Laëtitia o el fin de los hombres es una miniserie francesa que reconstruye, a partir de la violación, asesinato y descuartizamiento real de Laëtitia Perrais, la vida de ella y su hermana gemela Jessica. La serie rememora la infancia y adolescencia de las dos hermanas, aunque la trama se arme siguiendo la investigación policial. Laëtitia y Jessica vivieron desde pequeñas la violencia del padre contra la madre y contra ellas; las retiradas de custodia y el paso por las casas de acogida; todas las miserias por las que pueden pasar unas niñas incluyendo dormir al raso en invierno. Por supuesto, no se identifica necesariamente la pobreza, la violencia y los delitos sexuales, pero sí se deja entrever que no hay caminos de salida de esa situación. Ya he citado en varias ocasiones en estos artículos la máxima de Walter Benjamin según la cual la representación de la miseria sin una salida política revolucionaria es funcional, políticamente hablando, al sentimentalismo reaccionario.
Pero no es por eso por lo que traigo esta serie, sino por la correlación que establece entre el hombre, el sexo masculino, y el Estado. Hay cuatro instituciones y cinco hombres principales en la serie. La primera institución es la familia. Esta se encuentra completamente sometida al poder arbitrario del padre, que se muestra como un individuo inmaduro, capaz de mezclar arrebatos de amor supuestamente incondicional con actos de violencia incontenible. El personaje confunde el afecto con la necesidad de ser el objeto de atención de sus hijas y trata por todos los medios de recuperar una relevancia perdida en los espacios público y privado. El padre se enfrenta a los servicios sociales y la familia de acogida: un combate en el que ninguno de los contendientes provoca simpatía. El varón de la familia de acogida es el personaje más oscuro de toda la serie. En los espacios públicos se muestra como un personaje severo y justo, quizá demasiado estricto, que inicia una campaña por el endurecimiento de las penas por los delitos de violencia sexual; en los espacios privados se aprovecha de la situación de vulnerabilidad de las muchachas de acogida para forzarlas a mantener relaciones sexuales con él. Existían denuncias previas al caso de Laëtitia a las que los servicios sociales hicieron caso omiso.
En tercer lugar, aparece la institución política como tal. Esta no es otra que Nicolas Sarkozy que instrumentaliza el salvaje asesinato y descuartizamiento de la adolescente para sus propios intereses políticos (aquí por el mismo medio ha llegado alguno a diputado del PP). Es verdad que, narrativamente, esta inclusión de la política institucional sería poco convicente si el padre de acogida no se hubiera entrevistado con Sarkozy tras el crimen.
Por último, desdoblado en dos personajes aparece el apartado (represivo) del Estado: el policía y el juez. Ambos serán los que no cejarán en las investigaciones con honestidad y entrega (el policía abandona a su propia familia para seguir la investigación) hasta desvelar el más recóndito de los misterios de la serie que no es el asesinato de Laëtitia, sino la violación sistemática de muchachas de acogida en la casa que vivían Laëtitia y Jessica. La idea de fondo, desgraciadamente, no es otra que la única función propia y necesaria del Estado, la persecución y el castigo de los delitos, porque, cuando interviene para contrarrestar un exceso, agrava los perjuicios de aquellos a los que pretende ayudar.
¿Qué hacen las mujeres en la serie? Poco o nada. La mayoría son víctimas del poder ejercido por los hombres. El resto, la mujer de la casa de acogida o la psicóloga de servicios sociales, cómplices de ellos.
Jesús Ruiz