Cada mañana, tempranito, en el transporte público encuentro a otras mujeres camino del trabajo en el centro de la ciudad o de zonas residenciales. A esas mujeres no las encuentro en las páginas de los medios de propaganda, a veces ni en los denominados alternativos. En el mejor de los casos encontramos estadísticas, montañas de datos sobre mujeres y poder, igualdad en el trabajo, conciliación, paro, pensiones, horas de trabajo no remunerado, agresiones sexuales o violencia de género. Pero los datos son fríos.

Las mujeres de carne y hueso no vivimos en una burbuja de privilegios y en ninguna de esas estadísticas sobre nuestras condiciones de vida y trabajo salimos muy bien paradas. Retrocedemos a golpe y dentelladas que nos propina el capitalismo en crisis. Desde el inicio de la COVID-19, nuestra situación, como ha sucedido con el resto de nuestra clase, se ha ido deslizando por una pendiente de pérdida de derechos laborales, de pobreza, carestía de la vida, dificultades para llegar a fin de mes, de incertidumbre, de deterioro de la salud, de falta de atención sanitaria, de mayores requerimientos y tareas para atender a personas dependientes a nuestro cargo. No lo dice quien esto suscribe, lo dice el último informe de la EPA sobre “Mujeres y hombres en España 2020” y los últimos datos trimestrales1.

 

Tal vez por eso cada mañana, tempranito, la rabia es mi condición cuando encuentro las preocupaciones que atraviesan los debates del feminismo en la actualidad y, también a muchas organizaciones que se reivindican de clase. Que la preocupación principal y el centro del debate esté sobre la propuesta de ley trans, que además haya supuesto una fractura dentro de un movimiento que había conseguido grandes movilizaciones (las únicas en estos últimos años) es, sin duda, un triunfo de la ideología dominante y un flaco favor a la causa de la emancipación de clase y de género. En lugar de unir luchas contra toda opresión, contra todas las opresiones y contradicciones que genera el capitalismo y la sociedad patriarcal, se diluyen y disgregan, enzarzadas en identidades asesinas para determinar quién está más oprimida u oprimido o ¿tal vez debería decir “oprimide”?, para que nadie me lance a la cara acusación de binarismo, cis o algo peor. Deberíamos reflexionar sobre cómo y por qué se ha impuesto la tendencia a cuantificar la opresión y creer que cuanto más se esté, más razón se tiene, siendo uno de los obstáculos principales para la construcción de alianzas en la lucha contra todas las opresiones2. Sabemos que al sistema le conviene, lo patrocina, pero lo que perjudica seriamente nuestros intereses como clase y deberíamos buscar la manera de colocar nuestra propia agenda de mujeres trabajadoras.

 

Tampoco está en nuestra preocupación cuan pocas mujeres se sientan en los consejos de las empresas del IBEX 35 o cuanto aumentó el número de ministras. Su visibilidad no es la nuestra. Nosotras, las mujeres del pueblo trabajador, somos las que no tendremos dinero para ir a ningún sitio a abortar cuando los médicos de la pública hagan objeción de conciencia. Las autónomas que no pueden ponerse enfermas. Las que cada mes tenemos que elegir entre pagar el fisio o sacar el bono de transporte. Las que no saben si podrán jubilarse; las que están jubiladas y protestan cada lunes o el 16 de octubre en defensa de unas pensiones dignas; las que deberían estar ya prejubiladas pero siguen limpiando hoteles, casas o escaleras. Las que soñamos como sería una vida con un par de metros cuadrados más, pero solo tenemos pisos compartidos. Las que sueñan con cobrar un poco más, con que deje de subir la luz mientras bajan los sueldos en cada nuevo contrato. Las que nos vamos empobreciendo con cada reforma laboral, con cada recorte, por mucho que nos digan que las cosas solo hay que soñarlas para conseguirlas. Las que enfermamos en los tajos de enfermedades laborales osteo-musculares que nunca serán reconocidas o de estrés.

 

Nosotras somos quienes con el resto de nuestra clase todo lo producimos y nuestro empoderamiento es el de la clase trabajadora, el de las mujeres trabajadoras. Necesitamos acabar con la dominación burguesa y su proyecto, incluso con la imposición de sus debates, que hace aguas por todos lados: crisis territorial, corrupción, represión de las libertades, aumento incesante de la explotación, misoginia y machismo, paro, pobreza, precariedad, integrismo religioso, fascismo, etc. Lo que necesitamos es acabar con esta sociedad basada en la explotación y la opresión.

 

Ana Muñoz.


 

 

2  Interesante la reflexión sobre la perspectiva que plantea María Rodó-Zárate en su libro ‘Interseccionalidad. Desigualdades, lugares y emociones’ Ed. Bellaterra

 

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