El liberalismo surgió a finales del Antiguo Régimen en Gran Bretaña para dar cobertura ideológica a la Revolución inglesa del siglo XVII. Reivindicaban la participación política a través de un Parlamento con cargos electos y la obtención de los derechos individuales para los propietarios criticando el absolutismo. También defendían el liberalismo económico: reducción de las limitaciones al libre mercado y de la intervención del estado para fomentar los negocios privados y la autorregulación (la cacareada “mano invisible” que corregía los errores del mercado sin necesidad de intervención estatal).

Marx pronosticó la autodestrucción del sistema capitalista por sus propias contradicciones, siendo sustituido por un nuevo sistema en el que los medios de producción (tierras, infraestructuras y empresas) serían nacionalizados pasando a ser de propiedad estatal, desapareciendo de esta forma el libre mercado, siendo sustituido por la planificación económica estatal. Desgraciadamente los llamados “socialdemócratas” aceptaron el sistema político liberal, declarándose defensores de la democracia parlamentaria y de garantizar los derechos individuales incluyendo la propiedad y la “libertad de expresión”, pero dándose cuenta de que el mercado no se autorregulaba y para salvarlo de sí mismo, eran partidarios de que el estado interviniera para corregir los desequilibrios sociales.

Poco después de la Primera Guerra Mundial, la crisis del 29 y la revolución rusa, una parte de los liberales, encabezados por Keynes, aceptaron la necesidad de intervenir en la economía para corregir los errores del liberalismo económico, confluyendo con el socialismo socialdemócrata, proponiendo una economía controlada en parte directamente por el Estado y en parte abierta al sector privado.

El socialismo comunista ha tenido dos corrientes principales. La del comunismo revolucionario cuya principal reivindicación es la nacionalización de los medios de producción, es decir que pasen a estar bajo el control del Estado e integrados en empresas públicas; y desde los años 70 el comunismo reformista, cuya diferencia con los “socialdemócratas” es únicamente en el grado de intervención estatal para “corregir” el capitalismo.

Las políticas socialdemócratas son de tres tipos:

  • regulando la economía mediante leyes y limitaciones al libre comercio para evitar monopolios, como las leyes antimonopolísticas implantadas por Roosevelt en EEUU para evitar una repetición del crack del 29, derogadas por Reagan.

  • Interviniendo directamente en la producción de bienes y servicios con las empresas públicas para evitar el desempleo, garantizar la universalidad de los servicios sociales y el mantenimiento de sectores estratégicos ineficaces si son gestionados de forma privada.

  • Redistribuyendo la riqueza para acabar de financiar los servicios públicos y convertir a la clase baja en clase media, como se realizó después de la II Guerra Mundial en Europa occidental y los países nórdicos con el plan Marshall para evitar el “contagio” del comunismo del Este.

El ordoliberalismo (“liberalismo del orden”) defiende la intervención del Estado como regulador, para lograr que el mercado sea competitivo y que no se establezcan monopolios. Desde posiciones cristianas, también defienden una mínima intervención del Estado, para que las clases bajas tengan un nivel de vida aceptable. Este liberalismo ordoliberal fue la ideología dominante entre los tecnócratas que gobernaron las instituciones de la Unión Europea y en la España de Franco a partir de los años 60, hasta bien entrados los 80. Los ordoliberales consideran que el Estado tiene que ser los suficientemente fuerte para regular, con el objetivo de proteger al libre mercado y evitar concentraciones monopolísticas, acusan a la escuela austríaca de Hayek, Mises y otros de ser idealistas y de estar desconectados de la realidad, por pensar que el libre mercado puede subsistir sin un Estado que lo regule y lo defienda. Para los austríacos, el Estado tiene como única función defender a la propiedad, es decir, mantener a la policía para perseguir a los ladrones y defender a los propietarios (por supuesto en épocas de bonanza, en las vacas flacas estos chicos son los que corren bajo el paraguas de papa estado para que les subvencione las pérdidas y los salve).

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