Tan imprescindibles como ausentes en este momento, ambas son realidades directamente vinculadas al desarrollo social que propicia la lucha de clases y por eso nos ocupamos tan a menudo de ello. Interpretándola en su totalidad, nuestra responsabilidad es transformar la realidad actual, no solo situando el programa para ello, sino propiciando también las dinámicas necesarias para que el pueblo trabajador protagonice el papel histórico que le corresponde.

Por un lado, nos referimos al hecho práctico y concreto de intervención de la militancia revolucionaria con sectores del pueblo movilizados por sus intereses y necesidades y, por otro, del propio ejercicio de participación colectiva de esos sectores.

Dos procesos diferentes, pero tan dependientes que, definitivamente, no existe el uno sin el otro y que necesariamente se sitúan en el centro de cualquier análisis concreto de la realidad sobre la que intervenimos.

Dicho claramente, más allá de proclamas más o menos altisonantes y mejor o peor elaboradas, la realidad que sitúa la “verdad” de un proyecto revolucionario es su vinculación con las masas y la capacidad de dirigirlas hacia experiencias ciertas de creciente protagonismo social.

No olvidemos nunca que ellas y solo ellas, son las protagonistas de todos los procesos de transformación social.

Pero justamente es esta obviedad, la que en la práctica se niega desde los más diversos ámbitos del izquierdismo y la socialdemocracia y abre el campo para el debilitamiento de las posiciones del campo obrero y popular.

Tanto el vanguardismo alejado de la realidad material de las masas y de su subjetividad; como la socialdemocracia que todo lo institucionaliza, son responsables de la situación de progresiva debilidad en la que estamos instalados.

Partiendo de un imaginario en el que el componente de clase es una simple muletilla o queda arrinconado y subordinado a las más diversas circunstancias que determinan el conflicto social, las masas ya no son más que un argumento sin contenido con el que pretenden legitimarse las más diversas estructuras. Un déjà vu del despotismo ilustrado del todo para el pueblo, pero sin el pueblo, que afecta al conjunto de las organizaciones políticas, sindicales y sociales que hablan de las masas viviendo de espaldas a ellas.

Frente a ello, quienes sí estamos comprometidos con el cambio social…con el Socialismo, no podemos dejar de situar la movilización social y la reivindicación de seguir ocupando la calle, como una absoluta prioridad sin la que no es posible iniciar ningún proceso de contraofensiva obrera y popular.

Son más de 40 años los que nos separan de las grandes movilizaciones obreras que doblaron el pulso a la patronal y situaron conquistas históricas del movimiento obrero; prácticamente igual si hablamos de las luchas vecinales que enfrentaron el chabolismo y la falta de dotaciones en los barrios obreros y casi 40 del OTAN NO y de la Huelga General del 14D de 1988. Prácticamente son ya dos las generaciones que carecen de una experiencia de masas del alcance y la importancia de las señaladas y, por eso, es tan imprescindible priorizar absolutamente la capacidad de dirección política de masas para sacarlas del aletargamiento y, consecuentemente, del desconocimiento de todas las capacidades que alberga un pueblo organizado que no renuncia a la lucha y a la confrontación de clases.

Un proceso que, por otra parte, siempre debe partir de la realidad material que viene determinada por la posición de cada cual en relación a los medios de producción y que, necesariamente, desde la intervención práctica de la militancia comunista y la inteligencia política que debe caracterizarla, se debe orientar a la generación de conciencia y de conflicto político creciente con el Estado burgués desde la conciencia de clase.

Julio Díaz

uyl_logo40a.png