Triste título la de esta novela que es la vida de la clase trabajadora.

Cada año mueren en este país (sólo en este) más de 700 trabajadores en accidentes de trabajo. Es verdad que algunos son in itinere, pero no es menos cierto que el desplazamiento es el vértice de una sociedad que no garantiza el trabajo de sus ciudadanos, que se ven obligados a hacer cientos de kilómetros diarios para llegar al tajo.

Se califican como accidentes, pero un gran número de ellos son asesinatos, si aplicáramos la teoría penal  de la comisión por omisión. Omisión en las medidas de seguridad: menos coste, más beneficio; lo que el empresario se ahorra en seguridad redunda en mayor beneficio. Obvio.

Por poner una comparativa que lleve a ver la magnitud de esos “asesinatos”, podríamos acudir a los asesinatos de ETA. Desde 1975 hasta hoy, los asesinatos de ETA suman 669, aunque algunos son de dudosa autoría. Terrible, tanta muerte inútil, terrible las vidas segadas por quienes no entendían que el terrorismo sólo sirve al fascismo; pero son menos que los muertos por “accidentes de trabajo”  en un solo año. No veréis al PP, PSOE, VOX, Cxs e incluso a los Podemitas, rasgarse las vestiduras por esto.

Pero últimamente se están conociendo casos sangrantes, auténticas burlas a toda la legislación (aunque sea la burguesa). La contratación de mano de obra sin papeles para tenerlos en condiciones de semi-esclavitud es demasiado frecuente, y más en zonas que se autodenominan emprendedoras y muy relacionadas con el trabajo en el campo. Murcia y Almería están un día sí y otro también en las portadas de los diarios.

Los medios de comunicación, siempre en manos de quien paga la tinta, hacen continuas campañas de lavado de imagen de las empresas infractoras. La Voz de Almería hace una reseña, un día después de la muerte de un trabajador en su fábrica y de que otros dos resultaran heridos. La reseña no puede ser más postmoderna y “transversal”: “Cosentino inspira a las personas a través de espacios innovadores”; como  algún zarrapastroso dijo: ”manda güevos”.

Atrás quedan las denuncias por las muertes de trabajadores por silicosis producida por el polvo de sílice del Silestone.  También la cantidad de afectados por silicosis que han quedado incapacitados, total o parcialmente, para cualquier trabajo.

Punto y aparte son los “honrados empresarios del campo español”. Desde trabajadores sin papeles que son abandonados a la puerta de un centro asistencial hasta los que son abandonados tras un accidente en un lugar apartado.

Y cada día nos sorprenden los abusos en las condiciones de contratación. Los sectores son casi siempre los mismos: hostelería, agricultura y construcción… Claro que es que en España poco más queda.

La construcción es el sector que más muertos por accidentes aporta a la terrible estadística (apartando los accidentes in itinere). Toda la preocupación de las inspecciones es revisar los controles horarios, sin entrar en el fondo del asunto. No tienes los papeles bien cumplimentados, multa y se acabó. No tiene las medidas de seguridad que dice el plan (útiles o inútiles), multa y se acabó. Pero no entran en el fondo del asunto: la subcontratación absoluta. Empresa constructora con 5 empleados en una obra de 10 millones de euros, el resto del personal subcontratado, por supuesto, a menor precio. Si incumple el subcontratista, que ejecuta a precios inviables, la constructora sanciona al subcontratista, que a medio plazo dejará de pagar las nóminas, la seguridad social y a hacienda. En resumen, que el beneficio de la constructora lo pagamos entre todos.

La hostelería no “mata” en el tajo directamente, pero camareros y camareras de piso no suelen tener vidas muy largas. El agotamiento de jornadas interminables, que no se declaran, acaban pasando factura…Y todavía quieren alargar la edad de jubilación. Se nota que en los despachos, en las grandes oficinas y en las iglesias, la esperanza de vida es mayor.

Sólo hay una forma de resolver el entuerto: revolución. Porque sólo el pueblo organizado salva al pueblo.

Juan L Corbacho

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