente en otros -, al socialdemócrata Mélenchon no le quedará otra que remangarse las mangas e intentar fustigar a sus huestes parlamentarias para hacer frente a lo que la crisis capitalista prepara en Francia, empezando por la antipopular reforma de las pensiones que prevé - entre otras medidas - pasar la edad de jubilación de los 62 a 65 años. Eso sí, sin que la sangre llegue al río. Porque, como tanto reformista nos tiene acostumbrados, no se trata de cambiar el sistema, claro, sino de “gestionarlo mejor”. ¿Hasta cuándo? Sin duda ninguna, hasta que la clase trabajadora, concienciada y organizada revolucionariamente, le dé el último y definitivo empujón al agonizante capitalismo.
José L. Quirante